AUTORIZARSE COMO CIUDADANO
Francesc Roca*
Para pisar este peldaño
has de ser ciudadano,
en su plenitud de derechos, de la ciudad de las ideas.
K. Kavafis: “El primer peldaño”
La expresión que da título a este artículo surgió de una conversación entre amigos durante una cena tras la presentación del último libro de Miquel Bassols Lo femenino, entre centro y ausencia, quien también participaba de esta conversación informal.
En principio no le di más valor que el de una ocurrencia que juntaba en la misma expresión un concepto venido del discurso analítico, discurso que nos unía en aquella cena, “autorizarse como analista” y otro concepto evocado por el debate político en el que estábamos atrapados dejándonos llevar por la urgencia del momento. Era a finales de octubre cuando el Gobierno se preparaba para dejar caer sobre una Cataluña que se quería independiente todo el peso de la ley como único argumento político.
De este debate, articulado en torno a la preocupación que nos producía el que la política de un país girara en torno a la máxima de “a por ellos”, fue de donde surgió la idea de “ciudadano” como argumento con el que salir de esta especie de ordalía democrática hecha en el nombre de una ley divinizada, y por tanto inmutable, con la que se pretendía neutralizar un sentimiento de pertenencia, de identidad.
Como quiera que la expresión pasó para mí del rango de la ocurrencia del momento a quedar en mi memoria decidí convertirla en problema y preguntarme qué alcance podría tener esta hibridación de un concepto tan lacaniano como el de “autorizar-se, a sí mismo por tanto, como analista” con algo que no nos es tan alejado como son los malestares en la civilización, que en aquel momento se concretaban en un sentimiento de pertenencia/exclusión devenido identidad.
Para entrar en mi problema, el primer detalle en el que reparé fue que “autorizar-se” podría ser situado en el entorno de la idea kantiana de libertad como causa de sí y, por lo tanto, como un acto ajeno a toda regulación del Otro, a toda norma. Por tanto, había que señalar una diferencia entre “autorizar-se como analista” y “autorizar-se como ciudadano”: si bien no hay analista sin este acto – prescindo aquí de toda consideración sobre la ética de dicho acto- , se es ciudadano de un país por la mera inscripción en un Registro Civil para lo cual, aun en los casos de extranjería, no cuenta la voluntad del sujeto, sino la autorización del Estado a que dicha inscripción se lleve a cabo. Por tanto, aparentemente no sólo sobra, sino que no tiene ninguna cabida esta partícula “-se” en lo que se refiere al ciudadano, ya que es el Otro quien lo autoriza.
Pero, ¿qué quiere decir ser ciudadano más allá de “ser natural de…” o “habitar, legalmente, en…”? La primera referencia que vino a mi mente fue la de la polis griega donde la ciudadanía, la condición de ser ciudadano por haber sido aceptado como tal, daba, entre otras cosas, el derecho a sostener una opinión en el foro de la ciudad y la obligación de argumentarla. Tengamos en cuenta lo que afirma Platón en su diálogo Teeteto, del saber como opinión (doxa) con argumentos (logos).
Por tanto, “ser ciudadano” comporta, no sólo el que me sean concedidos unos derechos y unas obligaciones, sino la posibilidad de ejercerlos. Es aquí, en este ejercicio de derechos y deberes, donde entiendo que tiene sentido este “autorizar-se” como ciudadano.
Retengo este par de conceptos, ciudadano/sujeto con opinión argumentada, para señalar lo que podría dar lugar a una lectura cargada de cierta ambigüedad del texto de J.A. Miller “Campo freudiano, año cero” cuando dice “la red política lacaniana –la movida Zadig– no se confundirá con la AMP ni con sus escuelas, constituye más bien una extensión suya al nivel de la opinión”, si en la lectura de este párrafo ya hemos olvidado el primero de dicho texto donde, es mi lectura, se nos advierte del riesgo de que el psicoanálisis sucumba a los impasses de nuestra civilización si olvidamos que, según la proposición de Lacan de 9 de octubre de 1969, el psicoanalista lo es “de la Escuela” para instalarnos en un psicoanalista “en la Escuela”. Para guardarnos de ello, entiendo que debemos tener siempre presente que, en expresión de Miquel Bassols que recojo del libro antes citado, la Escuela es una “comunidad de soledades”, donde cada ciudadano debe sostener su opinión y argumentarla, escapando así de lo que es uno de los ejes principales de estos malestares de la civilización, la homogeneización del “para todos”.
Así pues, para que nuestro ciudadano devenga sujeto, devenga sujeto de sí mismo, esta opinión también debería ser entendida como singular y, en tanto que singular, propuesta a otro al que se le concede el valor de inter-locutor, al que se le concede la cualidad de ser portador de un logos con el que se puede estar de acuerdo o con el que se disienta. Que a este posible acuerdo, o desacuerdo, se le dé el valor de reconocimiento del otro, debería protegernos de toda tentación de construir alrededor de él una identidad, un imaginario en el que pretender sentir la tranquilidad de encontrarme “entre los míos”.
Entiendo que es a esto a lo que se refería Miquel Bassols durante la mencionada presentación, cuando hablaba de una “democracia analítica”, es decir, del respeto a lo más singular de cada sujeto, a lo femenino de su goce.
De momento me detendré aquí en estas pinceladas con las que he pretendido a menos rodear los contornos de un problema que, por lo demás, queda abierto.
*Psicoanalista, miembro de la AMP (ELP).