Ciencia, creencia y subjetividad. En defensa del Psicoanálisis.
Javier Peteiro Cartelle*
No deja de sorprender que el gobierno de Macri intente eliminar el psicoanálisis de un país, Argentina, en el que está tan ampliamente extendido. Para ello pretende reformar la Ley de Salud Mental con un decreto[1] en el que el argumento básico parece bondadoso. En efecto, en el artículo 5 se dice que “para determinar el diagnóstico deberá ajustarse a las normas aceptadas internacionalmente y basadas en evidencia científica”. El artículo 7 insiste en ello resaltando que “las prácticas en la atención deben basarse en fundamentos científicos ajustados a principios éticos y prácticas fundadas en evidencia científica”. Es decir, todo por el bien de los ciudadanos y en nombre de la ciencia.
Eso ha creado un movimiento de resistencia amplio[2] que va más allá del interés profesional de un colectivo, residiendo su valor no sólo en defender el psicoanálisis, sino al propio ser humano en su singularidad, en lo que le es más propio, incluso cuando es presa de la locura.
En nombre de la Ciencia se habla ya de todo lo divino y lo humano. De lo divino, para afirmar o negar a Dios, como si ese fuera cometido de los científicos. De lo humano, para reificarlo.
Es cierto que hay las llamadas ciencias humanas, tomando el término “ciencia” en sentido amplio, de estudio sistemático de algo empírico. Lo es la Historia, la Sociología, la Economía… ¿Y la Psicología y la Medicina y, dentro de ésta, la Psiquiatría? Sólo si contemplamos al sujeto como individuo. Esto es perfectamente admisible, pues cada persona puede adoptar el valor de individuo en un estudio, sea como individuo económico, histórico, social, como votante, como infectado por un virus, como fumador, etc. Es así posible construir una Medicina Preventiva basada en la estadística o hacer ensayos clínicos que fundamentan la “medicina basada en la evidencia” (una evidencia cada día más degenerada por conflictos de interés y afán curricular).
También es factible, con ese enfoque, estudiar comportamientos individuales, conductas. Eso sostiene la opción conductista, eso apoya el marco cognitivo-conductual, que es lo que parece pretenderse con la reforma de Macri.
La Ciencia puede estudiar el organismo humano y la conducta del individuo humano en los distintos ámbitos en que actúa, pero no al sujeto singular, no al ser hablante. Se dice que cada persona es un mundo y es verdad, aunque se intente desterrar algo tan obvio. Lo subjetivo es ajeno a la Ciencia, que sólo puede basarse en datos observables y, a poder ser, medibles, siguiendo la obsesión de Lord Kelvin.
Más aún, lo fundamental subjetivo, lo que influye en las grandes determinaciones personales, en las elecciones vitales, llega a ser ajeno al conocimiento propio, es inconsciente y, si la consciencia escapa a la reducción neurobiológica, lo inconsciente personal menos podrá ser abordado científicamente, lo que no obsta para que el encuentro clínico, singular también, pueda facilitar que el paciente haga un mejor uso, más propiamente humano, de su vida. Ese es el valor del Psicoanálisis. Pero no hace falta ir tan lejos pues ése es también el valor de la Medicina misma, que ha de lidiar en mayor o menor grado con lo inconsciente de cada cual, razón por la que un encuentro clínico nunca podrá sustituirse por un enfoque algorítmico, ni siquiera en el aspecto que parece más claro, el diagnóstico.
Al ser imposible que la Ciencia pueda alcanzar lo singular de cada ser humano en su sufrimiento mental, más allá de proporcionar fármacos que lo alivien, que no es poco, es llamativa esa insistencia, en un texto legal, de la expresión “evidencia científica” para referirse a terapias en el campo de la salud mental. Las terapias a las que se alude son las que reclaman para sí el carácter de científicas, cosa que no hace el Psicoanálisis (aun siendo fruto del empirismo clínico). Pero esas evidencias lo son del individuo reducido a organismo que responde a estímulos; dicho de otro modo, del sujeto reducido a cosa maleable, algo que está de moda en la época del “coaching”.
Pero vayamos al término radical, la evidencia. ¿Qué es eso? ¿Cuándo hay evidencia de algo? Dejando al margen que lo evidente no es universal (hay gente que cree en el relato bíblico e ignora la evolución, del mismo modo que otros consideran evidentes las visitas de alienígenas) y también las dificultades de definirla con propiedad, podemos entender por evidencia científica la que es intersubjetiva por reproducible y comunicable.
Por ejemplo, los físicos tienen una buena base para acordar entre ellos que la Tierra no es plana o para asumir que la teoría de la relatividad es verdadera a la luz de todos los datos observacionales que comparten. Los biólogos asumen que ha habido una evolución de las especies considerando el registro fósil y teniendo el marco de la Genética Molecular. En el caso de las ciencias llamadas duras, como la Física, esa evidencia es sostenida por la capacidad de confirmar predicciones, sean eclipses, sean ondas gravitacionales. Bastará con que falle una predicción para que una teoría haya de ser mejorada o simplemente olvidada, algo que atiende al criterio de “falsabilidad” de Popper[3].
