Cuarentena2
Stella Palma*
Hoy salí a la calle. Era imprescindible. Fui hasta el chino que me queda a una cuadra. No se podía entrar, entonces fui hasta el supermercadito que queda a tres cuadras de casa.
Fui con miedo, mirando que nadie se me acercara y tratando de no tocar nada, caminando rápido. Mi querido vecindario de siempre se había tornado desconocido y, en alguna medida, peligroso. En la plaza de enfrente había tres homeless que me miraron con ojos extraños, entre suplicantes y enojosos, diría. Se me junta la sensación de absoluta compasión (¡me pregunto todo el tiempo cómo hacen para estar en cuarentena sin casa!) y un poco de temor también. ¿Seré un ser malvado que tengo casa y ellos no?. Esos pensamientos se me cruzan mientras apuro el paso. No hay casi nadie en la calle, hasta el repositor que es siempre un mala onda terrible, me saluda y me pregunta cómo estoy muy amablemente. Compro rápidamente, me parece que si lo hago más rápido es menos contagioso (?). Salgo. En la calle desierta me cruzo con dos sujetos, una que vendía curitas por la calle y otro que lavaba los vidrios de los autos, y que ahora no hay nadie a quien venderle curitas ni autos para limpiar los vidrios. ¿Se han transformado para mí en dos freackies, algo amenazantes que se acercan y me piden “Tenes un cigarrillo? ¿Me das una galletita?» El corazón se me acelera y los pasos también. No contesto nada. Me siento un monstruo malvado pero el susto puede más y me apuro todo lo que puedo (sin que parezca que estoy corriendo). Llego a casa. Que sensación de alivio. Respiro profundamente. Y comienzo a limpiar todo lo que traje con alcohol y con lavandina, me baño, me pongo una bata. Después lavo la bata y el trapo con el que limpié el piso. Me desplomo sobre el sillón. Quedé agotada. Y todo lo que hice fue comprar unas pocas vituallas en el super de mi barrio.
Es inevitable que todo esto nos traiga a la memoria el texto de Freud sobre lo siniestro.
Cuando lo conocido y familiar se vuelve extraño y peligroso. y la angustia que esto provoca.
A un peligro real (contagiarme el virus) se le suma un peligro fantaseado acechando desde fuera (los homeless y los freakies) o desde adentro, mi superyo diciendo lo malvada que sos con tu situación tanto más liviana que la de otros.
Esta misma escena hace unos días hubiera sido una rutina común y corriente sin ninguna relevancia, y que seguramente hubiera podido disfrutar de la plaza, ponerle mala cara al repositor y volver cantando bajito y sin apuro a casa.
La cuarentena nos cambia la vida a todos. Algunos tienen más recursos para tolerarla, otros no tantos (como en casi todos los órdenes de la vida).
Poder hablar de lo que nos pasa puede ser una salida posible y no perder de vista que esto no es para siempre.
*Psicoanalista de la AMP (EOL)
Fotografía seleccionada por el editor del blog.