Nacionalismo y lógica de la segregación
Neus Carbonell*
We few, we happy few, we band of brothers
Shakespeare, Henry V
Que el pasodoble “Y Viva España”—en versión de Manolo Escobar—, compuesto en 1972 por dos autores belgas (Leo Caerts y Leo Rozenstraten) y cuya letra original fue escrita en flamenco, se haya convertido en el himno de los constitucionalistas (o dinásticos o unionistas o setentayochistas) es solo una más de las ironías a que nos tiene acostumbrados la historia de España. La “impureza” de la canción, si supiéramos escucharla, sería un resquicio de esperanza para estos tiempos difíciles.
En esta contienda tan trágicamente española, y ahora un poco europea, que estamos viviendo quiero destacar la habilidad de quien ha sabido poner el tablero a su favor. En efecto, se trata del presidente del gobierno Mariano Rajoy quien ha dispuesto las fichas de tal manera que ha conseguido que se jugara la partida según sus reglas para, desde luego, salir como ganador. Rajoy, habilidoso donde los haya, ha sabido esconder su idea de España profundamente anclada en la ideología de la derecha más nacionalista bajo el manto de la neutralidad amparada por La ley de todos los españoles, la Santa Constitución.
Rajoy, negándose a ningún tipo de debate territorial, apoyándose en la afirmación rotunda de que la Constitución no lo permite, haciendo de la Constitución la guardiana de la esencia del ser español y delegando en la judicatura la tarea de hacer entrar en vereda a los “secesionistas”, ha transmitido, de una manera eficazmente silenciosa, la creencia de que España está en peligro. Y, por supuesto, “los catalanes secesionistas” son los responsables. Así, pues, sin necesidad de mencionar la España Una, Grande y Libre, sino usando los significantes “democracia” y “Estado de Derecho”, Rajoy ha sabido tocar el ser de lo español y despertar las pasiones. El territorio, entonces, se ha llenado de banderas, de soflamas nacionalistas. Las imágenes más alarmantes de esta maniobra son la de los guardias civiles partiendo de Málaga hacia Catalunya jaleados a los gritos de “a por ellos”.
“A por ellos” se ha convertido en la consigna que, más o menos veladamente, aparece una y otra vez. Desde los eslóganes que se han escuchado en algunas manifestaciones hasta los redactados de la Fiscalía General del Estado, se trata de perseguir a aquellos que están poniendo a España en peligro. En definitiva, no se trata de un problema político sino de que España se encuentra ante la necesidad de la legítima de defensa. A partir de aquí, las acciones más o menos dudosas desde el punto de vista de las libertades civiles son perfectamente justificadas. Por ejemplo, pegar a manifestantes “sediciosos”, aunque sean pacíficos, encarcelar a unos representantes elegidos democráticamente, pero “golpistas”, aunque sea con supuestos de problemática base jurídica. Si se persigue a los que amenazan nuestro ser, que el Estado se salte las garantías democráticas no nos importa. A “nosotros” no nos pasará, solo “a ellos”, que se lo han buscado.
Se ha creado un efecto de grupo que, lo sabemos, no va sin la segregación. ¿Qué hacer con los “secesionistas”? No son mayoría, desde luego, pero son muchos, al menos dos millones de personas (y, por el momento ¡dos millones de españoles!). Cuando se le planteó esta pregunta a la catalana ministra de sanidad, Dolors Montserrat, respondió sin mover una pestaña: “se les convence”. Bueno, al menos fue más amable que Simón de Montfort en la cruzada contra los cátaros en la ciudad de Bram. Cuando le preguntaron cómo podrían distinguir a los cátaros de los que no lo eran, respondió: “Matadlos a todos, Dios ya decidirá”.
A los enemigos de la patria o se los convierte o se les expulsa. En algunas manifestaciones se han visto consignas que rezaban: “Si no os gusta España, marchaos”. Si las tesis del ala más radical del PP, como las FAES, se imponen y logran ilegalizar el independentismo, en España podrán solo haber “cripto independentistas”. Sin duda, todo demasiado amargamente familiar. Aunque no ha hecho falta llegar a estos extremos para que la rueda de la segregación empiece a rodar. Incluso los discursos más amables, más aparentemente conciliadores, no se escapan a los efectos segregadores derivados de haber hecho de un problema político una cuestión jurídica. Es decir, de haber convertido un problema en que se juega el deseo en una cuestión dirimida por la norma.
