Sujeto, exilio, raza

Sujeto, exilio, raza

Céline Menghi*

 

– ¿A quién quieres más, hombre enigmático, dime, a tu padre, a tu madre, a tu hermana o a tu hermano?

– Ni padre, ni madre, ni hermana, ni hermano tengo.

– ¿A tus amigos?

– Empleáis una palabra cuyo sentido, hasta hoy, no he llegado a conocer.

– ¿A tu patria?

– Ignoro en qué latitud está situada.

– ¿A la belleza?

– Bien la querría, ya que es diosa e inmortal.

– ¿Al oro?

– Lo aborrezco lo mismo que aborrecéis vosotros a Dios.

– Pues ¿a quién quieres, extraordinario extranjero?

– Quiero a las nubes…, a las nubes que pasan… por allá…. por allá… ¡a las nubes maravillosas!

(Charles Baudelaire, “El extranjero” en El Spleen de París)

Un psicoanalista está acostumbrado a escuchar “la voz del sufriente, de uno que sufre de su cuerpo y de su pensamiento” [1] con un malestar incomprensible del que no sabe por qué lo padece, encarnado en el síntoma. El sujeto y el síntoma forman una pareja: se aman, piensan en separarse, lo postergan, a veces, se ponen de acuerdo. El primero no se considera un extranjero sino que percibe al segundo como un extranjero en su casa.  Le pregunta de dónde viene y por qué no se va, cuando insiste, lleva al sujeto al analista y es ahí que descubre que él mismo es extranjero respecto de sí mismo; desconcertado frente al ideal del que creía poder alimentarse de por vida; desplazado del lugar al que los padres lo han confinado a partir de su fantasma; descolocado frente al recorrido que creía llevar a cabo; lejos de estar en sintonía con su deseo; arrancado a diestro y siniestro por la pulsión; traducido en la propia historia, que se convierte en otra en el momento en que, en la experiencia analítica, se la reescribe. Descubre que el síntoma que lo habita, como ha señalado Antonio Di Ciaccia, es “todo suyo”, no es sino la cosa más auténtica que posee. Por otro lado, en el microcosmos que es la pareja, a menudo, aquello que criticamos en el otro no es sino un pedazo de nosotros del que preferimos no saber nada.
Lacan ha inventado el término éxtimo [2] para indicar el Unheimlich freudiano, lo más íntimo que se encuentra en el exterior, hiancia en el seno mismo de la identidad con la que el sujeto debe arreglárselas. La política de la salud mental, que subraya el estilo homologante de la política global, opera para eliminar el síntoma, del mismo modo en que se expulsa al extranjero, evitando escuchar la palabra de quien busca su manera, correcta o “torpe” de vivir.  Si la salud mental borra al extranjero que está en nosotros, el psicoanálisis, al menos con Lacan, lo ama y lo respeta otorgándole un lugar de palabra. No podría ser de otra manera. ¿No nace acaso el psicoanálisis de las palabras raras de algunas mujeres, las llamadas histéricas, que con su voz molestaban al establishment de la época y encontraban en la consulta de Freud un lugar de escucha? El psicoanálisis nace a caballo de un siglo en el que nuestro extranjero era el esclavo de las colonias, obligado a dar la vida por el bien de Europa o sirviendo en guerras democráticas [3], y que era preferible que permaneciera allí, mientras nosotros éramos, europeos, los extranjeros que cruzábamos el océano en busca de trabajo, comida y derechos. Muchos psicoanalistas, Freud el primero, ¿no huyeron acaso de las leyes raciales, encontrándose ellos mismos como extranjeros en el exilio?  El psicoanálisis ha construido sus bases alrededor de un mito cuyo eje es un extranjero, Edipo, un exiliado. Y más aún, Lacan ¿no ha mostrado acaso que una mujer aparece como extraña y extranjera al hombre y a la mujer misma? El famoso aforismo “no hay relación sexual” es también un modo de nombrar el exilio recíproco al que están condenados el hombre y la mujer por los dos modos extraños de gozar. Además, después de Freud, ¿no es gracias a un extranjero exiliado y a la invención de una lengua propia, como mínimo única y casi intraducible, Joyce, que Lacan cambia la escritura del síntoma en sinthome, privilegiando el modo en que el ser hablante se las arregla con lo que del síntoma no es interpretable: un resto, un plus-de-goce? Gracias a Joyce, tomado entre dos lenguas, el inglés y el gaélico, Lacan señala que el ser humano no es todo uno con el cuerpo, sino que este cuerpo se tiene y complica la vida al sujeto como un desconocido difícil de manejar que, al mismo tiempo, lleva las huellas que el lenguaje ha dejado como marca que exilia al sujeto y lo obliga a elucubrar con palabras volviéndolo bilingüe por estructura. Sí, el sujeto habla, pero otra lengua habla en él: la lengua del inconsciente

