Christiane Alberti*
¿Qué nos enseña el discurso de las mujeres en la era del #MeToo?
La enunciación concreta de las declaraciones públicas de las mujeres sobre la cuestión de las agresiones sexuales ha dado en el blanco y se ha hecho noticia. Este acontecimiento mundial constituye innegablemente una brecha en el discurso y ha roto un muro de silencio que viene de lejos.
El eco viral de este movimiento ha creado una ampliación del campo de la agresión sexual, que abarca ahora todo un conjunto en el que se incluye el acoso físico, verbal y moral. Esto demuestra que el feminismo como discurso ha cambiado: hemos pasado del feminismo político en el sentido moderno, un feminismo de los sujetos (derechos universales), a un feminismo de los cuerpos. La guerra de los sexos se ha trasladado al ámbito público y a la guerra política, al nivel de la intimidad, con una tendencia a demonizar a los hombres. Esto no era nada nuevo en el feminismo estadounidense, como lo demuestra la posición de Catharine MacKinnon [1] quien, en los años 80, sostenía que había «menos que el grosor de un papel de fumar» entre las relaciones sexuales normales y la violación.
Se dio un paso entonces hacia una cultura del contrato, en la que los derechos y deberes de cada parte se codifican en estrictas disposiciones reglamentarias, sobre todo para garantizar el consentimiento, con el objetivo de buscar siempre la protección contractual del «débil» frente al «fuerte». La tendencia activista se inclina por volver a llevar este enfrentamiento a un cara a cara físico que llama a la ley del más fuerte.
El neofeminismo radical, que puede llegar hasta el separatismo lésbico [2], devuelve así cada mujer a su cuerpo (o incluso a su color) en una fragmentación sin final. Si consideramos que la estructura del grupo que surge de esto se basa en el imaginario de los cuerpos -todos nos parecemos-, el resultado sería un ataque a la cultura y a los vínculos sociales. ¿Una comunidad de hermanos sin el mito del padre muerto? La única respuesta a lo real de la pulsión sería, pues, el grupo, una falsa fraternidad, en definitiva, una sororidad de cuerpos. Salida del sujeto, salida del deseo, y silencio sobre el goce.
Hay que reconocer que la noción de acoso se generalizó en primer lugar hasta el punto de que se ejerció una presión para que el propio lenguaje se liberara de malentendidos y, sobre todo, se vaciara de todo lo que pudiera ser ofensivo. La ofensa y la culpabilidad que invoca a su vez están en el centro de este discurso. Este movimiento, que genera una verdadera policía del lenguaje, retoma una idea que no es nueva: golpeando la palabra, uno se deshace de la cosa misma, y destruye el falo. En sus formas extremas, este rasgo resuena como una verdadera «censura» antilustrada. Utilizo aquí el término «censura» en el sentido en que lo emplea Barthes en su Sade, Fourier, Loyola, donde dice que la verdadera censura no consiste en prohibir, sino en sumir a las personas en estereotipos, no restringiéndolas, sino alentándolas indebidamente, y obligándolas a hablar de una determinada manera.
Seamos dialécticos. Por un lado, está la negativa, el rechazo. Se trata de rechazar todo lo que en el lenguaje puede resonar como dominación masculina, en definitiva, todo lo que entra en el ámbito del orden viril -precisamente en un momento en el que se hace evidente que a la decadencia del padre le ha seguido la del hombre. Sin embargo, ¿no va esto en el sentido de promover un nuevo amo? Y, en particular, ¿de ocupar, a través del malentendido, el lugar del amo del lenguaje?
Por otro lado, hay una aspiración. ¿Podemos ver en este furor por purificar el lenguaje, por medio de frases fijas y eufemismos, un intento desesperado por encontrar o imponer la palabra correcta, palabra verdadera, la palabra nueva para alojar lo que no puede ser nombrado -porque no es un lenguaje-, es decir, la parte femenina de todo parlêtre? La nueva palabra surgiría de aquello que fundamentalmente falta.
