Europa entre la burocracia y el totalitarismo
Manuel Fernández Blanco*
Hace unos días pudimos leer, en este mismo espacio de debate hacia el Fórum Europeo de Milán, el excelente texto de Joaquín Caretti Ríos1 en el que analizaba el ascenso de Vox. España vio desaparecer la representación política de la ultraderecha heredera del franquismo muy pronto y por varias décadas. Su único diputado en el Congreso, Blas Piñar, fue elegido en las elecciones generales de 1979, tras la aprobación de la Constitución, y perdió su escaño en las siguientes (1982). Ahora España ve renacer con fuerza, como en la mayoría de los países europeos, una fuerza política que se suma al nacionalismo identitario anti Unión Europea. El líder de Vox, Santiago Abascal, afirma que a España no le viene bien esta Unión Europea. Su partido, que en las anteriores elecciones andaluzas (2015) había obtenido 18.017 votos, ahora ha obtenido 395.978 y 12 diputados en el parlamento regional. Marine Le Pen, por supuesto, se apresuró a felicitar a los líderes de Vox. Iñigo Errejón, analizando ese resultado electoral, expresaba: “No hay 400.000 andaluces fascistas”. Es posible que Iñigo Errejón tenga razón, lo que nos obliga a un esfuerzo para entender el ascenso de la ultraderecha en Europa y en el mundo.
Cuando se le critica a Santiago Abascal su ideología de extrema derecha siempre responde que su partido político no es de extrema derecha, sino de extrema necesidad. Frente a la que denomina dictadura de la corrección política, presenta su discurso como el de las verdades que muchos piensan y no se atreven a decir. Es una verdad que se pretende toda y transmitida en un lenguaje reducido e insistente, en ocasiones chabacano. Este estilo chabacano, con el que se pretende igualar al “ciudadano de la calle”, no se dirige a despertar la verdad (siempre no-toda) sino a despertar el odio visceral (visceral porque toma el cuerpo), que habita en el sujeto y al que Freud denominó pulsión de muerte.
El odio antieuropeo de la ultraderecha se alimenta de malestares reales. La Europa del Tratado de Maastricht es también la Europa de la evaluación generalizada, la de la homogeneización, la de los protocolos y la de las normas burocráticas asfixiantes.
Aprovechando este malestar, los líderes de la ultraderecha se posicionan rechazando la homogeneización, y encarnando una supuesta excepción necesaria. Santiago Abascal, al oponer al calificativo de extrema derecha el de extrema necesidad, se coloca en el lugar de quien parece no estar afectado por la división subjetiva y tiene todas las respuestas.
Jacques-Alain Miller, cuando analiza la dialéctica entre homogeneización y excepción, opone al normativismo que representaría Hans Kelsen el decisionismo representado por Carl Schmitt. Kelsen consideraba que es conveniente que el estado administre y no gobierne. Para Carl Schmitt, por el contrario, la excepción responde al agotamiento de las normas. Miller señala que el punto de vista de Carl Schmitt “[…] es que la excepción es mucho más interesante que la norma y que en este algo inconmensurable, según sus palabras, reside la llave del orden político. Sin duda extrajo de esto las peores consecuencias: cierta simpatía por un tipo de bigotes que se presentó como diferente -por supuesto lo era- y puso en la calle la república de Weimar […]”.2
No parece ofrecer muchas dudas que la Unión Europea se fundó en una orientación más próxima a Kelsen. Miller, ya en el año 1991, lo expresaba así: “No sin cierto número de dificultades están fabricándonos una Europa con la administración en el puesto de mando. Y es que se cree que ya no hay motivos para gobernar […]”.3 Y advertía de que “se observará que, si se cree poder absorber la soberanía en la administración, uno se expone a cierto número de riesgos. […] Una Europa administrativa prometería el retorno del amo, de uno de verdad”.4 Porque, “[…] cuanto más se apunte a la norma, más se pagará el precio del retorno del amo”.5
Miller señala “[…] la solidaridad entre la homogeneidad, la completa homogeneización, y el surgimiento de lo heterogéneo bajo la forma, si me permiten, de una excepción compacta. A este binario se opone, del lado que Lacan llamo lo femenino, la serie, la enumeración, lo múltiple, que no forma un todo […]”.6
Vemos como las “excepciones compactas”, en la peor de las versiones posibles, proliferan en los países de la Unión Europea. Por eso parece inevitable unir a la lucha contra la ultraderecha, la crítica a la Europa de las burocracias que aspiran a una regulación totalizadora y asfixiante. La homogeneización que promueve la Europa de las normas es el caldo de cultivo para la tentación totalitaria encarnada en esos líderes que, hipnóticamente, conducen al abismo. Frente a esto sería una esperanza que lo femenino pasara a ser un factor de la política.
*Psicoanalista de la AMP (ELP)
Fotografía seleccionada por el editor del blog.
1 Caretti Ríos, J.: “Vox, España y la deriva de Europa”, disponible en:
2 Miller, J.-A.: De la naturaleza de los semblantes (lección del 11 de diciembre de 1991: “Homogeneización y excepción”). Buenos Aires, Paidós, 2001, p. 62.
3 Ibid., pp. 58-59.
4 Ibid., pp. 59-60.
5 Ibid., p. 62.
6 Ibid., p. 65.
Enhorabuena por una entrada tan lúcida.
Lamentablemente, las excepciones lúcidas, como la que vemos aquí, contrastan con la simpleza de las «excepciones compactas» que florecen de nuevo en Europa. Pero eso, precisamente, hace de reflexiones como ésta y las que anteceden, algo absolutamente necesario.
Sabemos que la Historia no se aprende sino que sólo se repite y, casi siempre, para peor, a pesar del mito del progreso.
Contrariamente a lo que se opinaba desde la ingenuidad, internet no «democratiza» nada; al contrario, facilita lo más simple e inmediato. Y nada más simple para muchos que obedecer a un amo.
Aunque es mucho lo que se ha escrito sobre la Europa del siglo XX y todo el horror vivido en ella, recomiendo vivamente a quien no lo haya leído un libro de Mark Mazower, «La Europa Negra».
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