Una dictadura invisible

Una dictadura invisible

 Dalila Arpin*

A nuestros hijos les cuesta creer que cuando éramos chicos no había ni ordenadores, ni teléfono móvil, ni redes sociales. Que cuando había que hablar por teléfono había que hacerlo desde casa o desde una cabina. Que cuando no nos acordábamos de un dato, había que esperar a llegar a casa para buscarlo en el diccionario. Que cuando escribíamos una carta había que esperar la respuesta varias semanas o meses después. Que si tipiábamos un texto y nos equivocábamos, había que volver a escribir toda la página…Que si queríamos ver una película, había que esperar a que pasara en el cine o en la televisión. Nuestra vida era muy diferente de la actual, especialmente en cuanto a la relación con el tiempo, que estaba lejos de la inmediatez contemporánea. Es lo que el historiador contemporáneo François Hartog[1], uno de los mejores especialistas de la Antigüedad Griega, llama “presentismo”. Es un presente que se basta a sí mismo, que contiene pasado y futuro. En esta cárcel temporal, el único horizonte es el instante. Es la desaparición del tiempo lineal.

Sin embargo, el futuro que nos espera y que ya comienza a aparecer ante nuestros ojos será bastante distinto de nuestro presente. Y esto se lo deberemos a los algoritmos. Es la tesis que desarrollan Marc Dugain, novelista y Christophe Labbé, periodista, en “L’homme nu. La dictature invisible du numérique[2]”.

Cuando Yannick Bolloré –dirigente del grupo Havas- se dirige à San Francisco para entrevistarse con los dirigentes de Google, encuentra en su teléfono un mensaje que lo perturba: un restaurant cercano al hotel donde se aloja propone sushis de salmón con 15 por ciento de descuento. ¡Es cerca de mediodía y el sushi de salmón es su plato preferido! Demasiada coincidencia para no despertar sus sospechas. En efecto, la dirección de Google le confirma que son ellos los que han enviado el mensaje[3]. “¿Y la vida privada?”, pregunta Bolloré. “Ah, sí, es cierto que en Europa Uds. hablan mucho de eso…”, le responden. Cada minuto, cerca de 300 000 tweets, 15 millones de SMS, 204 millones de mails son enviados a través de todo el planeta,  lo que lleva a tipiar 2 millones de palabras-clave[4]. Estos numerosos mensajes son decodificados por ordenadores sumamente poderosos, capaces de extraer un sinnúmero de informaciones que configuran un perfil de cada uno de nosotros. ¡Sonría, Ud., ha sido fichado!

Esta masa de información es explotada por empresas privadas como Apple, Microsoft, Google o Facebook. Es el nuevo oro negro, que los magnates se arrancan para venderlo a precios exorbitantes. Los Bill Gates o los Mark Zuckerberg son los nuevos Rockefeller[5]. Son la nueva encarnación de la superpotencia americana. Para asentar su influencia económica, los EEUU han entremezclado sus intereses con los de la industria petrolera, sobre fondo de golpes de estado en otros países como por ejemplo en Panamá. Luego han prestado apoyo logístico y financiero a movimientos guerrilleros, como en Nicaragua, o a operaciones militares como en Irak.  Es una verdadera fusión entre el Estado y los grupos industriales de la ciencia informática que va a dar a luz a una humanidad de un género nuevo[6].

El mundo que comienza a dibujarse en nuestras pantallas es el del cálculo a ultranza por parte del algoritmo de cuáles serán nuestras reacciones, en función de las elecciones que ya hemos hecho, qué libros vamos a comprar, qué viajes vamos a reservar, pero también por quién vamos a votar…Ya que Google no se limita a trazar nuestro perfil de consumidores, sino que su punto de mira es también político.  Para la mayoría de empresarios de la Sillicon Valley, el Estado es el enemigo número uno. Consideran al Estado como “una industria ineficaz” y a la democracia como “inadaptada”[7]. Es la opinión de Patri Fiedman, ex-ingeniero de Google: el sistema político actual esta esclerosado y las leyes de regulación del comercio o del uso de datos privados y públicos impiden el progreso. ¿Su proyecto? Cubrir el planeta de “ciudades-estado flotantes”, independientes del Estado. Peter Thiel, fundador de PayPal, declaraba que “una lucha a muerte ha sido declarada entre la tecnología y la política”[8]. Su argumento principal es que si las empresas cierran, la bolsa se derrumba, mientras que si el Estado no funciona, todo sigue igual.

