CORONAVIRUS: «La ley de la naturaleza y lo real sin ley»

La ley de la naturaleza y lo real sin ley

 

Miquel Bassols*

 

 

Lo real sin ley parece impensable. Es una idea límite que primero quiere decir que lo real es sin ley natural.

Jacques-Alain Miller

Todo lo que le quitas a la naturaleza, ella te lo reclama después con creces.

Isidoro de Munciar (siglo XI d.C.)

 

Desde Italia nos llegan imágenes extrañamente familiares, tan imprevistas como reveladoras, después de varios días de confinamiento de la población durante la epidemia de coronavirus. En Cagliari, los delfines llegan al puerto hasta el borde de los muelles. En Venecia los canales dejan de ser el estercolero turístico habitual, las aguas transparentes muestran su fondo y dejan lugar a los cisnes, a los peces y a aves diversas. La naturaleza hace valer así su ley cuando el ser hablante debe retroceder —un poco, sólo un poco— ante la epidemia de sus propias formas de gozar que llamamos civilización. La naturaleza es epidémica por naturaleza, si se me permite el pleonasmo, ya sea con cisnes en Venecia o con virus globales atravesando países y fronteras. El ser humano es epidémico por ser hablante y estar habitado por esa substancia gozante que llamamos significante[1]. Sabemos que veremos imágenes parecidas a las de Cagliari y Venecia en otros lugares y momentos. En cada caso, la ley de la naturaleza y lo real del goce parecen ser el anverso y el reverso de un mismo hecho traumático para el sujeto de nuestro tiempo. Pero conviene distinguirlos.

Tal vez nunca como en estos días la Humanidad —así, con mayúscula— puede y debe reconocerse a sí misma como un único sujeto ante la irrupción de lo real, como ese colectivo que Jacques Lacan definió de manera tan enigmática como “el sujeto de lo individual”[2]. Es un sujeto que se enfrenta a un reto que solo podrá ganar, precisamente, de manera colectiva, con un cálculo en su acción que es necesariamente colectivo. Y es que estamos recibiendo estos días —uno por uno— los efectos más brutales de un acontecimiento que es y seguirá siendo paradigma de lo real del siglo XXI. Pero ¿de qué real se trata? Es un buen momento sin duda para leer o releer la intervención de Jacques-Alain Miller en la preparación del Congreso de la Asociación Mundial de Psicoanálisis de 2014, dedicado precisamente a “Un real para el siglo XXI”[3]. Encontramos allí varias perlas para recoger y elaborar durante estos días.

La naturaleza ya no es lo real

Esta pequeña máquina mortífera que lleva el nombre de SARS-CoV2, que se transmite y multiplica de un cuerpo a otro generando los síntomas de la COVID-19, es un virus. La mayoría de biólogos nos dicen que un virus no es un ser vivo —como sí lo es una bacteria—, pero que necesita de una célula, de un ser vivo, para replicarse. Por esta razón otros biólogos dicen que es un ser que no está ni vivo ni muerto, como una suerte de Monsieur Valdemar. Todo depende de dónde situemos la frontera de “lo real de la vida”[4], cosa nada simple en realidad. Lo que sí sabemos a ciencia cierta es que es un virus que se transmite y replica con leyes muy precisas. En el caso del COVID-19 es una ley que vamos descifrando poco a poco, demasiado poco a poco. Hay, pues, un real del tiempo en juego que es decisivo para su tratamiento. Lo real del ser hablante, repetimos con frecuencia siguiendo la última enseñanza de Lacan, es un real sin ley. Pero el virus SARS-CoV2 no, él sigue una ley implacable, él sigue la ley de la naturaleza que hay que saber descifrar para poder hacerle frente. El problema es que no conocemos todavía suficientemente su ley, y sobre todo no conocemos todavía cómo desactivar su modo de contagio para crear antivirales y una vacuna que sean eficientes. Hace falta una suerte de Alan Turing, que descifró el código de la máquina infernal llamada “Enigma” utilizada por el Tercer Reich para la transmisión de sus mensajes secretos en la Segunda Guerra Mundial. Se estima que la exitosa tarea de Turing acortó el final de la guerra entre dos y cuatro años y salvó miles de vidas. Con respecto al coronavirus estamos en un tiempo que se intuye todavía demasiado lento para la obtención de los antivirales y de vacunas convenientemente testadas.