Por tanto, ¿no deberíamos leer este movimiento en el contexto de lo que Jacques-Alain Miller ha llamado la «aspiración a la feminidad» de hoy en día? [3] Aspiración porque estamos fundamentalmente separados de ella – lo femenino es lo Otro por excelencia. Señala que «el fenómeno más profundo reside en la aspiración contemporánea a la feminidad, y en la resistencia, el engaño y la rabia que embargan a los partidarios del viejo orden. Las grandes fracturas a las que asistimos entre el viejo y el nuevo orden pueden descifrarse, al menos en parte, como el orden viril que retrocede ante la protesta femenina».
Lo femenino, como señala J.-A. Miller, es cada vez más importante. No es del orden de un nuevo amo por la sencilla razón de que, como tal, escapa a todo control, a todo conocimiento, y ex-siste a los semblantes de género.
No podemos evitar pensar en la enseñanza del movimiento de las Preciosas, que Lacan resume de la siguiente manera: «una sociedad consagrada al perfeccionamiento del lenguaje” [4]. En particular, señala las «innovaciones introducidas en el lenguaje» por estos círculos de mujeres, que no estaban muy bien organizados, pero cuya herencia aún podemos percibir. También hubo un desafío al falo en el movimiento de las Preciosas, que se proponía romper «el significante en su letra»[5]. Para Lacan, el fenómeno de las Preciosas ilustra también los efectos sociales del eros de la homosexualidad femenina, lo que él llama, en sus «Ideas directivas para un congreso sobre la sexualidad femenina», «la instancia social de la mujer»[6] en la medida en que trasciende el orden del contrato y afecta a toda la sociedad. En resumen, los cambios duraderos introducidos en lo social -todo lo que tiende a ir más allá de la conformidad sin por ello aspirar al consenso- contrastan con el vínculo homogeneizador de las comunidades homosexuales masculinas. Lacan acentúa aquí la disimetría entre la cohesión del grupo asegurada por el Ideal, mientras que ningún significante amo colectiviza el movimiento de las Preciosas, respondiendo en este sentido, a la estructura del no-todo.
Querer cambiar el lenguaje en un sentido radical equivale a imponer un «muro del lenguaje» sin ningún matiz: si prescindimos de todos los semblantes, aterrizamos lógicamente, hoy, en el cuerpo; no en una conversación entre los sexos, sino en el silencio que es consustancial a la violencia: la violación o el asesinato. En esta vertiente, no se apunta a algunos hombres sino a «todos los hombres», es decir, al universal de «Todos los hombres son mortales»: Lacan nos dice que la frase «todos los» no tiene sentido, «todos los» sólo pueden ser imaginados, experimentados, vía la muerte.
En Ornicar ? J.-A. Miller indicó una vez una orientación que sigue siendo muy actual: «Lo que mantiene viva la opinión lacaniana (su verdadera opinión, orthè doxa) es su propagación entre el público».[7] ¿Qué es una verdadera opinión en psicoanálisis? Una interpretación, un decir verdadero y justo, ajustado al aquí y ahora. En el malestar actual, está relacionado al Otro femenino, que no es del orden de «todas las mujeres» (no existen «todas las mujeres» y cada mujer no es toda). La experiencia de un análisis permite este viaje hacia lo que ex-siste a los semblantes de género, no la posición sexuada, sino la experiencia del sexo como tal – este es el camino del síntoma. No será en vano entonces estar en la vanguardia.
En respuesta a una pregunta sobre el separatismo
Si he mencionado este discurso extremista, que afirma un lesbianismo político hasta el punto del separatismo, no es para darle consistencia. Sigue siendo un discurso con su dimensión fantasmática, ficticia. Sigue siendo un sueño (el sueño de una sociedad de hermanas emancipadas cf. Pauline Harmange). Queda por ver qué impacto tendrá en la subjetividad contemporánea. Se trata más bien de cuestionar lo que es nuevo en el discurso.