Lacan es claro: “En el extravío de nuestro goce, sólo el Otro lo sitúa, pero es en la medida en que estamos separados de él. De ahí unos fantasmas, inéditos cuando no nos mezclábamos. Dejar a ese Otro en su modo de goce es lo que sólo podría hacerse si no le impusiéramos el nuestro, si no lo considerásemos un subdesarrollado” [4]. Bajo las ropas de una “humanistería de cumplido” [5], son éstos los efectos del discurso capitalista. El psicoanálisis le opone otra economía, la del goce uno por uno.

En el film de Riccardo Milani, Come un gatto in tangenziale, encontramos una tragicómica metáfora de hasta qué punto el goce del Otro toca las narices. Agnese, romana con casa en Capalbio, se enamora di Alessio, de Bastogi, la peor periferia de Roma habitada por marginados, blancos, negros y originarios de Bangladesh que cocinan de la mañana a la noche y todo sabe a cúrcuma, como “sabe a sal el pan del otro”. El padre de ella, un think-tank, trabaja, más bien, ¡pergeña!, para el Parlamento europeo la recalificación de las periferias; la madre, una chic radical, cultiva lavanda en la Provenza. La madre de Alessio se las apaña entre el marido “de vacaciones” por haber “abierto la tripa” a un tipo, dos gemelas ladronas, el trabajo en el comedor y tratar de que su hijo no cometa ningún delito. El encuentro entre las dos familias no resulta fácil… Los chic radicales con su manera de hablar impostada y su picnic en el Oasis de Capalbio, un fruto frugal y dietético para cada uno, y los barriobajeros con su estilo en el maremágnum de la playa de Coccia di Morto, no gozan de la misma manera. Son blancos, pero más extranjeros entre ellos que cualquier extranjero.

Todos somos “extraordinarios extranjeros” dicen los versos de Baudelaire, emigrados en el campo de los significantes del Otro, exiliados de la pulsión con permiso de quien empuña un concepto obsoleto: raza, desmentido en 1992 por un gran biólogo y genetista italiano, Luigi Luca Cavalli-Sforza de 90 años: “[…] el concepto de raza humana es totalmente arbitrario, detesto la palabra raza porque está identificada con la superioridad o inferioridad de los pueblos que, sin embargo, es cultural, no biológica”. El historiador y matemático Israel escribe de él: “haber […] derribado la idea de que el concepto de raza tenga un fundamento científico, no es una operación sin importancia, […] pero todavía resiste el prejuicio de que las razas existen y que existen también razas superiores e inferiores, que no es sino la ideología denominada racismo”.

*Psicoanalista de la AMP (SLP)

Traducción: Constanza Meyer

[1] J. Lacan, Televisión, Otros Escritos, Paidós, Buenos Aires, 2012, pp. 538-9.

[2] J. Lacan, El Seminario, Libro 16, De un Otro al otro, Paidós, Buenos Aires, 2008, p. 226.

[3] Cfr. Simone Weil, Opere complete II 2, p. 332.

[4] J. Lacan, Televisión, Otros escritos, op. cit. p. 560.

[5] Ibíd.

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