El discurso del odio

El discurso del odio

 

Bogdan Wolf*

 

 

La influencia del populismo en la vida política europea de hoy día no es nueva. Llenó la escena sociopolítica entre la primera y la segunda guerra mundial desde España hasta Italia, desde Inglaterra a Alemania y Escandinavia. El discurso populista y el discurso del odio son correlativos. La lógica cuantitativa, cuyas paradojas elaboró Lacan en su última enseñanza, nos permite enlazarlos. ¿Cómo hacer a alguien en particular parte de un movimiento para todos? ¿Cómo se convierte cualquier votante en el elegido? Creando una élite que es para todo el mundo. El populismo es un elitismo para las masas, como concluye Umberto Eco en su estudio del programa político fascista de Mussolini en 1930 [1]. Todo el mundo es una excepción y un miembro del movimiento de masas. El fascismo es claramente un paraguas para toda una gama de fenómenos de odio, desprecio y exclusión, a los cuales Lacan añadió el sadismo y el masoquismo como causa de los objetos mirada y voz en la constitución de las perversiones. Tocamos aquí el fenómeno de empuje al goce en esa comunidad social llamada discurso, que tiene efectos mortíferos no solo en aquellos odiados y excluidos, sino también en la vida del discurso que nosotros como analistas no cesamos de construir uno x uno. Los fenómenos del populismo y el fascismo surgen principalmente dentro de y a través del discurso.

En su meticuloso análisis del nacimiento del fascismo en la era moderna, Klaus Theweleit, quien llamaba a su propio padre un «buen fascista», siguiendo el principio de Freud de que todo comienza en casa, abordó el discurso fascista desde la perspectiva del uso de la voz. Llama nuestra atención sobre cómo el volumen, la modulación, el ritmo, la entonación, la puntuación, cada una contribuye a la génesis del discurso fascista tal y como lo ponen en práctica los medios, entonces y ahora [2]. La conexión es ciertamente interesante. La invención de la radio por Marconi en 1900 fue un hito que nos permite captar esta relación. La emergencia de la propaganda fascista entre guerras coincidió con la popularidad en aumento de la radio como transmisor del discurso, amplificando la dimensión vocal en el auge del fascismo. Las tardes en familia consistían en reunirse alrededor de la radio y escuchar el discurso del Padre. Hoy, la oratoria política de este tipo está en perfecta armonía con la ley, como señaló recientemente Gil Caroz [3]. Este tipo de oratoria encaja también dentro del marco democrático de la libertad de expresión. Y desde que nos movemos en la dimensión de la transmisión por audio, los límites construidos por y alrededor de la mirada, como el sexo, el género, la raza, el color de la piel, son trascendidos.

En la vida política, la transmisión oral ha amplificado el llamado a las masas como elitismo para todos. El discurso del odio no discrimina, de ese modo, a nadie, dado que su carácter insidioso sólo reconoce una diferencia, aquella entre el líder y el pueblo, el que habla y la multitud que escucha. Marcado por el carácter magnánimo del líder, su voz fácil, monótona e inductora a manierismos verbales, el discurso populista no se dirige a nadie en particular ni transmite nada específico. En su lugar apunta al monolítico todos en uno, incluyendo a los receptores individuales dentro de la masa hasta que ya no queda nadie en la audiencia que no haya recibido el mensaje. El mensaje, si es que hay uno, tiene que ver con el pasado glorioso del ego también llamado nacionalismo, o con el delirio de la autarquía aderezado con un anhelo de orden imperial en algunos casos. El discurso del odio toma su inspiración de la nostalgia narcisista del sujeto, acompañada por la insistencia de purificar la tierra de inmigrantes, y por el «ambiente hostil» presto a expulsar a los extranjeros fuera del país, que ha probado ser irresistible. Theweleit señala que en el discurso mortificante la nostalgia toma una forma particular en el que habla, repitiendo una frase o parte de ella varias veces, con el fin de silenciar cualquier experiencia de deseo y volverla adormecida. La resistencia se convierte en el único camino. Solo hay lugar para una rebelión o para «obedecer como un perro», para utilizar la expresión de Lacan [4]. Nótese cómo este recurso de oratoria ha sido perfeccionado por Donald Trump y otros demagogos como Farage. Trump ha cambiado su comunicación de escribir en Twitter a una audiencia en vivo que luego es transmitida por todo el país. Tras pronunciar una frase, la repite una o dos veces, y continúa repitiéndola por partes, una y otra vez, como si fuese un eco. No dice nada. O bien estás de acuerdo y te sumerges en la escucha del eco, o bien  jadeas buscando aire, asfixiado en el significado mortal.