Y lo nuevo, me parece, es que el feminismo como discurso se ha trasladado al nivel del propio cuerpo. Se trata a la vez de una continuidad histórica -según Michèle Perrot, la historia del feminismo es «una historia de los cuerpos de las mujeres «[8] – con el Movimiento de Liberación de la Mujer de los años 70, en la medida en que también se trataba del derecho a controlar el propio cuerpo, siendo uno de sus famosos eslóganes «Nuestros cuerpos, nuestras vidas», y de una discontinuidad histórica, en el sentido de que es el propio cuerpo el que se convierte en el lugar de la emancipación, el lugar del combate político e incluso el cuerpo hecho de piezas desmontables: los pechos, el pelo, el flujo menstrual. [9]
Esto sugiere que lo que no ha sido tratado por el feminismo universalista, ni en cierto sentido por el movimiento LGBT+, parece manifestarse ahora como una demanda feminista o «feminidad» dentro del cuerpo, en una fragmentación infinita y, como resultado, una segregación infinita. En definitiva, a medida que se ganan las luchas por la igualdad de derechos, lo que de lo femenino lucha por acomodarse dentro del discurso universal (que siempre es viril) queda progresivamente al descubierto.
Lo que comenzó con el deseo de cambiar el lenguaje (con la interminable tarea de lo políticamente correcto, la captura de micro-agresiones, la feminización del lenguaje), la caza del falo en el lenguaje, termina en el cuerpo e, ipso facto, con la falta de diálogo entre los sexos.
Teniendo esto en cuenta, un psicoanálisis es la oportunidad de sacar a la luz con un analista no sólo los malentendidos que uno tiene con el otro sexo, sino también los malentendidos que uno tiene consigo mismo. Desde este punto de vista, se trata de una experiencia anti-segregativa, porque la diferencia que extraemos de ella nos da un tipo de identidad especial, la del síntoma, una marca singular que no puede ser colectivizada y que, en consecuencia, escapa a lo que, para Lacan, constituye la vertiente de todo discurso, a saber, la dominación.
*Psicoanalista. Miembro de la AMP (ECF)
Intervención impartida durante las 50º Jornadas de la ECF sobre el tema “Ataque sexual”, 15 noviembre 2020. Publicado en Lacan Quotidien, No. 897, 26 noviembre 2020.
Traducido por Amparo Tomás
Fotografía seleccionada por el editor del blog.
[1] Catherine MacKinnon introdujo la definición de acoso sexual en la legislación de Estados Unidos en 1977.
[2] Ver Coffin, A., Le génie lesbien, Paris, Grasset, 2020; Harmange P., Moi les hommes, je les déteste, Paris, Seuil, 2020.
[3] Miller J.-A., L’orientation lacanienne: L’Un-tout-seul, lección del 9 de febrero 2011, publicado como “Progrès en psychanalyse assez lent”, La Cause freudienne, No. 78, 2011, p. 200.
[4] Lacan, J., Seminar I, Freud’s Papers on Technique, 1953-1954, texto establecido por J.-A. Miller, traducido por. J. Forrester, London/New York, Norton, 1991, p. 268. [Versión en castellano: Lacan, J., Los Escritos Técnicos de Freud, 1953-1954. Ed. Paidós, 2004, pág. 390.]
[5] Lacan, J., Seminar XIX, … or Worse, texto establecido por J.-A. Miller, traducido por. A.R. Price, Cambridge, Polity, 2018, p. 9. [Versión en castellano: Lacan, J.,…O peor. Ed. Paidós, 2012, pág. 17.]
[6] Lacan. J., “Guiding Remarks for a Convention on Female Sexuality”, Écrits, traducido por B. Fink, London/NY, Norton, 2006, p. 620. [Versión en castellano: Lacan, J., “Ideas directivas para un congreso de sexualidad femenina. Siglo veintiuno editores, 2003, pág.715.]
[7] Miller, J.-A., “Liminaire”, Ornicar ?, No. 28, January 1984, p. 6.
[8] Perrot, M., Mon histoire des femmes, France culture/Seuil, Points coll. history, 2008.
[9] Cf. Les glorieuses hoja informativa por Rebecca Anselem o Camille Froidevaux-Metterie, Le corps des femmes. La bataille de l’intime, Philosophie Magazine ed. 2018.