El virus es el Otro
Dalila Arpin*
Numerosas son las voces que se han alzado desde la aparición del virus Covid-19 para señalar con el dedo al enemigo: el extranjero. Y esto, de distintas maneras: la culpa es de los chinos que no tenían por qué ponerse a comer murciélagos, que tienen mercados sucios, de los turistas o migrantes que traen a nuestros países pulcros sus suciedades, de los italianos que no saben gestionar una crisis sanitaria, de los vendedores de mascaras o de geles hidroalcohólicos que no previeron un stock suficiente…
Lo cierto es que este virus que no deja de desconcertarnos -su mutación no logra ser apresada por ninguna fórmula científica ni ningún cálculo de predicción estadística- ha venido a poner de relieve la naturaleza humana en lo que tiene de más virulenta. ¿No es acaso la lección del padre del psicoanálisis que no se hacía ninguna ilusión sobre la supuesta bondad del ser humano? El hombre es un ser egoísta y poco escrupuloso, que solo persigue la satisfacción de sus pulsiones. La máxima “Amaras a tu prójimo como a ti mismo” indica une propuesta imposible: no se puede amar a un prójimo que no se conoce y si se lo conoce, es porque se parece a nosotros mismos y, por ende, lo amamos como ya nos amamos nosotros mismos. En cambio, la máxima que mejor se aplica es Homo homini lupus. El ser humano sigue sus pulsiones y tiende a explotar, maltratar, aprovecharse de su prójimo, más que a amarlo[1].
No es entonces nada sorprendente que observáramos escenas verdaderamente salvajes entre consumidores de supermercados que -contra toda prevención de contagio- se lanzaban a arrancar paquetes de papel higiénico de las manos de otros. Ni que se hiciera acopio de pastas y arroz como si fuéramos a vivir en una época de escasez. Otras escenas -menos televisadas- dejaban ver como un hombre se ponía a pegarle a un mendigo bajo el pretexto de que podía contagiarlo. O aun la agresividad hacia los agentes de la salud: una paciente exigía así una máscara a una enfermera bajo el pretexto de que ella no quería contagiarse mientras que ésta podía contagiarse porque, después de todo, era su trabajo.
“Aléjese”, “Ud. Puede contagiarme”, “Apestado”, podía escucharse el martes 17 de marzo por la mañana, unas horas antes del aislamiento decretado por el gobierno francés. Cuando no se veía a vecinos saludar rápidamente y pasar corriendo para no cruzarse con otros.
Ciertamente, el virus es el Otro, pero ¿quién es el Otro? El psicoanálisis nos enseña que el Otro puede tomar diferentes rostros. Ciertamente, es el extranjero, pero también es el cuerpo, que no se puede domesticar, que se comporta como Otro. Y el virus prueba esto con certeza. Pero también es el Otro que tenemos dentro. ¿No estamos acaso divididos por el lenguaje que nos constituye y que hace que una parte de nosotros mismos nos sea extraña?
La pasión que hace que no podamos soportar al Otro se llama odio y apunta al ser del Otro, para obtener su rebajamiento, incluso su destrucción. Pero lo que el odioso desconoce -ya que el odio no hace buenas migas con el saber- es que ese Otro tan odiado esta en él mismo. Y que, a falta de poder aceptarlo, todos los esfuerzos se dirigen hacia ese Otro que esta afuera. Este enemigo invisible que es el virus nos recuerda que el Otro puede también estar en nosotros mismos.
A manera de contrapeso, podemos saludar algunas iniciativas solidarias, que muestran que no todo está perdido. Que hay relaciones que son posibles, aunque sea -como las tarjetas de crédito- sin contacto. Las relaciones humanas en tiempos del virus no están exentas de invenciones, como los aperitivos por Instagram, los cumpleaños por Skype o las reuniones virtuales. Y la relación analizante-analista no escapara a esta coyuntura.
*Psicoanalista de la AMP (ECF)
Fotografía seleccionada por el editor del blog.
[1] Freud S. El Malestar en la Cultura, (1919).