Rechazar ser admitido al banquete de los otros
Miriam Chorne*
¿Amar, odiar a Europa? ¿Cómo se puede haber transformado hasta ese punto el anhelo de pertenecer a la unión europea, de entrar en el euro, de hace tan solo unos pocos años? ¿Cómo ha ocurrido que gran parte de los europeos se sientan alejados del proyecto europeo? Cuestiones aparentemente sorprendentes que nos llevan a introducir otros aspectos que vuelvan más explicable ese apartarse de vastos sectores, cada vez más amplios de la sociedad, que se sienten enajenados de un destino común. No sin suscitar alarma.
En los últimos años muchos habitantes de Europa han sentido que miles de elementos líquidos de la realidad amenazaban con arrastrarlos. Son la fuente según Z. Bauman de una especie de angustia generalizada. Nada les parece seguro y hasta las condiciones de habitabilidad del planeta están en cuestión. Lo que se ha dado en llamar globalización ha elevado el sentimiento de que la desaparición de grandes sectores de la sociedad -en sentido literal y metafórico- está próxima, muchos experimentan que el capitalismo financiero que los transforma en mera mercancía los expulsa de su lugar en el sistema. Con la sensación añadida de que esa expulsión proviene de unas fuentes de poder tan lejanas, tan abstractas, tan anónimas que las vuelve aún más inapelables. Es un mundo sin operadores, “un imperio que ya no es imperialismo de nadie, que está por todas partes, en ninguna parte y al mismo tiempo sin fronteras, sin exterior.”[1]
¿Cómo hacer con esa angustia generalizada? Rechazar a Europa y pretender volver a las condiciones ante ha sido una de las salidas. No sólo porque los líderes políticos la vociferan, ya que electoralmente parece resultar productiva -véase el resultado del Trumpiano “América first”, repetido en Italia con ciertos límites por Salvini- sino también porque es sabido que tener un enemigo exterior, extranjero, une a las masas, les ofrece ciertas certidumbres. Trasladar ese nivel general de angustia existencial al nivel de la invasión del extranjero asociándolo además a la inseguridad puede conllevar la ventaja de creer que existen “soluciones”, que se puede saber cómo hacer.
Volver a ser poblaciones homogéneas puede convertirse en el anhelo compartido, un anhelo totalitario. Que como decía J.-A. Miller en Intuiciones Milanesas[2] ha tenido siempre encanto para las masas. “En el plano de esta aspiración a la concordia, a la armonía, a la reconciliación el totalitarismo es impecable, tal como resuenan sus términos en el discurso del Presidente Schreber.”[3] La esperanza de reabsorber la división de la verdad, de instaurar el reino de lo Uno en política resulta muchas veces tentadora.
La democracia no genera entusiasmo, es necesario tolerar que la verdad no sea una, que esté fracturada; pero hoy debemos entender que se añaden otros factores. Vastas poblaciones que han perdido su lugar en el sistema, que se encuentran sin puntos de referencia no tienen porqué apreciar la democracia cuando no viene acompañada de una cierta justicia social. Cuando el bienestar resulta ser para unos pocos. Son ellas, las poblaciones sin lugar -y se entiende- el caladero de las propuestas nacionalistas.
Y mientras tanto las élites gobernantes europeas miran para otro lado cuando no aumentan esa enajenación con medidas -v. g. castigos ejemplares- que ensanchan la hiancia entre ellas y esas poblaciones.
Por eso los resultados de las últimas elecciones en el mundo, si nos atenazan de inquietud, al mismo tiempo no resultan enteramente inexplicables. Al contrario, aunque en nuestra desesperación podamos interrogarnos cómo es posible que pueblos enteros voten contra sí mismos, podemos entender que quienes se sienten arrojados fuera del sistema, sin lugar en el mundo voten el cambio, aunque sea ilusorio, frente a las opciones tradicionales, ya conocidas, que los dejan fuera. Desde luego creando las condiciones de su rápida decepción.
