Intervención realizada en la Primera conversación on line sobre «Polémica política» organizada por la sede de Madrid de la ELP el 2 de junio de 2021.
Elisa Giangaspro Corradi*
De las dos Conferencias de Turín de mayo de 2017, publicadas en el libro Polémica política, comentaré un párrafo de la titulada “Elogio de los heréticos”, en la página 144 del libro publicado por la editorial Gredos en febrero de 2021.
Jacques-Alain Miller dice en él: “El hecho es que las dificultades comienzan cuando el analista quiere seguir suspendiendo su juicio en los asuntos políticos, es decir, seguir no eligiendo. Durante la crisis actual del Campo Freudiano, sobre todo en las relaciones con Argentina, vimos a alguien considerar la teoría del no elegir como la culminación de la posición analítica, la cumbre de la posición analítica, cuando no era más que un doble juego.
No elegir es no ser hereje. Y los que no eligen son siempre los conservadores, los ortodoxos, los dogmáticos que no necesitan elegir porque tienen el poder.
De allí sacaba el principio, mi principio personal: en el discurso analítico mejor preferir siempre a los que eligen, aun cuando no eligen igual que yo. Los prefiero a los que no eligen”
Y finaliza la conferencia con un verso modificado de Paul Valéry: “Después de un pensamiento, ¡qué recompensa, l´azione!”.
Hay una contradicción entre el registro de la elección como compromiso y la noción que define la posición analítica por la neutralidad benevolente. [En realidad, Freud habla en su texto de 1915: “Observaciones sobre el amor de transferencia” de die indiferenz]. Una interpretación -en un momento de crisis en el Campo Freudiano y en la sociedad francesa en general, por la emergencia del Frente Nacional de Marine Le Pen- produjo algo inédito en la historia del psicoanálisis: tomar partido en una consulta electoral. Se conmueve con esto una posición estándar, manifestada para la clínica, al dejarse de lado en lo social esa indiferenz propuesta en la cura. En ella, el no elegir concierne a la escucha, está en un lugar muy preciso y no transforma al analista en un indiferente.
La condición del hereje, persona que disiente o se aparta de los dogmas establecidos, es la herejía: palabra que viene del griego, haeresis, que significa elección. Situar a los que detectan el poder como los que no eligen, es relacionarlos con lo que Lacan se ocupó mucho de que no existiera como determinante en su escuela ni en su enseñanza, es decir, con la ortodoxia. De la mano de ella, se puede llevar al psicoanálisis y a su discurso a la obligación de decir lo verdadero de lo verdadero y autorizalo a sostener el ejercicio imposible del poder a partir de la posición de un metalenguaje con las consecuencias de tal elección. Eso es lo que hizo Freud en su época, estableció una ortodoxia en intensión y una ortopraxia en extensión vinculadas a una especie de iglesia internacional.
Vemos que la ortodoxia es posterior a la herejía que comportó el acontecimiento Freud y la herejía solo pudo definirse retroactivamente, después de la constitución de la ortodoxia, de la cual Miller destaca su carácter secundario.
Hay una dialéctica en juego en el Campo Freudiano entre herejía y ortodoxia, que viene de largo y que Miller sostiene no dejará de existir. Una dialéctica entre los que se consideran heréticos y se disponen a ir más allá del retorno a la clínica -la cual fue premisa del año cero en la fundación de la ECF en 1980-81- comprometiéndose con interpretar los impasses de la civilización que amenazan la existencia misma del psicoanálisis y los defensores de una ortodoxia lacaniana, si es que eso existe, preocupados y hasta resistentes con la extensión del discurso psicoanalítico a lo social, con la articulación del psicoanálisis y la política.
Miller manifiesta su principio -su preferencia por los heréticos- es decir por aquellos que son sin igual, aquellos que se desprenden de todo conformismo y pueden conversar, intercambiar, asociarse con otros sin igual. Resuena Simone Weil, que consideraba imprescindible el derecho del sujeto de juzgar según su luz propia y sin sufrir el encorsetamiento de un partido político que consideraba una máquina capaz de sofocar el pensamiento propio.
En la modernidad y animado por la ciencia, se inicia un ascenso del individualismo. En la actualidad, la racionalidad neoliberal empuja cada vez más la elección particular sobre la mayoritaria, estamos en la época del hombre como empresario de sí mismo impulsado a consumir compulsivamente. Dice Miller “el mundo en que vivimos y viviremos está animado por el frenesí de la elección” y nos invita a preguntarnos si el reino de la elección no será peor al reino del padre.
Al final, en una mutación de un verso de Valéry que reza en su tumba, lleva su pensamiento al acto y sus consecuentes acciones. Este acto ha sido el Campo Freudiano año cero: “Todo vuelve a comenzar, sin ser destruido, para ser llevado a un nivel superior” y en su contexto la creación de una red política lacaniana mundial, ZADIG, como extensión de la AMP y sus Escuelas, sin confundirse con ellas.
Lacan manifiesta en el capítulo “Joyce el síntoma” del Seminario XXIII El Sinthome: “(…) Hay que elegir el camino por el cual alcanzar la verdad, tanto más cuanto que, una vez realizada la elección, esto no impide a nadie someterla a confirmación, es decir, ser hereje de la buena manera. La buena manera es la que, habiendo reconocido la naturaleza del sinthome, no se priva de usarlo lógicamente, es decir, de usarlo hasta alcanzar su real, al cabo de lo cual él apaga su sed.”
Y también, con respecto al lugar del psicoanálisis en la medicina -que podríamos hacer extensivo a la política- sostuvo en una conferencia en La Salpêtrière en febrero de 1966: “ (…) este lugar es marginal y, como lo he escrito más de una vez, extra-territorial. Es marginal debido a la posición de la medicina respecto del psicoanálisis, al que admite como una especie de ayuda externa, comparable a la de los psicólogos y a la de otros asistentes terapéuticos. Es extra-territorial por obra de los psicoanalistas quienes, sin duda, tienen sus razones para querer conservar esta extra-territorialidad. Ellas no son las mías pero, a decir verdad, no pienso que mi anhelo bastase para cambiar al respecto las cosas”.
Todas las iniciativas son bienvenidas, dijo Miller, pero pienso que hay que estar advertido sobre el hacer que todo cambie para que no cambie nada, es decir, sobre el semblante. Hay un temor medio dicho de que las Escuelas se desvirtúen por la articulación del psicoanálisis y la política, con que se debilite ese retorno a la clínica que está tan bien rodado, con que se comprometa la formación de lo analistas o su praxis -a pesar de la frase lacaniana tan repetida de que renuncie el que no pueda unir a su horizonte la subjetividad de su época-. Falta a mi entender contrastar las elecciones entre analistas -cualesquiera que sean ellas- y meterlas en discurso con otros discursos, para que esa dialéctica entre herejía y ortodoxia sea fértil de la buena manera, respetando la singularidad de cada lugar donde el Campo Freudiano tiene su asiento.
*Médica. Miembro de Zadig España, grupo Madrid.
Fotografía seleccionada por el editor del blog.
La dialéctica entre hairesis y ortodoxia se resolvería en la unidad del ideólogo? Que plantea la exterioridad a esa unidad como ciencia social
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