Pero incluso en lo más básico, la evidencia científica, que es intersubjetiva (no basta con que la tenga uno solo), se basa en una comunicación que ha de ser lo más clara y simple posible, algo que se alcanza de modo especial cuando es expresable en lenguaje matemático. Y sucede que esa evidencia requerida implica en general pérdida de comprensión por parte de quien no es investigador en un campo dado. La demostración por Wiles del último teorema de Fermat fue comprendida por muy pocos, a quienes, sin embargo, se les hizo evidente. Lo cuantitativo es ajeno a la evidencia real, pudiendo haber poca gente capaz de acceder a lo evidente o, por el contrario, pudiendo ser muchos los que creen evidente la realidad del relato del Génesis, Las “fake news” se sostienen por esa necesidad de creer y de creer ya, de forma tan inmediata como poco rigurosa.
Por eso, para hablar de evidencia científica se requiere cierto rigor, algo que no parece darse en un discurso como el político, que puede conducir a mejoras sociales, pero también a lo peor, como apunta el decreto de Macri.
Se dice a veces que estamos en la Era de la Ciencia, pero eso no es del todo cierto ni mucho menos. Seguimos y seguiremos siendo más bien creyentes. Estamos en la creencia y la Ciencia sólo nos sirve para sostener la mejor de las creencias posibles, la que apunta a lo Real, aunque no lo alcance. A partir de ellas, cada cual podrá componer su propia cosmovisión.
Ocurre que la propia Ciencia se basa en la creencia misma, sin la que no sería posible. La Ciencia se construye desde la creencia en la lógica deductiva que nos permite afirmar lo contra-intuitivo, como que hay tantos números naturales como números pares. Se construye desde la inducción, por la que el hecho de que hayamos visto tantas veces salir el sol nos permite asegurar que lo hará mañana incluso aunque nosotros no estemos para verlo, pero resulta que no todas las afirmaciones inductivas son tan claras, como sería afirmar que, ya que han caído asteroides en la tierra, volverán a caer en el próximo siglo. Y supone la isotropía de la legalidad física, es decir, que las leyes fundamentales de la Física son tan respetadas en mi calle como en una estrella de neutrones muy lejana. La Filosofía sigue subyaciendo a la propia Ciencia.
Finalmente, podemos creer en la Ciencia desde la apariencia de que algo es científico. Es habitual; se muestran datos, registros, números… Pero no todo lo que parece ciencia lo es. Tomemos un ejemplo de la “Ciencia” que parece defender Macri. Un fármaco inhibidor de la recaptación de la serotonina (ISRS). Se le llama antidepresivo porque en ensayos clínicos (al margen de que haya meta-análisis que lo cuestionen) se encuentra que el grupo de deprimidos que lo toma mejora en una escala, como la de Hamilton, que “mide” la depresión y esa mejoría tiene significación estadística. ¿Qué concluimos científicamente? Sólo que es probable que su administración ayude a un paciente deprimido. Nada más ni nada menos, pues nunca hay que menospreciar el valor potencial de un medicamento que alivie. Pero suponer una relación causal entre un déficit de neurotransmisores en determinadas hendiduras sinápticas y la depresión es, en el mejor de los casos, una hipótesis de la que partir para ahondar en los mecanismos neurobiológicos implícitos y, en el peor, un salto al vacío que prima lo biológico ignorando lo biográfico.
Los claros avances tecnocientíficos que nos facilitan la vida han inducido a creer sólo en la Ciencia y, lo que es peor, a creer que todo lo que se proclama como Ciencia lo es. El gran problema que tenemos hoy en día con los científicos es que han descuidado la filosofía que sostiene a la Ciencia, tanto en su construcción como en su interpretación. Eso supone la transición, en amplios sectores, de la Ciencia al cientificismo, que es algo muy distinto y que deviene incluso autoritario, como un amo incorpóreo. En tal contexto, es explicable algo tan difícil de entender como que, en Argentina, reino del psicoanálisis, éste esté en peligro por la visión cientificista de algún asesor de Macri, sin descartar que el propio Macri haya tenido una mala experiencia con el psicoanálisis, como parece haberle sucedido al auto-declarado cientificista Mario Bunge.
El Psicoanálisis sigue y seguirá vigente, a pesar de Macri, como ocurrió a pesar de otras derivas autoritarias, pero tal permanencia dependerá, como siempre, de la decisión de quienes defendemos la libertad y la dignidad humanas.