No, ante el SARS-CoV2 no estamos ante lo real sin ley sino ante un fenómeno de la naturaleza que sigue sus leyes, las que la ciencia descifra desde Galileo siguiendo su máxima según la cual “la naturaleza está escrita en lenguaje matemático”. Es cierto que en la Antigüedad la naturaleza y lo real estaban en contigüidad, se superponían de algún modo, estaban hechos de la misma pasta. Pero uno de los efectos de la ciencia moderna ha sido precisamente separar la naturaleza de lo real. Tal como señalaba Jacques-Alain Miller: “Antaño lo real se llamaba la naturaleza. La naturaleza era el nombre de lo real cuando no había desorden en lo real. Cuando la naturaleza era el nombre de lo real, se podía decir, como lo hizo Lacan, que lo real siempre vuelve al mismo lugar. Solamente en esa época en la cual lo real se disfrazaba de naturaleza, lo real parecía la manifestación más evidente y más elevada del concepto mismo de orden. Se puede decir que, en dicha época, lo real en tanto que naturaleza tenía la función del Otro del Otro, es decir que era la garantía misma del orden simbólico.”[5]

Hay distintos modos de ofrecerse hoy a esta función imposible de Otro del Otro para garantizar un sentido cuando lo real irrumpe de manera traumática: el cientificismo es una, la religión es otra. Por su parte, el psicólogo del comportamiento nos aconseja: “¡No digan caos! ¡No digan pánico! ¡No piensen en ello!” Pero es lo mismo que decirnos: “no pienses en un elefante blanco”, que es la mejor forma de seguir pensando y de angustiarse ante un elefante blanco sin llegar a descifrar su ser de lenguaje como elefante blanco.

Lo real no tiene sentido

Otra perla: “El no tener sentido es un criterio de lo real, en tanto que es cuando uno ha llegado al fuera de sentido que puede pensar que ha salido de las ficciones producidas por un querer-decir. Lo real está desprovisto de sentido es equivalente a lo real no responde a ningún querer-decir. El sentido se le escapa. Hay donación de sentido a través de la elucubración fantasmática.”[6]

A diferencia de lo real, la enfermedad COVID-19 es hoy una enorme burbuja de sentido, de sentido religioso como cualquier otro y siempre a punto de explotar. “Coronavirus” es el amo del sentido de nuestra actualidad, es el significante amo por excelencia, hasta tal punto que incluso la Iglesia ha dado orden de vaciar las pilas de agua bendita bajo su mandato. Y no le falta razón, por supuesto. Ahí, en efecto, florecen todos los fantasmas, individuales y colectivos, para hacer de él una fuerza demoníaca, el dios maligno por excelencia que quiere la extinción de la Humanidad, que aplica el castigo a una civilización que se ha excedido en su goce. Dar un poco de sentido alivia durante cierto tiempo, pero el efecto de rebote suele ser mucho peor todavía que la falta inicial de sentido. El sentido, siempre religioso, es vírico, al revés que lo real que no tiene nada de vírico, que más bien no cesa de no escribirse, sin sentido alguno.

La experiencia de lo real

Ante la naturaleza desarreglada, ante lo real que ya no vuelve al mismo lugar, el sujeto se angustia. El cientificismo promete vencer la angustia con el saber, un saber que estaría inscrito en lo real de entrada. En vano. La religión promete vencerla con el sentido. En vano también.

¿De qué real se trata entonces para el psicoanálisis? ¿Del de siempre? No, lo real ya no es lo que era, es una de las cosas que aprendimos en nuestro Congreso de la AMP de 2014. Se trata de lo real del siglo XXI, de un real separado de la naturaleza, resto de una naturaleza que estaba ordenada por una ley, divina o no, científica o no, pero que ya es una naturaleza irremediablemente perdida. Y ese sí, es cierto, ese sí es un real sin ley, sin ley que pueda predecir, al menos, su irrupción. Es aquí donde la experiencia de estos días puede darnos un testimonio inédito, a nivel planetario, de una experiencia de la real en lo colectivo como sujeto de lo individual en distintos registros de lo real:

— De lo real del tiempo. Es un tiempo imperceptible, no simbolizable, no representable cronológicamente, pero que marca el tiempo de la enfermedad generada por el coronavirus. Es uno de los rasgos que lo hace más difícil de tratar: y es que puede contagiarse en silencio, en ausencia de cualquier síntoma médico observable. Ese sí es lo real en su sentido más lacaniano, un real que introduce necesariamente un tiempo lógico en el sujeto de lo colectivo: algo que no cesa de no escribirse… hasta que se escribe. El problema no es ya si algún día uno podrá contagiarse —sabemos que alcanzará al menos a un 70% de la población— sino cuándo lo estará, y cuándo dejará de no dar signos sintomáticos en el cuerpo.

— De lo real del espacio en la experiencia del confinamiento. El espacio métrico, ahora necesariamente restringido, cede paso estos días a otro espacio más cercano al espacio no métrico. Es increíble las cosas que pueden hacerse en un metro cuadrado que es, además, un metro cúbico.

— De lo real del tiempo colectivo para mitigar los efectos de la inevitable extensión del virus. De hecho, el pánico colectivo no viene hoy generado por el propio coronavirus sino por el inevitable desbordamiento del sistema sanitario que introduce la necesidad de un tiempo lógico: —No se pongan enfermos todos a la vez, por favor. Ese es también lo real del tiempo, traumático para cada uno.

— De lo real de tener un cuerpo, siempre en modo un poco hipocondríaco.

— Y, sobre todo, de lo real de la soledad de ser hablante, tanto si está o no en compañía.