Rajoy ha sido hábil no por haber despertado la furia nacionalista de la derecha, sino porque su maniobra ha atrapado a todos los sectores del abanico político, desde el centro a la izquierda, incluso a la izquierda que se quiere más a la izquierda. Veamos algunos ejemplos.
Empecemos con el artículo que publicó Javier Marías el 5 de noviembre en El País: “La gente es muy normal”[1]. Empieza con una afirmación rotunda: “Cuando esto escribo, en el resto de España no percibo, de momento y por suerte, ninguna animadversión por los catalanes”. ¡Bien, vamos bien! Pero más adelante matiza que lo que hay es “hartazgo de los políticos” y de “la masa que los sigue” ¡ojo al dato! ¡masa! Los que los siguen “a los políticos” han perdido por el camino la calidad de “catalanes” (y, por supuesto, de españoles). Y añade: “La minoría independentista es tan chillona, activa, frenética, teatrera y constante que parece que toda Cataluña sea así”. Pero es que “dos millones largos a favor son muchas personas, pero que yo sepa, son bastante menos que tres y pico en contra” (¡ahora la cuestión es numérica!). Y sigue: “A estos últimos catalanes no se les puede echar [o sea, ¿ a “los otros” sí?] , ni abandonarlos a su suerte, ni entregarlos a dirigentes autoritarios, dañinos y antidemocráticos.” En fin, ¿qué decir de esta retórica de cruzada? Hay los chillones antidemocráticos que debemos echar, aunque sean dos millones y pico no son de los nuestros, de hecho no se merecen ni ser llamados catalanes. Los más de tres millones, sí, a estos a defenderlos. Bueno, juzguen ustedes mismos.
Pero es que la izquierda más a la izquierda tampoco ha sabido escapar de la lógica nacionalista española, tal y como la ha impuesto sutilmente la derecha. Sí, sutilmente, tanto, que parece que se defiende lo que es “de todos”, “lo que nos une”. Dirigentes de partidos como Podemos o Izquierda Unida se han manifestado públicamente a favor de un referéndum en Catalunya (no lo llaman de autodeterminación). Sin embargo, no esconden que sería un referéndum para que Catalunya “se quede”. La unidad de España continúa siendo un bien supremo. Ponerla en cuestión tiene un coste electoral demasiado alto. Se trata de cambiar España para que continúe siendo España. Por eso los dirigentes no cesan de repetir: “no soy independentista”. Y, en general, insisten en la idea de que Catalunya se quiera marchar es propia de insolidarios. Pero nunca sugieren que retenerla sea propia de egoístas. Ciertamente, su idea de España es diferente. En palabras de Carolina Bescansa: “Una España respetuosa con sus pueblos y naciones” [2]. Sin embargo, ¡qué poco creíble debe ser la plurinacionalidad cuando se debe corear tanto! Asimismo proponen un proceso constituyente para toda España, obviando que en no hay un movimiento en el resto del Estado que lo reclame. La demanda está solo en Catalunya. Hacer bascular esa demanda catalana hacia todo el territorio es una forma de diluirla.
Entonces, ¿qué podría haber sucedido en contra de la lógica de la segregación? Sin duda, y en primer lugar, que la pretensión de los “independentistas” hubiera sido atendida como una demanda digna de ser tomada en serio. Por otra parte, hubiera sido necesario sostener una verdadera conversación que dejara todas las puertas abiertas. Una conversación hubiera puesto los significantes amo a circular y los hubiera aflojado. En este caso hubiera sido necesario atreverse con: España, monarquía, Catalunya, independencia, nación, república, nosotros, ellos, y algunos otros significantes que a ustedes se les puedan ocurrir. En definitiva, hubiera sido necesario abrir un debate, respetuoso en las formas y en el fondo, y finalmente haber resuelto con un voto. Este proceso hubiera requerido de la valentía de atreverse a perder. Pero solo “hombres sin ambages” hubieran podido liderarlo. Solo así se hubiera realmente ganado, fuera cual fuera el resultado final.
*Psicoanalista, miembro de la AMP (ELP).
[1] http://elpaissemanal.elpais.com/columna/javier-marias-gente-normal/
[2] http://www.eldiario.es/tribunaabierta/Espana-espanoles_6_697890242.html