“Sólo el Odio fue feliz” (W. H. Auden: “En memoria de Sigmund Freud”)

Gustavo Dessal*

Países que poseen una poderosa industria armamentística como Rusia, Ucrania, USA, China, Irán e Israel, están desarrollando un sistema de drones guiados de forma autónoma mediante Inteligencia Artificial. “Anduril” es una empresa estadounidense creada por Palmer Luckey en 2017, que ha inventado un dron llamado “Roadrunner”, capaz de alcanzar velocidades semejantes a los de un avión de combate. Por ahora los militares no están convencidos de que esta clase de armamento opere sin la supervisión de expertos humanos que distingan una amenaza enemiga de un objetivo que no lo es. Pero a su vez los analistas políticos creen que esta condición muy pronto dejará de tener vigencia, y esos dispositivos se convertirán en la realización tecnológica de la acefalía que caracteriza a la pulsión de muerte desatada.

Los acuerdos, pactos, compromisos de establecer reglas y limitaciones en el terreno de la guerra no se han cumplido nunca. No hay razón alguna, salvo la hipocresía de los políticos, para pensar que la I.A. será una excepción. El delirio de “hacer el bien” es en la actualidad uno de lo paradigmas más peligrosos que rigen el imperativo demoníaco hacia la destrucción. Uno de los motivos es que los propios desarrolladores de la I.A. (en especial su modalidad generativa) no saben exactamente cómo funciona, y por lo tanto desconfían si acaso la I.A.G. podría transformarse en una superinteligencia que aventajase las capacidades humanas. Al mismo tiempo, la imposibilidad de los tecnocientíficos para establecer una definición de la verdad, los convierte en blanco de un real sin ley que puede retornarles sin previo aviso, tras dejar un reguero de destrucción cuyas proporciones superen cualquier tentativa de cálculo.

Si esta posición demiúrgica es una fantasía divina o diabólica tampoco es fácil de dilucidar. Los enunciados se multiplican con la misma velocidad que desaparece la enunciación, que es lo más específico y singular de los seres humanos.

¿Quién está detrás del yo que habla? ¿De los sintagmas prefabricados que que se emiten desde todas partes incorporándose al discurso de la normalidad? El psicoanálisis se ocupa precisamente de eso. Lo más interesante es que los expertos en I.A. se están acercando a la misma pregunta. Pero la I.A. es un saber que forcluye la dimensión de la verdad, por lo que se convierte en un enfoque completamente estéril para asomarse al vórtice de la enunciación, aunque de ella tenga una sospecha.

En junio de 2015 Elon Musk celebró sus 46 años. Durante la fiesta, él y Larry Page, cofundador de Google, sostuvieron una conversación sobre el futuro de la Inteligencia Artificial y el diálogo fue cobrando una intensidad agresiva. Los restantes invitados asistieron con asombro al tono del debate. Page, que padece una enfermedad en sus cuerdas vocales, y que en ese año era aún el director ejecutivo de Google, sostenía que los humanos finalmente se fundirían con las máquinas inteligentes. Algún día diversas formas de inteligencia competirían por los recursos, y la más fuertes acabarían por ganar. El darwinismo social se había impuesto en ese hombre, y muy lejano en el tiempo quedaba el idealismo de un joven que junto son Sergey Brin cambió el mundo en un modesto garaje. Elon Musk reaccionó con verdadera furia a la teoría de su amigo, y desde entonces no volvieron a hablarse.

En la actualidad, pese a que nunca recuperaron su relación, Musk es paradójicamente uno de los máximos inversores en Inteligencia Artificial, y a la vez sabe que el futuro de la Humanidad está en juego. No le importa lo más mínimo, como tampoco a Peter Thiel, célebre exponente de la deshumanización del capitalismo último modelo, en el que la paranoia y el discurso de extrema derecha estrechan lazos y expanden sus tentáculos envolviendo la totalidad del planeta.

No albergo demasiadas esperanzas en que el discurso analítico pueda hacer gran cosa en este plano del Juicio Final. Es imposible competir con la certeza ontológica del dinero cuando su cifra es irrepresentable. La ética va perdiendo espacio en la inmoralidad reinante. Pero sin embargo, al final del día, después de haber escuchado historias que abarcan el espectro de la comedia y la tragedia, el psicoanalista tiene al menos la satisfacción de haber ganado una humilde batalla en su cotidiano esfuerzo por no desistir.

*Psicoanalista. Miembro de la AMP (ELP).

Fotografía seleccionada por el autor.

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