*Doctor en Medicina.
https://www.cels.org.ar/web/wp-content/uploads/2017/11/ReglamentacionSM-1.pdf
[2] http://ampblog2006.blogspot.com.es/2017/11/peticion-salud-mental-en-argentina-no.html
[3] Popper K. (1977). La lógica de la investigación científica. (Víctor Sánchez de Zabala trad.) Madrid. España. Tecnos SA. (Obra original publicada en 1962).
Estimado Javier,
Gracias por este texto-diana que va al centro de la actualidad, no sólo en Argentina, de la política del psicoanálisis y la ciencia. Nadie como tú ha sabido situar este nudo tan difícil de hacer y deshacer en tiempos del cientificismo.
Debo leer todavía qué dice exactamente el proyecto del gobierno Macri. Estamos viendo con los colegas de la EOL —la semana próxima viajo a Buenos Aires— cómo dar una respuesta precisa a este proyecto para defender decididamente al psicoanálisis ante los embates del cientificismo. Nuestro colega Gustavo Dessal ya ha apuntado algunos elementos fundamentales de esta apuesta.
Tu colaboración, una vez más, será bienvenida!
Un abrazo,
Miquel
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Apreciado Miquel,
Muchas gracias por tu amable y animoso comentario.
Un abrazo,
Javier
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Gracias por tu defensa del psicoanálisis Javier, rigurosa como siempre. Parece ser que la iniciativa de la EOL está surtiendo efectos y se ha conseguido la paralización para su revisión. Esperemos que esto se confirme. Y parece ser también que no sólo el psicoanálisis precisa defensa. Leyéndote, creo entender que en cierto modo, la ciencia misma está siendo «difamada» por este abuso cientificista, que da en llamar ciencia a cualquier dato estadístico. ¿O es mucho decir? Un abrazo, Marta
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Gracias a ti, Marta, por acoger este texto.
Aciertas plenamente al sugerir que la ciencia misma está siendo difamada por el abuso cientificista..
EL cientificismo pretende hacer ciencia de la ciencia, algo claramente opuesto a filosofía de la ciencia) y, para ello, recurre a la bibliometría. Al margen de brillantes excepciones que siguen abundando para nuestro bien en el mundo de la investigación científica, el cientificismmo bibliométrico supone un encorsetamiento riguroso en su carrera a todo aquél que pretenda hacer investigación científica.
Y eso opera a dos niveles. Por un lado, el metodológico, por el que sólo se financian proyectos con visos de producir algo “rentable” en forma de patentes o de curriculum, de tal modo que un proyecto se inicia sabiendo en la práctica lo que va a producir, siendo así como una memoria a rellenar por resultados esperables. Por otro lado, los resultados dan lugar a publicaciones, cuyo valor no es intrínseco sino dependiente del prestigio de la revista que las acoge y de su número. Es cierto que Nature y Science o PNAS son revistas muy prestigiadas, pero no es menos cierto que grandes tonterías han sido publicadas en ellas.
En síntesis, la visión cientificista cuantifica del peor modo la actividad científica, en forma de índices de impacto, índices h, etc. Lo cualitativo puede así pasar desapercibido con prácticas como el “salami publication” o el “p hacking”, llegando al fraude manifiesto en ocasiones, y la originalidad es sencillamente asfixiada o sólo permitida a los que ya han logrado una cierta independencia de tan perverso sistema.
Este criterio, además, favorece, que todo lo “relevante” lo sea en una sola lengua, el inglés, de tal modo que estamos en un círculo vicioso por el que, en tanto el inglés sea “lingua franca” de la ciencia, los otros idiomas serán despreciados por los investigadores. Lo que puede ser bueno, una lengua común, se hace único y empobrece al conjunto. Es habitual que en congresos españoles se hagan ponencias en inglés por parte de españoles dirigidas a una mayoría de asistentes también españoles, lo que no deja de ser un tanto estúpido.
Por todo ello, es muy dudoso eso que se dice de que hay más científicos vivos que científicos muertos a lo largo de toda la historia. Hay más bien muchos asalariados para hacer ciencia de un modo incremental en líneas “productivas” (así se llaman de hecho), al que sólo escapan algunos privilegiados, generalmente por haber nacido en países que facilitan la creatividad interna, como EEUU, a la vez que imponen sus normas a los demás.
Un abrazo,
Javier
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Estimado Javier, gracias por este excelente texto en defensa del sujeto del inconsciente y en contra de la razón neoliberal que pretende el adocenamiento generalizado bajo el semblante de una seudo autonomía. La respuesta fulminante en contra de esta reforma es el mejor ejemplo del compromiso de los psicoanalistas y los amigos del discurso analítico ante cualquier ataque a la dignidad humana.
Abrazo.
Joaquín Caretti
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Apreciado Joaquín,
Muchas gracias a ti por tu comentario. Mis mejores deseos para esa «respuesta fulminante» que, por lo que veo en la red, ha cobrado mucha fuerza.
Un abrazo,
Javier
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