La raíz de la xenofobia: una aproximación desde el psicoanálisis*
Dolores Castrillo Mirat**
Buenos días, bienvenidos a esta conversación. Nuestro propósito es abordar la cuestión del Extranjero y Lo extranjero desde diferentes enfoques, por eso hemos invitado a personas procedentes de muy distintos campos. Por mi parte voy a dar sólo una pincelada de cómo podría abordarse la cuestión desde el psicoanálisis.
El término “extranjero” encubre una gran equivocidad. Si es cierto que una comunidad, incluso la más abierta, se constituye, por la exclusión del Otro, del Extranjero, las reacciones de esta comunidad hacia esos que considera extranjeros pueden ser muy diversas. No siempre los extranjeros suscitan xenofobia. Esto dependen de muchos factores: del origen social, cultural o étnico de los mismos, así como de su proximidad o distancia respecto de nosotros. Por decirlo abruptamente: no se tiene la misma visión del jeque árabe que del inmigrante que viene en patera, aunque ambos sean musulmanes, como antes no se tenía la misa visión del gitano rico que del gitano pobre. Lo que no quiere decir que el racismo y la xenofobia no existan, sino que esta cuestión se intersecciona, se corta con la del origen social, y ésta a su vez con la de la distancia o proximidad.
El extranjero con su lengua otra, con sus costumbres., y tradiciones culturales, con su modo de disfrutar y de padecer, con sus formas de relacionarse entre los sexos, con su estilo de vivir diferente al nuestro, en suma, con eso que en psicoanálisis llamamos su modo de goce, cuando está lejos de nosotros podemos aceptarlo, es más puede producir fascinación (e imitación). El goce del Otro, del extranjero cuando está lejos se llama exotismo. Por referirme a un tema del que tratará Isidro Rodríguez, qué duda cabe, por ej., que la figura del gitano, de la gitana, todos tenemos in mente la mítica Carmen de Bizet, ha ejercido en la imaginación de numerosos artistas una innegable fascinación. Pero cuando el otro se acerca demasiado, cuando está próximo, cuando traspasa nuestras puertas y fronteras, y no precisamente para dejarnos dividendos, ese goce del otro, del extranjero, produce odio, xenofobia. Un odio que a veces se antoja inextinguible, que perdura durante siglos, como testimonia el hecho de que los gitanos, llegados a Europa, al parecer desde la India, nada menos que hace 6 siglos, y después de ser exterminados en masa por Hitler, aún hoy siguen siendo objeto de rechazo y de odio. ¿Se odia qué? Que pese a los intentos de asimilación o de aculturación, el extranjero, el otro, no goza como nosotros. A los gitanos, por ejemplo, se les imputaba antaño y aún hoy que no tienen gusto por el trabajo, que se dedican al pillaje, es decir, que nos roban una parte de nuestro goce. El racismo, tal como lo define Lacan, es esto: odio al goce del Otro. Se odia la manera particular en que el otro goza.
Resulta curioso comprobar como de los reproches por el rechazo del trabajo que hacíamos a los gitanos se ha pasado hoy con esos nuevos extranjeros, migrantes, que llaman a las puertas de nuestro mundo desarrollado al reproche de que “nos roban el trabajo”. De todas maneras, la constante es que el Extranjero, el Otro nos quita una parte de nuestro goce. Su goce nos resulta intolerable, en un doble sentido: por un lado, imputamos al extranjero un modo de gozar que nos resulta, extraño, inasimilable, a nuestra propia forma de hacerlo; por otro, sentimos que su goce sustrae el nuestro. En el fondo siempre hay alguien a quien culpar de que no gozamos lo suficientemente bien, el culpable es el Otro, el Extranjero.
Sin que esto implique en modo alguno considerar al extranjero como un ser angelical, lo que el psicoanálisis descubre es que culpar al otro de que no gozamos lo suficientemente bien es una forma de desconocer que en el sujeto mismo hay una radical inadecuación con el goce, que en su propio goce hay algo extraño, extranjero, que le resulta inconciliable. Por un lado, el goce del sujeto siempre es demasiado poco en relación con el que espera, para los seres que hablamos el goce nunca es suficiente. Por otro, paradójicamente, el goce está de más, nos estorba, nos perturba, quisiéramos quitárnoslo de encima, aunque muchas veces no podamos. Uno de los descubrimientos esenciales de Freud fue constatar que allí donde el sujeto sufre, en su síntoma, por ejemplo, en la relación con el partenaire o con la droga que para algunos es su verdadero partenaire, el sujeto encuentra una satisfacción que no lo contenta, sino que le hace sufrir, por eso esta satisfacción paradójica merece el nombre de goce y no de placer. Es una satisfacción a la que el sujeto adhiere, pero no puede reconocer como tal, como propia, como querida por él. El goce del sujeto siempre es inadecuado, por exceso o por defecto, nunca es el que conviene. Aparece como una especie de cuerpo extraño, extranjero, instalado en lo más íntimo de su ser. Es un goce que divide al sujeto y que atenta contra su bienestar. Es una fuente de auto-odio. En el fondo, la raíz del racismo, del odio al Otro, al Extranjero, es el odio al propio goce. Este es una tesis novedosa, específica, que el psicoanálisis puede aportar a la conversación para someterla a debate.
*Presentación de la primera mesa de la Conversación “Los fenómenos migratorios: modos de la segregación” (Madrid, 3 marzo 2018)
**Psicoanalista de la AMP (ELP)
Foto seleccionada por el editor del blog.
…hay un solo Extranjero acá, en este plano existencial en que transcurrimos y es el Supremacista, el Elitista, el Impotente Dominador, el que no sabe vivir en este Paraíso, ese, el que lo quiere todo y no entiende que no sirve todo sin los Otros…
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