Recuerdo que el rechazo a la Constitución europea primero por parte de los franceses y luego por los holandeses se quiso leer como antieuropeísmo, en un verdadero ejercicio de denegación, cuando en verdad era un cuestionamiento al carácter de creciente neoliberalismo de las políticas económicas europeas, que arrojaban a gran parte de las poblaciones fuera del sistema. ¿Por qué esas poblaciones iban a mirar con simpatía que para sostener a la banca europea y en particular a la alemana que se había arriesgado otorgando créditos fáciles en las épocas de bonanza, se acogotase a sectores enteros de los ciudadanos, en particular los más necesitados? ¿Por qué iban a aceptar con alegría las políticas de recortes generalizados que incrementaban sin medida la distancia entre los más ricos y los más pobres?
El caso de España, al menos hasta ahora, podría constituir el contra-ejemplo necesario de que cuando los rechazados del sistema encuentran otras salidas no es necesario acudir a la segregación. Los “indignados” de las mareas ciudadanas que pudieron encontrar su expresión en el 15-M y que vieron luego la posibilidad de trasladar su malestar votando a un partido de nueva creación, Podemos, no tuvieron la necesidad de seguir consignas ni de elegir opciones extremistas -aunque los partidos tradicionales quisieron, quieren aún, presentar a ese partido como extremista, para beneficiarse del miedo que concita aún en una sociedad que no recuerda pero que no olvida tampoco la guerra civil. He escrito hasta ahora porque precisamente el verdadero extremismo, el partido Vox, ha entrado ayer, por primera vez, en el parlamento andaluz, reducto durante cuatro décadas de la izquierda. El partido tradicional de la derecha, el PP, que le abrió el paso a la ultraderecha -borrando la caracterización de partidos de izquierda y derecha- promovió la consigna de partidos del cambio (al igual que el nuevo partido de derecha surgido de la objeción al bipartidismo anterior, Ciudadanos), mostrándose ambos dispuestos a acordar con la ultraderecha para expulsar al partido gobernante, el socialista, traspasando el límite de los partidos constitucionalistas. Es el contra-contra ejemplo que vuelve a España un país europeo más. Como en esos otros países de Europa también se vuelve ahora en España “ilusionante” el soberanismo y el discurso anti-inmigración.
Antes de finalizar quisiera retomar otra referencia de Miller al Lacan del texto que comentamos La lógica del fantasma. La misma considera la posición del neurótico de “ser rechazado” como una manera de no responder a la demanda del Otro (tal como surge de la obra de Bergler La neurosis de base). Con un resumen extremo diremos que la búsqueda de ser rechazado, lo que constituiría a su vez un motivo de queja para el sujeto, sería por otro lado, el intento de salvarse de ser engullido por el partenaire materno. Respecto de la demanda del Otro podríamos suponer que el neurótico encuentra la necesidad y quizás el beneficio de ser rechazado. Miller añade que más tarde probablemente Lacan hubiera hablado del goce de ser rechazado.
Es una indicación clínica muy precisa: hay que pensárselo dos veces antes de tener la ambición de forzar a un sujeto a no ser rechazado, antes de considerar que ser admitido al banquete de los otros es lo mejor que le puede ocurrir. Lo que también vale para los pueblos. En aquella época Lacan se refería a la guerra de Vietnam y resumía lo que estaba allí en juego, con ironía, de este modo:
“Tratan de convencerlos de que cometen un error al no querer ser admitidos en los beneficios del capitalismo.”
Se observa su máxima actualidad cuando no es el deseo del Otro lo que está tan presente, sino la insistencia de su demanda política bajo el aspecto de la democracia que viene acompañada de la política del mercado, consideradas ambas como valores (los beneficios del capitalismo) que determinarían un bien imposible de rechazar. “De tal manera que se torna incomprensible, hasta monstruoso, algo que se presenta como una preferencia, la preferencia por ser rechazado del orden de esos beneficios.”[4] E indica una posición de reserva para el analista respecto de los significantes Amo de la demanda propiamente política del Otro, entre ellos hoy: soberanía, el peligro del extranjero, pero también democracia e incluso europeo.
*Psicoanalista de la AMP (ELP)
Fotografía seleccionada por el editor del blog. (Escena de banquete de Bartolomeo Manfredi)
[1]Miller, J.-A., Intuiciones Milanesas en Mental Nº 11 y 12, París, 2002.
[2] Ibidem.
[3] Ibidem.
[4] Ibidem