PSICOANALISIS, CIENCIA Y CAZA DE BRUJAS
Marta Maside Docampo*
Hace unos días leí, con desagradable sorpresa, que la OMC (Organización Médica Colegial) abría un Observatorio desde el cual denunciar lo que viene a denominar las “prácticas pseudocientíficas”, entre las cuales lista una serie bastante dispar, y en ella, figura el psicoanálisis.
Sorpresa, porque la existencia de los colegios profesionales responde a la necesidad de regular una práctica: la propia. Cada uno, la suya. ¿Por qué iba a erigirse la OMC en reguladora de otras prácticas? ¿Ha leído todas esas doctrinas en profundidad, ha revisado sus clínicas para poder emitir un juicio fundado acerca de su pertinencia o su “cientificidad”?
Desagradable, porque encontré el nombre del psicoanálisis entre esas prácticas “pseudocientíficas”. No sabía que la OMC hubiese leído a Freud, a Lacan y a Miller con tanto detenimiento, que hubiera puesto en práctica la clínica y el análisis personal de los practicantes, para llegar a concluir que se trata de una pseudociencia. Porque los que sí que lo hemos hecho, los que los hemos leído y los seguimos leyendo, concluimos otras cosas.
Como en los últimos tiempos ya he venido escuchando esta cantinela más de una vez, me parece necesario aclarar un punto de partida: el objeto de estudio del psicoanálisis es la subjetividad del ser humano. La subjetividad es el producto del encuentro, singular e irrepetible, de cada ser hablante con el lenguaje; producto que se irá construyendo y estructurando a lo largo de su existencia, y que gobernará todas sus decisiones en la vida.
Subjetivo, es el par opuesto de objetivo. Lo que estudia la ciencia es aquel objeto que es medible, cuantificable, reproducible, y cuyos efectos, bajo determinadas condiciones, son siempre replicables. ¿Puede aplicarse el método científico a la subjetividad para extraer un saber sobre la misma? No lo parece.
Sigmund Freud, un neurólogo, llegó a esa conclusión y se apartó de la biología para seguir el rastro de unos síntomas que no obedecían a las leyes científicas de la anatomía, sino a la lógica de la palabra -como supimos años más tarde, gracias a la posterior investigación de J. Lacan.
Es decir, que Freud encontró en su práctica médica datos empíricos que apuntaban a inferir la existencia de otro mecanismo, psíquico, que actuaba porque producía efectos en el cuerpo de los pacientes. A este mecanismo psíquico lo llamó inconsciente. Y fueron estos casos clínicos los que lo condujeron a investigar las leyes de su funcionamiento, y el método más apropiado para abordarlo. Tarea en la cual sigue implicado el psicoanálisis a día de hoy. Primero con Freud, después con Lacan, y ahora con J.A. Miller.
El psicoanálisis es una disciplina que desde su nacimiento ha extraído el cuerpo de sus conocimientos de los hallazgos de la clínica. Esto es, supone el empirismo de la observación y el tratamiento del caso por caso.
El psicoanálisis no es una ciencia, es una disciplina rigurosa, con unos principios definidos, que aborda el sufrimiento psíquico -la salud mental, podemos decir- y que lo trata por la vía de la palabra, obteniendo unos efectos tanto terapéuticos como de saber, que están a disposición de cualquiera que desee conocerlos o de hacer la experiencia de un análisis.
La subjetividad no es sólo lo que gobierna nuestra vida, la herramienta con la cual afrontamos e interpretamos los acontecimientos; sino que concentra todo aquello que nos hace humanos, porque surge del anudamiento particular que se produce entre la palabra y el afecto en cada uno de nosotros. No deberíamos olvidar esto, en los tiempos que corren de la burocratización y la protocolización generalizadas, en los que el peso de la ciencia, seguramente mal entendida o mal aplicada, no soporta ningún tipo de incertidumbre… ¿pero qué es la ciencia, sino se funda en el deseo de saber? ¿Es el único método de conocimiento posible para el ser humano?
La subjetividad tiene sus propias leyes, que no pueden medirse con escuadra, ni analizarse con microscopio, ni reproducirse mediante réplica exacta de su algoritmo. Y a lo mejor, ni falta que hace.
*Psicoanalista, miembro de la AMP (ELP).
Es de agradecer la existencia de un blog como éste, con entradas como la que hoy nos brinda Marta. Es de agradecer por necesario en un tiempo en el que hasta la propia Ciencia está en riesgo de ser paralizada por el cientificismo, que hace de ella creencia.
No hay subjetividad en las órbitas planetarias ni en los cultivos celulares, pero existe en el observador. Siempre y por ello la ciencia requiere de una objetividad intersubjetiva mediada por el lenguaje. Es el lenguaje lo que nos hace humanos y es el lenguaje lo que también facilita que algunos de esos humanos sean científicos.
Es decir, la raíz a la que remitirnos siempre para poder vivir es el lenguaje, incluso en sus tropiezos pero también cuando se percibe insuficiente, como ocurre en la experiencia mística o en la teorización matemática.
Llevando las cosas un poco al extremo, no es concebible el mundo sin la palabra. Hasta el Logos se hizo carne, nos dice el hermoso evangelio de San Juan para referirse a un dios hablante, corporeizado, humanizado porque habla y es que no es concebible un dios que se calle, serio problema de la teodicea como sabemos. Logos sí puede constituirse así en alfa y omega.
No podemos diferenciar Medicina y Psicoanálisis por mucho que en ello se empeñen sesudos profesionales. Y no podemos porque se trata de lo mismo en lo esencial, pues tanto la Medicina como el Psicoanálisis atienden a la cura del ser humano escuchándole (aunque sea mudo) a él y a sus síntomas. Y atienden a ello desde la subjetividad atravesada por el lenguaje del médico, del analista, de quien se interesa por el otro, que, en cierto modo, es interesarse por uno mismo.
No hay encuentro clínico objetivo. Es imposible. La subjetividad impregna el diagnóstico, desde la anamnesis hasta la semiología instrumental y subyace en buena medida a la palabra que cura con ayuda del fármaco o de la intervención quirúrgica. No hay cura sin palabra; será otra cosa.
La llamada medicina basada en la evidencia tiene el poder que le otorga la estadística para diferenciar señal de ruido, para establecer relaciones entre variables. Pero ese poder, innegable en determinadas circunstancias (más bien escasas), deriva de la reducción de lo singular a lo individual, algo que puede aceptarse en un método observacional o experimental pero que es inaceptable, abominable incluso, en la relación clínica.
Aunque fuera breve, aunque sólo se alcanzara a atisbar de qué va, todos los médicos precisarían de un encuentro analítico, tanto para intuir por qué se han hecho médicos como para saber qué hacer desde tal posición. Y, siendo así, tratar de descalificar el Psicoanálisis supone despreciar la propia Medicina, traicionando su carácter sagrado, humano.
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