La experiencia de lo real en la que nos encontramos no es pues tanto la experiencia de la enfermedad misma sino la experiencia de este tiempo subjetivo que es también un tiempo colectivo, extrañamente familiar, que sucede sin poder representarse, sin poder nombrarse, sin poder contabilizarse. Es este real el que le interesa y trata el psicoanálisis. La dimensión de síntoma de esta experiencia sucede sin estar necesariamente habitados por el coronavirus mismo, sólo por el discurso que intenta dar un sentido a su irrupción en la realidad como efecto de la pura ley de la naturaleza.

La ley de la naturaleza puede ser previsible —esta es tarea de la ciencia. Lo real sin ley no es previsible —esta es tarea del psicoanálisis. Ante esta diferencia estará bien recurrir hoy a la máxima de los estoicos para hacer una experiencia colectiva de lo real de la manera menos traumática posible: serenidad ante lo previsible, coraje ante lo imprevisible, y sabiduría para distinguir lo uno de lo otro.

*Psicoanalista de la AMP (ELP)

 

Fotografía seleccionada por el editor del blog: Slate estatua de Alan Turing, Bletchley Park, Milton Keynes, Gran Bretaña

 

[1] “Je dirai que le signifiant se situe au niveau de la substance jouissante.” “Diré que el significante se sitúa al nivel de la substancia gozante.” Jacques Lacan, Le Séminaire XX, Encore, Ed. du Seuil, Paris, p. 26.

[2] “Lo colectivo no es nada sino el sujeto de lo individual”. Jacques Lacan, Escritos. Ed. Siglo XXI, México 1966, p. 203, n.7.

[3] Jacques -Alain Miller, “Presentación del tema del IX° Congreso de la AMP”, consultable en la Web de la AMP, Wapol.org

https://wapol.org/es/articulos/Template.asp?intTipoPagina=4&intPublicacion=38&intEdicion=13&intArticulo=2468&intIdiomaArticulo=1

[4] Mais où est donc Zadig?

[5] Jacques-Alain Miller, Ibidem.

[6] Jacques-Alain Miller. Ibídem.

10 respuestas a “CORONAVIRUS: «La ley de la naturaleza y lo real sin ley»

  1. Estimado Miquel,
    Haces una reflexión tan luminosa como necesaria.
    Llevamos en nuestras mentes la carga de Galileo. La naturaleza está escrita en lenguaje matemático, pero de aquella manera. Esa expresión es muy adecuada, con restricciones, para referirnos a lo no vivo, sean los átomos o las galaxias (lo no vivo a pesar del panpsiquismo que renace con Tononi, Koch y sus seguidores)
    Y en la vida no hay ley. El determinismo biológico solo lo es de modo restrictivo, no predictivo. Con lo cual, no sabemos mucho. En realidad, no podemos dar una definición de lo que sea eso que llamamos vida. Ya lo indicas, un virus es y no es algo vivo, según se mire.
    Hay algo llamativo. Nos caracterizamos por hablar, unos con otros, a solas, escribiendo, como sea. Y ahora resulta que un lenguaje mucho más arcaico, no semántico (a no ser que tomemos ese término de un modo muy pobre), simple, molecular, se reproduce exponencialmente. «Habla» a nuestras células para ser copiado muchas veces y volver a decirse sin parar, exponencialmente. Y ante ese «decir» tan extraño, nos volcamos al parloteo que suele ser centrado en el recuento; tantos contagios, tantos muertos, tanto tiempo, tanta pérdida económica…
    No hay ley biológica, aunque se insista en la selección como demiúrgica, y la evolución arrastre tintes finalistas. El virus, como la rosa de Silesius, es «sin porqué». Lamentablemente para nosotros, su modo de florecer no es precisamente el de una rosa.
    Como bien dices, ni el cientificismo ni la religión calman la potencial angustia. Bueno, la ciencia nos ayudará a encontrar soluciones, aunque tarden, dando cierta esperanza, si sobrevivimos al virus. La religión no da sentido, aunque seamos religiosos, porque el Otro que podría conferirlo, Dios, el Misterio, suele callarse fuera del raro momento místico, cuando se vive sin vivir en uno.
    Incluso desde la creencia, ese virus que nos amarga no tiene sentido ni sinsentido. El silencio divino es el silencio del mismísimo virus y también el de los delfines de Cagliari. Un silencio que no enuncia leyes en el ámbito de la vida.
    En la práctica, nos quedamos con lo más propio, la angustia, pero también con el bálsamo del amor humano, sabiendo que no solo somos para la muerte, sino que lo somos con los demás, aunque esa muerte sea de cada uno y, en el mejor de los casos, la propia.

    Un afectuoso saludo,
    Javier

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  2. «No hay progreso, lo que se gana de un lado, se pierde del otro. Como no sabemos lo que perdimos, creemos que ganamos» J. LACAN
    En, Conferencias en las universidades norteamericanas, 1975.

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