Desaparecidos en el Mediterráneo: cuerpos sin nombre

  Desaparecidos en el Mediterráneo: cuerpos sin nombre

 

Marie-Hélène Blancard*

 

El sábado 18 de abril de 2015, un pesquero de arrastre se hunde a la altura de las costas de Libia con cerca de 800 emigrantes a bordo[1]. El barco se tiene que llevar al desguace, una bendición para los pasadores que podían rentabilizar su compra aumentando el número de pasajeros. Por una plaza en el puente había que desembolsar 800 dólares y 300 dólares para hacinarse en la bodega. Los pasadores confían el timón de la endeble embarcación a un tunecino y a un sirio, ambos jóvenes e inexperimentados.

Al caer la noche, una primera llamada de angustia llega al Centro de coordinación de auxilios marítimos a Roma.

Habiendo avistado el pesquero en la zona de salvamento libio, se designa al navío más próximo para llevar a cabo una operación de salvamento. Esa tarde, es el King Jacob, que enarbola pabellón portugués. Las autoridades italianas piden al capitán que cambie la ruta para dirigirse hacia el pesquero, al mismo tiempo que a un buque militar italiano que patrullaba en el sector. El capitán ve una luz en la oscuridad y distingue una pequeña embarcación en la cual hay hacinadas un número increíble de personas. Decide parar los motores y llama a su tripulación a cubierta para proceder a una operación de salvamento. Pero el pesquero cambia el rumbo y acelera, dirigiéndose directo hacia el King Jacob. El choque es fatal. La endeble embarcación zozobra bajo los movimientos de los asustados emigrantes, se da la vuelta y se hunde en unos minutos.

De los 800 pasajeros, solo hay 28 supervivientes. Entre ellos los dos hombres que llevaban el timón, considerados como los responsables del naufragio: pasarán un juicio y serán duramente condenados. El resto de los pasajeros han sido engullidos por el Mediterráneo.

El día siguiente al naufragio el Primer ministro italiano Matteo Renzi organiza una conferencia de prensa y exige la convocatoria urgente de una cumbre europea. La operación de salvamento Mare Nostrum, llevada a cabo solamente por Italia ha terminado, sustituida por la operación Tritón de Frontex, y el número de muertos de pronto ha aumentado. Durante únicamente el mes de abril de 2015, se han contabilizado 1222 desaparecidos. En ese momento es cuando los políticos han empezado a hablar de “crisis migratoria”, y toda la prensa ha retomado esta expresión. ¿De qué crisis se está hablando? ¿Del aumento del número de emigrantes, o de la impotencia de Europa para organizarse y hacer frente a tal situación?

En la conferencia de prensa Matteo Renzi recalca la necesidad de una solidaridad europea, aunque sólo sea para detener a los traficantes a los que compara con esclavistas. Evoca la dignidad humana: “No podemos pensar que los muertos son cifras. Son seres humanos”. Después anuncia que Italia hará todo lo posible por recuperar el pecio, “por respeto a los muertos”. “Queremos ofrecerles una sepultura digna”, concluye.

Es la primera vez que un Estado europeo se preocupa en devolver su humanidad a emigrantes desaparecidos en el Mediterráneo, forzando al público a verlos, a contarlos uno a uno, buscando su identificación. ¿Por qué no tendrían nunca nombre esos muertos, mientras los vivos son inscritos desde que llegan, almacenando sus huellas digitales en las bases de datos comunes, accesibles a todas las policías europeas?

Para los muertos no existe nada en Europa. Los cuerpos que fracasan en sus playas se convierten en la preocupación de aquellos que deben recogerlos y enterrarlos, y cada uno se las arregla como puede.

Italia mantuvo su promesa. Más de un año después de búsquedas y operaciones en el mar, el pecio que reposaba a 150 metros de profundidad fue puesto a flote teniendo cuidado de que los cuerpos no se esparcieran. Una vez recuperado, fue llevado a Sicilia a una base militar de la OTAN. El coste de la operación, financiada exclusivamente por el gobierno italiano, alcanzó los nueve millones de euros. Fueron necesarias dos semanas a los bomberos voluntarios, llegados de toda Sicilia, para remontar 458 cuerpos en bolsas mortuorias. En la bodega de 45 metros cuadrados había 203 personas hacinadas: cinco muertos por metro cuadrado.

El trabajo del médico forense y de su equipo comenzó: un paciente trabajo de identificación a partir de los objetos personales recuperados sobre las víctimas, con el objetivo de búsqueda de las familias. Sera necesario abrir cada bolsa, proceder a una autopsia, hacer radiografías 3D del cráneo, sacar muestras para analizar el ADN, fotografías la ropa y los objetos encontrados en los bolsillos. Rellenar minuciosamente un formulario detallado de varias páginas por cada víctima, indicar los tatuajes, los dientes faltantes, las cicatrices y marcas de fracturas.

Una vez que el trabajo de los forenses y antropólogos ha terminado en el lugar, las muestras de ADN y los efectos personales son enviados al Instituto Labanof, en Milán. Reúnen así los cuerpos repescados en el momento del naufragio y los encontrados en el fondo del mar: un total de 675 “unidades” que pasarán por las manos expertas del médico forense, la doctora Cristina Cattaneo. La directora del Instituto trabaja desde hace más de veinte años en la búsqueda de desaparecidos y en la identificación de emigrantes.

Ella es la que ha formado al personal en la base (en los cimientos), así como a los bomberos confrontados al horror, ya que la mayoría no habían tenido que vérselas con ahogados. Por otro lado, ella querrá salvar el navío de la destrucción prevista por las autoridades italianas, a fin de transformarlo en museo. Para ella, este navío es el símbolo de todos los otros naufragios, menos espectaculares y menos costosos.

En estrecha colaboración con el Despacho de los desaparecidos, ha puesto a punto un procedimiento para intentar dar a los muertos un apellido, un nombre y una fecha de nacimiento. Todas las informaciones recogidas en el momento de la autopsia son reunidas en un banco de datos común.

Pero ¿cómo encontrar a las familias cuando no se conoce con certeza el país de origen de las víctimas? Al menos haría falta poder constituir un fichero central europeo. Por el momento, las familias son buscadas por medio de las asociaciones, consulados y las redes sociales.

Muchas víctimas han sido inhumadas en el cementerio de Catania, que se ha hecho inmenso, una ciudad en la ciudad.

Para aprovechar el espacio, las tumbas contienen cada una tres cuerpos. El emplazamiento está marcado con minúsculas pancartas plantadas con varas de hierro, con un número para cada cuerpo no identificado.

En 2015, el año del naufragio del pesquero, 3675 personas perecieron en el Mediterráneo.

La inmensa mayoría, 2794 personas, se ahogaron intentando llegar a Italia. La mayor parte de las víctimas reposan en el fondo del mar. Aquellas cuyos cuerpos son repescados se les entierra en tumbas anónimas, en los cementerios de Sicilia, pero también en Grecia, en Turquía, en España, en Libia, en Túnez. Nadie conoce el número exacto. Europa se ha convertido en el destino más peligroso del mundo.

*Psicoanalista de la AMP (ECF)

Traducción: Elvira Tabernero

 

[1] Cf. “Los desaparecidos”, (“Les disparus”), serie sobre los emigrantes, lectura por episodios en internet Les jours.fr

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