El deseo de un político

José R. Ubieto*

“Los políticos son soberbios, ególatras, desconocen la realidad y viven en su burbuja”. La frase —escuchada habitualmente en todo tipo de tertulias— merecería, al menos, un “algunos” previo. Lo cierto es que dedicarse a la política profesional requiere de una cierta estima por el Yo, seguramente un poco por encima de las posibilidades de su propietario. De no tenerla, es difícil sobrevivir al acoso y derribo constante por parte del adversario y, sobre todo, en la era digital, donde un tuit puede cambiar la suerte de un líder. Otra cosa es la egolatría, de la que también hacen gala algunos y algunas, confundiendo su semblante (maneras de estar en la escena) con una suerte de misión para la cual han sido elegidos por sus atributos incuestionables. Si añadimos una buena dosis de cinismo, tenemos un populista premium.

El precio de sobreexponerse públicamente, inevitable en los líderes, es más alto en las mujeres: desde la primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern a la de Escocia, Nicola Sturgeon o, en España, la politóloga Lilith Verstrynge, secretaria de organización y diputada de Podemos. Todas ellas, si bien con situaciones diversas, dimitieron acosadas por la presión política y el impacto subjetivo que tenía para cada una.

Pero, también para los hombres el frenesí con el que encaran la vida política, el atrevimiento que implica poner el cuerpo en la contienda -a veces incluso pueden verlo colgando en pancartas, puentes o maniquíes- les pasa factura. El cuerpo, bajo formas diversas: decaimiento anímico, fatiga, enfermedad, pérdida de placer, se hace escuchar. Xavier Domènech, líder de En Comú y diputado catalán dejó la política por sorpresa argumentando que sus responsabilidades “me han agotado política y personalmente”.  Hay muchos más casos, algunos incluso desconocidos por su discreción.

El vértigo, y la posterior tentación de irse, puede sorprenderles en sus vidas cuando perciben que su deseo o expectativas ponen en peligro asuntos fundamentales como puede ser la familia. El deseo de un político —como el de cualquiera- es enigmático para él mismo. Mezcla de ambición y rechazo, los guía con firmeza hasta que topan con algunas consecuencias no deseadas. Descubrir hasta dónde llega el sueño de lo posible -y cómo toca a los más queridos— los sitúa frente al imposible de la política que, tanto Kant como Freud, ya nos advirtieron: escala la gloria, pero suele acabar en el fango. Ante ese abismo, surge la tentación de pedir que el otro (votantes) los ratifique en su deseo o desaparecer de la escena por no estar dispuestos a pagar el precio de esa ambición.

*Psicoanalista. Miembro de la AMP (ELP).

Fotografía seleccionada por el editor del blog.

Fuente: https://catalunyaplural.cat/es/el-deseo-de-un-politico/

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