El velo se quiebra: si los pioneros de la informática tenían una actitud “cool”, los nuevos amos del mundo digital proyectan terminar con la democracia. Una nueva tiranía se esboza así. El slogan de Google no puede ser más claro: “Organizar la información del mundo para volverlo más útil y accesible”[9].

¿No es acaso una respuesta posible a la pregunta que se hiciera Lacan, hacen ya varias décadas: “Le maître de demain, c’est dès aujourd’hui qu’il commande[10](el amo de mañana es desde ahora que comanda)?

*Psicoanalista, miembro de la AMP (ECF).

[1] Citado por Pol-Droit, R., Vivre aujourd’hui. Avec Socrate, Epicure, Sénèque et tous les autres, Odile Jacob, 2010.

[2] Dugain, M.,  Labbé, C., L’homme nu. La dictature invisible du numérique, Robert Laffont, 2016.

[3] Ibid., pp. 21-22.

[4] Ibid., p. 22.

[5] Ibid., p. 24.

[6] Ibid., p. 23.

[7] Ibid., p. 27.

[8] Ibid., p. 27.

[9] Ibid., p. 29.

[10] Citado por Jacques-Alain Miller in « Conférence de Madrid », traduite de l’original espagnol, pronunciada el 13/5/2017 en el Palacio de la Prensa, Madrid.

Una respuesta a “Una dictadura invisible

  1. Me parece interesantísima esta entrada, tanto por la comparación de este presentismo con lo que era la vida cotidiana hace pocos años (un suspiro en la Historia), como por lo que augura.
    Es probable que, de serle interesante a sus directivos, FB pueda pronosticar a día de hoy el resultado de las elecciones catalanas, por ejemplo, mucho mejor que cualquier encuesta que se realice a tal efecto. Y es probable que le sea interesante, como lo es que pueda interferir en ellas mediante una influencia algorítmica en los votantes.
    Se habla de “influencers” para señalar a quienes destacan generalmente por banalidades de moda de vestir o culinarias. Los que influyen de verdad son los citados en el artículo. No parece que sea pequeña la influencia que la “Singularity University” pueda tener en las tecnologías biomédicas, por ejemplo. Parece que el mundo es, como también se indica, lugar de consumidores y quienes no consumen no existen para los “nuevos Rockefeller”, por lo que no es descartable la hipótesis del retorno a “ciudades estado flotantes” (aunque sean muy grandes en número de habitantes). Los políticos parecen ignorar los nuevos tiempos y siguen insistiendo en influir en el electorado mediante mítines y miles de carteles en los faroles mostrando una cara sonriente, algo tan obsoleto como las cabinas telefónicas. Quienes pretenden influir desde el poder en su mundo ignoran las influencias reales.
    El “hombre desnudo” es un hombre atomizado a la vez que individuo de una masa dirigible. Sin lenguaje, el sujeto deviene en individuo y éste es un mundo en el que ya no se habla; sólo se parlotea tecleando. Y así, la subjetividad cede ante la objetividad algorítmica que nos dirá qué votar y qué pareja elegir (ya hay “apps” para eso) o cómo prevenir enfermedades a base de recopilar datos y más datos de nuestros cuerpos y vidas.
    El movimiento de alienación parece imparable porque las formas de unión tradicionales como la que reclamaba Marx han pasado a la Historia. Estamos realmente desnudos, desprotegidos, en un momento en el que la unión en la sensatez sería más necesaria que nunca. Antes de que nos caiga un misil coreano, que aun quedan líderes al viejo estilo.

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