¡No a Bolsonaro!
Joaquín Caretti*
Desde hace algunos años estamos asistiendo a una feminización del mundo fruto del empuje de las mujeres para hacerse un lugar en la cultura articulado a la declinación del padre. Dicha feminización no consiste exclusivamente en la conquista de derechos: participación en la vida pública, igualdad con el hombre en el hogar o en el trabajo, entrada decidida en la vida política -tanto en los partidos políticos como en los movimientos sociales- y manifestaciones masivas de mujeres que se han organizado y se siguen organizando en todas partes, como actualmente en Brasil para decir “Él no”. No solo es eso. Hay algo más que tiene que ver con lo que comporta de específico la feminidad, más allá de la voluntad de cada una de las mujeres, y que es una relación particular con los liderazgos y las masas que las hace menos sensibles a los fenómenos de fascinación y sometimiento a una ideología o a un líder, tal como ya lo señaló Freud en el Malestar en la Cultura.
Se pensó que ellas iban a introducir una forma diferente de hacer política, menos masculina. Que iban a inyectar una relación con el deseo y con el goce situada más allá de la creencia en una solución universal de los problemas. Se confió en que su presencia en las instituciones y en la polis iba a aportar, al mismo tiempo, un poco de sensatez y un toque de locura. La sensatez necesaria como para terminar con los fenómenos de segregación, ya que ellas habían sido las primeras en sufrirlos, y la locura de imaginar un mundo no todo. Ante la caída del Padre, diagnóstico generalizado, parecía que el auge de lo femenino alumbraría un mundo diferente y que la feminización alcanzaría a los hombres, quienes saldrían de su protección fálica, de su lógica del todo y la excepción y podrían empezar a pensar la vida y el mundo de otra manera. Tan es así que los partidos políticos más progresistas incluyeron la feminización de la política como uno de sus objetivos centrales. Mucho de todo esto es cierto y está ocurriendo, pero quizás se ha ido demasiado rápido en dar por sentadas las expectativas que este nuevo mundo generó.
Algo no se estimó adecuadamente, no se vislumbraron las respuestas que el cambio podría generar y no se tuvo en cuenta que la reacción del Padre caído podía ser el desencadenamiento de su retorno bajo la forma más feroz. Se olvidó algo esencial: que su figura anida en el inconsciente.
Hoy, a este padre feroz lo tenemos en Sudamérica, en Brasil, encarnado en lo que un colega llama la Cosa e ilustra con la imagen de la Hidra y en lo que otro colega denomina el Mesías, aquel que viene a traer la buena nueva a millones de seres humanos huérfanos de padre y sometidos a la diversidad de un mundo que destruye sus tradiciones y su orden.
De igual modo, asistimos a su auge en Europa bajo la forma de gobiernos o partidos políticos que impulsan la política del odio, principalmente dirigida contra los inmigrantes, pero no solo. ¿Y qué está velando ese odio sino el rechazo a todo lo que sea diferente, a todo lo que no es posible incluir en un nosotros universal? ¡Y quiénes son las verdaderas diferentes sino las mujeres que hoy combaten el orden del Padre! Entonces, odio a las mujeres, a los inmigrantes, a los pobres, a los marginados, a los sin trabajo, a los homosexuales y a todos aquellos que, gozando a su manera, demuestran que no hay ninguna normalidad posible más que aquella de la diferencia. Lo normal es lo anormal: hete aquí el oxímoron intolerable. Esto es algo que el Padre siempre intentó dominar y esconder y que ha sido simbolizado fundamentalmente por lo femenino. Se ha pretendido muerto al Padre y este nos advierte que sigue ahí, muy vivo y anhelado por gran parte de la población mundial como la vía para el retorno a un modo de existir que se ha puesto en peligro. Habrá que pensar en las causas que llevan a las masas a este odio a la diferencia.
En esta línea, cabe señalar las diferentes responsabilidades en esta deriva:
– De los políticos y los economistas al sostener un orden neoliberal cada vez más inicuo y alienante, sumiendo en la desesperación a los ciudadanos y volcándolos en el anhelo de un padre-amo que los saque de ahí.
– De la clase política brasileña en favorecer la descreencia del pueblo en la democracia, ya que avaló con sus votos en ambas cámaras la infame maniobra de destitución de Dilma Rousseff, consiguiendo encaramar a la presidencia a un personaje corrupto que no hizo otra cosa que desacreditar la democracia y el Estado de derecho. Es lo que se ha dado en llamar “golpes blandos”.
– De la justicia al encarcelar al expresidente Lula da Silva por un delito que no está bien probado y que parece más bien una causa armada ad hoc.
– Del Partido de los Trabajadores (PT) por su inmersión en la corrupción, cuestión que favorece claramente el odio de los votantes a la clase política.
– De los medios de comunicación por la definitiva influencia que han tenido en la destrucción del adversario. Todo vale en la lucha por el poder político.
Como se ve, estamos lejos de cualquier idea de feminización de la política. La paradoja es que este nuevo padre del orden y su restauración, pura pulsión de muerte autoritaria, perpetuará y empeorará las condiciones de vida que prometió modificar al sostener, él también, el proyecto neoliberal. Proyecto que es el gran urdidor del profundo malestar de la vida contemporánea.
Entonces: ¿cómo incidir en la política para ir más allá del padre feroz y más allá del neoliberalismo que secunda?
En esta ocasión, una manera muy clara, es llamar a votar a Haddad y no a Bolsonaro.
*Psicoanalista de la AMP (ELP)
Fotografía seleccionada por el editor del blog.