Podemos decir que el discurso del odio divide a la audiencia, esto o aquello, verdadero o falso, bueno o malo. Es un discurso que a través del uso de la voz no puede sostener la gradación ni la multiplicidad. Los receptores son reducidos a frecuencias sintonizadas para reaccionar como una sola a la voz que es la única. O te reducen al silencio o… eres reducido al silencio. Claramente esto no es sin relación con la famosa tautología de Theresa May «Brexit significa Brexit», que parece una triste parodia del «Una mujer es una mujer» de Godard. En la democracia del Brexit, la tautología ha servido como otra marca comercial de discurso populista («irse significa irse»), sumiendo en un trance hipnótico a cualquiera incluso remotamente interesado en el debate, hasta que alguien se dio cuenta de que nadie sabe lo que significa realmente el Brexit porque, en palabras de Lacan, ningún significante es idéntico a sí mismo.

«¿Cómo responder a los discursos que matan sin alimentar su sentido, su sentido mortífero?», pregunta Miquel Bassols [5]. ¿Cómo reconocer los rasgos del régimen del discurso fascista que surge del odio a sí mismo, que se alimenta del sujeto animado por la pulsión de muerte? En su indiscriminado aunque legítimo, políticamente correcto aunque divisivo, vinculante aunque beligerante dirigirse a «el pueblo», el líder se toma la libertad de interpretarlo a su voluntad. «Ellos», que contribuyen a nuestra economía y sociedad, frente a «nosotros». El líder populista de hoy les recuerda a los votantes que se extraviaron de lo que querían decir originalmente cuando emitieron el voto, lo que realmente querían decir. El discurso del odio es el discurso del deseo asfixiado y del goce mortífero que recorta el cuerpo hablante. En mi época escolar solíamos jugar a un juego que llamábamos «Dr. Kildare». Consistía en imitar fotogramas que aparecían al inicio de cada episodio de las series más populares de los años 60. En cuanto a alguien le decían ¡Dr. Kildare!  tenía que quedarse quieto en la posición en la que estuviera. Mientras imaginan el efecto cómico de ser cogido en acción, que era el propósito del juego, lo que también se producía era una inercia del cuerpo. El discurso mortífero supone recortar el deseo del cuerpo hablante y reducirlo a la quietud. Lo único que está fuera de control y no permanece quieto es el objeto a. En la experiencia analítica la voz moviliza el deseo, permitiendo al sujeto deslizarse, tropezar con el exceso de inercia, olvidar lo repetido, recordar lo no dicho. A diferencia del discurso analítico, que desaparece de vez en cuando, el discurso del fascismo alcanza el efecto de perversión.

Desde esta perspectiva, el fenómeno del fascismo es en primer lugar el fenómeno del cuerpo hablante en el que se erige la voz empujada por el goce, que no solo no se ha perdido o ha sido sustraída, sino que produce un plus de goce. La voz que comanda el discurso fascista no responde a nada de la dimensión del deseo del Otro, sino que lo mata despertando la demanda de satisfacción en el Otro. Lacan ligaba la perversión al sadismo porque apuntaba al goce del Otro. Por otro lado, atribuía al masoquismo una compulsión a completar al Otro con la voz causando, apuntando a angustiar al otro [6]. Cuanto más devaluado esté el Otro, más pronunciada se hará la función de la voz. La posición del parlêtre populista hoy oscila entre estas dos, entre la desuposición del Otro y la llamada al Uno. Esto me lleva nuevamente al padre como «buen fascista» quien, al modo en que Lacan escribió la père-versión, es una versión del padre sufriente. Él sella la experiencia de sus hijos con un dolor que es el suyo propio -a menudo ensordeciéndola con su voz. También está la versión del buen doctor que se convierte en mal fascista.

*Psicoanalista miembro de la AMP (NLS)

Traducción: Marta Maside

Fotografía seleccionada por el editor del blog

 

[1] Eco, U.Ur-Fascism in Five Moral Pieces, trans. A. McEwen, Vintage, London, 1997.

[2] Theweleit, K. Male Fantasies, Vol 2: Male Bodies: Psychoanalising the White Terror, trans. C. Turner, E. Carter, and S. Conway, Polity Press, Cambridge 1989, p. 129.

[3] Caroz, G.Discourses That Kill, Argument for European Forum, Zadig in Belgium, 8 July 2018, trans. Florencia Shanahan.

[4] Lacan, J.Le Séminaire, Livre XVI, D’un Autre à l’autre, 1968-1969, Ed. J.-A. Miller, Seuil, Paris, 2006, p. 257.

[5] Bassols, M.Killing Me Softly…European Forum, Zadig in Belgium, 11 November 2018, trans. L.-H. Davis.

[6 Lacan, J. ibid, p. 258-9.

 

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