Crónica (sobre el amor y el cuerpo indócil) en cuarentena
Natalia Paladino*
Había prometido decirle a una amiga qué me había parecido el libro que me regaló en mi cumpleaños apenas terminara de leerlo. Lamento responderle mal y tarde; hasta hace poco estábamos a las corridas y entonces me decía que lo terminaría cuando parara de correr y me hiciera de un tiempo. Y ahora, que tiempo es lo que sobra, estoy paralizada: lo retomo sin lograr recordar ni la trama, ni la página donde había quedado – y no es falta de talento de Olivier Bourdeaut, conste que no lo culpo. Cuando vuelva a aprender a leer le contaré, pero el aislamiento me va confrontando a lo más íntimo y extraño de mí misma; no puedo leer, y para colmo me encuentro de golpe disponiendo torpemente de un cuerpo a solas. Lo que el frenesí de andar a las corridas y el contacto con los otros disimula se hace patente hoy, pandemia mediante: tener un cuerpo es un estorbo.
Si el amor pasa por el Otro, la erótica pasa por el cuerpo – y el cuerpo siempre está solo frente al goce indócil que lo habita, aunque haya un partenaire-. Eso no lo enseña un virus, pero aquello que ha sido experiencia del goce del Uno-todo-solo llegando a hacerse acontecimiento de cuerpo a través del análisis, la pandemia nos lo recuerda.
Se dice que erótica y amor llevan la impronta y las heridas de su época. ¿Me pondré a escribir un ensayo sobre la erótica barroca, sobre el amor cortés, sobre los encuentros y desencuentros en tiempos analógicos? ¿Sobre los traumas microscópicos o anónimos, sobre los encuentros logrados en tiempos del amor digital y la conquista en Tinder? Podría, pero lo que era capacidad de concentración para escribir es dispersión al vacío en cuarentena, y aquel deseo epistemofílico que me parecía inagotable se desvanece al leer dos párrafos -de Lacan o del bueno de Olivier-. Quizás cuando esto pase la saga de lo barroco, lo cortés, lo digi-porno y las Eros-App se verá engordada con capítulos sobre el amor y el erotismo en cuarentena. Puede que sí, pero para entonces quizás lo habré olvidado o ya no quiera escribirlo.
Ningún ensayo. Aquí el malón de ausencias que era tan habitual de los domingos se hizo crónico; a doscientos kilómetros, los gritos del D.T. o el silbato del árbitro -que solían entrar de prepo desde el club Excursionistas para retumbar en el patio interno de su departamento- se apagaron. Tom Waits y el aullido de un perro recrean el murmullo de la vida junto al teléfono, mientras él dice que no sabe si está por desayunar o por almorzar, que perdió el registro de horarios y comidas. Tal parece que los cuerpos y el tiempo se han descalabrado.
En el tiempo suspendido que nos toca, que lo vivo siga palpitando acaso sea reintroducir lo que el discurso capitalista rechaza: el sujeto dividido por aquello que lo causa, y el amor. Si algo va quedando en claro es que el tiempo suspendido y el tiempo en vértigo nos condenan de igual modo a un presente perpetuo, conspirando contra la historización y el tiempo subjetivo.
Y entonces, desde el malón de ausencias una argentina que nunca fue fan del popcorn hace pochoclos, y a doscientos kilómetros un new yorker que se decía matero “ocasional-estratégico” y que nunca pulió su accento -pese a estar radicado hace años por estas latitudes- de pronto se convierte en matero genuino usando yerba “Romance”. Los significantes más inverosímiles que nos unen van y vienen transformándose en amarres -¿frágiles?¿sólidos?- que restauran un poco de temporalidad. Frágiles y sólidos: se sostienen mientras nos sostienen.
Antes de la cuarentena yo había hecho tiramisú y habíamos tomado unos Negroni’s. Ahora él está por salir de su departamento para ir al mercado, después de días de no poner un pie en la calle.
He says: “Si me pasas la receta me animo”. Le doy los ingredientes, cuidando los pasos de la preparación para que quede -casi – igual al mío.
El murmullo de la vida vuelve a apagarse, Tom Waits se quedó con él del otro lado del teléfono y aquí el perro sigue aullando hasta convertirse en el ruido más siniestro del malón. Después de un rato se calló, por cansancio o por falta de respuestas.
Vuelvo a esta neo-normalidad del silencio, la parálisis y la dispersión en vacío. Otra vez.
Hasta que llega a mi WhattsApp la foto de su tiramisú subtitulada, y se reanuda el tiempo.
He says: Tira I miss you
No escribiré ningún ensayo; el tiempo y los significantes del amor serán siempre un misterio. Eso tampoco lo enseña una pandemia, pero es bueno que nos lo recuerde.
P.D.: mientras escribo suena “Before we were so rudely interrupted”. Discazo de The Animals.
*Psicoanalista. Miembro de la AMP (EOL)
Fotografía seleccionada por el editor del blog.
El mundo es tan grande y tan pequeño como un pañuelo – o como un tapabocas: cuando envié esta contribución, Joaquín Caretti me respondió diciendo que le resultaba entrañable saber que soy de Saladillo, que lo conoce bastante porque en su adolescencia venía seguido dado que su tío tenía un campo en Polvaredas, a unos 30 km. Entrañable coincidencia de lugares donde hemos vivido, él de visita y yo toda mi infancia y adolescencia, me encuentro con la sorpresa de la foto con la que acompaña el texto: es el almacén de ramos generales del pueblo al que tantas veces fui, y que aún sigue estando.
Van desde aquí mis cercanos saludos polvaredenses hasta Madrid, Natalia
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