« Eres cómplice o eres rebelde » (1)
Pascale Simonet
Una guerra se libra hoy en el mundo, y es una guerra de información.
La política, cada vez más reducida a su comunicación inmediata, hace del espacio mediático un teatro negro donde evolucionan soluciones simplistas y falsas, donde se inventan nuevos enemigos para disimular los pisoteos, donde se forman los slogans odiosos, a base de cifras contradictorias y sin sentido. Es urgente el movilizarse para revelar la monstruosidad de este espectáculo. El proclamar alto y fuerte que apostar sobre el odio para justificar lo injustificable es una manipulación criminal que debe ser desenmascarada.
Frente a los extremistas de todos los orígenes, los gobiernos se posicionan tratando de combatirlos en su propio terreno. Esta estrategia, sin embargo, lo sabemos, no ofrece ninguna salida. Agrega más caos al caos, se contenta de aumentar las frustraciones multiformes. Sigue de cerca al movimiento diabólico que tiende a dividir, destruir, desfigurar, desvitalizar.
Las llamadas al conformismo social, el más regresivo contra los miedos crecientes, no dejan de aumentar. Tienen de telón de fondo al ideal cientista del hombre «puro» «maquinizado », que ha olvidado toda particularidad singular. De esta manera se multiplican al infinito las segregaciones y se dibuja un nuevo horizonte: el del hombre muerto, despojado de su cuerpo sensible, anemiado de sus propias palabras, fundido en un todos.
«Cuando se impone el todos igual, el que ninguna cabeza sobresalga, odiando la sorpresa, cuando ésta aparece, se la destroza con el tacón, el tacón de la bota, y con el tacón de aguja también. A través de ello se vuelve tanto más necesario, intenso, inevitable, el surgimiento del Uno, y esto con los aplausos de todos» (2), nos lo recordaba Jacques-Alain Miller, ya en 1992.
Las alegaciones oscuras, repetidas por todos lados, brillan ya como el acero» (3) dejando tras ella la fascinación policial, el linchamiento de las «élites» que se atreven a sublevarse. Entre la mandíbula populista, el espacio para respirar no cesa de reducirse. Una guerra fratricida, de todos contra todos, está en camino. Es «un ataque contra las personas lo que se prepara» anunciaba Bernard-Henri Levy este 18 de octubre (4).
Nosotros lo sabemos, pero lo olvidamos frecuentemente: la esencia de la masacre es en efecto un deseo de totalidad: «Matadlos a todos». El crimen de masas no es solo locura, animalidad de las pulsiones, sino planificación de una razón, que se vuelve loca, socialización de un crimen transformado en un trabajo ordinario.
Se impone entonces, sin demora, una resistencia a todo instante: la de los cuerpos singulares y de la palabra viva. «Necesitamos un nuevo espíritu de comienzo y un verbo muy fuerte para evitar ese pasaje de la carne al cadáver» (5).
Es urgente el recordar que los proyectos que rechazan las diferencias, que defienden la eliminación de ciertos grupos de personas no son opiniones sino llamadas al crimen. Que la democracia no es verdadera más que cuando pueden cohabitar todas la diferencias. Que «fingir no ver el dolor de los otros mata igualmente» (6). Que la política incumbe tanto a los convencidos como a los «ignorantes dóciles» (7).
Que además del secuestro de los debates, la primera victoria del odio es el impactar los cuerpos de manera violenta, el empujarlos al mutismo, el sumergirlos en un terror paralizador, destruyéndolos desde el interior. «Mucha gente vive la violencia de la campaña de Bolsonaro y de sus partidarios como una violencia hacia sus propios cuerpos, contra sus pensamientos y sus espíritus» testimonia la periodista Eliana Brum en un muy buen artículo (8).
Este combate, que nosotros hacemos nuestro, se realiza entonces con la lengua. Es un combate argumentativo por su complejidad, única capaz de preservar una conciencia aguda del goce en juego y de dar a la sensibilidad toda su agudeza. Un combate en favor de la ética de las consecuencias contra la ética de las intenciones, la única que preserva la protección de la singularidad contra el conformismo como un olvido de sí (9). El problema no es saber si se gana o se pierde, sino saber cómo se pierde. Con qué principios, con qué honor (10).
Traducción: Rosana Montani-Sedoud
Fotografía seleccionada `por el editor del blog.
(2) Miller, J.-A., « Etat de droit et exception », Mental N°37, p. 145.
(3) Cherix, F., politologo. https://www.letemps.ch/opinions/temps-une-furieuse-odeur-dannees-trente
(4) Lévy, B ;-H., « Bloc-notes », Le Point, 18 octubre 2018.
(5) Sollers, Ph., et Clavel, M., Délivrance, Points Seuil.
(7) Muller, H., citado por Eliana Brum, op.cit.
(8) Ibidem.
(9) Laurent, E., L’envers de la biopolitique, Ediciones Navarin, p.21.
(10) Saviano, R., op.cit.