HISTORIAS VERDADERAS QUE PARECEN MENTIRA 1. “OR4”

Gustavo Dessal*

Le venía de familia. Como todos los suyos, era un viajero infatigable. Apenas tuvo edad suficiente, se marchó a recorrer mundo. Quería encontrar otros territorios y -cómo no- también una pareja. El problema fue que se aventuró demasiado. Cruzó el río a nado, y entró en una zona donde no lo miraban con mucha simpatía y vigilaban sus movimientos. Como el hambre iba con él a todas partes, debía robar para comer y muy pronto se hizo famoso por su habilidad para hacerlo sin que pudiesen detenerlo. A muchos eso les hacía gracia, en cambio a otros no les gustaba tanto, y se preguntaban por qué las autoridades dejaban entrar a esa clase de individuos en vez de devolverlos al sitio de donde habían venido. Un frío día de diciembre la encontró, así, por azar, como nacen los amores verdaderos, y al instante supo que le convenía. Ella era hermosa, también una superviviente, una luchadora por la vida. Buscaron juntos una morada que no tardó en llenarse de los primeros hijos, o sea, de más bocas para alimentar. A ella tampoco le faltaban mañas para robar comida, y aunque muchos seguían protegiendo a esos inmigrantes, otras voces comenzaron a murmurar primero, y luego a gritar pidiendo justicia. Las autoridades sabían que la deportación no serviría para nada, porque esa clase de individuos siempre acaba volviendo. Para ellos, las leyes y las reglas no importan nada, y por esa razón, con muy buen juicio, prefirieron contratar a alguien para que vigilase a la pareja y evitara que se pasase de la raya. Mientras tanto, él seguía haciendo de las suyas, pero ahora estaba más justificado si cabe, porque los hijos lo esperaban en casa y no podía regresar por la noche sin nada que llevarles a la boca. Aunque fuesen ilegales, ellos también tenían derecho a vivir, a crecer fuertes, y a marcharse algún día como él lo había hecho.

A ella la descubrieron una noche y la detuvieron. Le hicieron una foto y le pusieron una pulsera para tenerla controlada por radiofrecuencia. Fue la primera advertencia, pero él se las ingenió para quitarle esa cosa. Tiempo más tarde, el tipo encargado de vigilar a estos sinpapeles con propensión a la delincuencia, lo vio a él. Podría haberlo detenido muy fácilmente, pero por alguna razón desconocida se inhibió y solo le sacó una foto. Así empezó una historia que duró seis años. Una historia en la que recorrieron millas y millas, durante veranos e inviernos, y en la que él fue teniendo amores con otras, pero siempre cuidando de ellas y de los hijos que les hizo. Estaba en su naturaleza no ser fiel solo a una, pero sí a sus principios sin excepción. Allí por donde iba, robando todo lo que se ponía a su alcance (pero siempre y solo para comer, lo cual es una ley que debería estar por encima de todas las leyes), allí lo seguía el otro, haciendo lo que podía para que no se saltara las reglas todo el tiempo. Lo detuvo muchas veces, y otras tantas lo dejó marchar, movido por un sentimiento que no sabía explicarse a sí mismo, él, que precisamente se dedicaba a eso, a hacer cumplir la ley. Seis años pasaron. Seis años, y el pelo se les fue agrisando a los dos, y tal vez eso y alguna misteriosa conexión que a veces se establece entre dos corazones los convirtieron en enemigos que, de tanto conocerse, en el fondo se respetaban el uno al otro.

Llegó un momento en que ya no podía seguir ofreciéndole más oportunidades. Cuando se cruzaban, cada uno sabía que esa historia no habría de durar eternamente. Lo detuvo una tarde en la que no fue posible hacer más la vista gorda, y lo metió tras las rejas. La sentencia iba a ser implacable, pero había llegado la hora de cumplir con su deber. Cuando todo parecía haber concluido, sucedió algo inesperado. Aquellos que habían defendido al reo, que reclamaban su derecho a la vida, sembraron las redes sociales con mensajes y pedidos de firmas, hasta que lograron interesar a un juez que estudió el caso y decretó la puesta en libertad del acusado. Para él, que lo había detenido, en el fondo fue un tremendo alivio. Se conocían ya demasiado, y cuando eso sucede, cuando entre un renegado y su captor se forma un lazo que no necesita de palabras, es muy difícil hacer que la ley prevalezca. Libre de nuevo, llegó el año 2014, y aunque viejo y con algunos dientes menos, siguió siendo infatigable. En su larga carrera había dejado tras de sí una ristra de amores y un montón de hijos a los que nunca les faltó la comida. Muchos murieron en el camino, pero él tenía el corazón acostumbrado, porque siempre supo que su vida sería dura, más dura que las montañas que recorrió, más dura que la madera de los árboles que lo conocieron, más dura que el hielo de los inviernos, cuando hasta el río que una vez se atrevió a cruzar se convierte en una cinta de acero plateado. Fue una imprudencia que acabó pagando caro, pero con todo logró vivir muchos más años que otros que también lo intentaron y perdieron la vida. Por fin, el 31 de marzo de 2016, una bala lo alcanzó para siempre. Russ Morgan, que le había seguido la pista durante esos largos seis años, y que también había aprendido a blindar su corazón, se sentó en una piedra a guardarle unos minutos de respeto antes de llevar su cadáver a la reserva de La Grande, en Oregon. Le había perdonado centenares de ovejas, terneros, alces, pero el mundo en el que OR4 había nacido ya no era el de antes, cuando los lobos nacían, vivían y morían sin nombre. El mundo de ahora es un mundo en el que todo tiene una etiqueta, un microchip, un código de identificación, y deja una huella que no puede disimularse. “El hombre es un lobo para el hombre”, escribió Hobbes. Olvidó que el hombre es un hombre para el lobo, y para sobrevivir como tal ya no es suficiente con ser un hábil cazador. También se necesita algo de suerte, y un tipo que mire para otro lado.

*Psicoanalista. Miembro de la AMP (ELP)

Fotografía seleccionada por el editor del blog.

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