El mercado secreto de los exilios
Philippe La Sagna*
Las migraciones son esos millares de seres humanos, de los que una gran parte son mujeres, niños, familias y que se encuentran frente a la elección forzada de partir. Elección que es más fuerte que el riesgo de la vida. Algunos piensan sin duda escapar así a una muerte presente o a una muerte pasada, pero también a una no vida. En los relatos de refugiados, incluso migrantes en general, la historia empieza a menudo por el relato de duelos, de muertos, pérdidas que hacen más posible ese riesgo de la vida. Pero en el fondo, para otros muchos se trata más simplemente de buscar otra vida. Otra vida, más que una vida, ya sea amenazada, limitada, o simplemente no la mejor, otra vida para sus hijos. Otra vida que es hoy comprensible, que parece posible, para todos, ahora a través de los mensajes y las imágenes vistas en internet de los que han atravesado, que han tenido éxito, aunque lo peor se mantiene en el corazón de sus recuerdos. El móvil es la brújula, para aquellos que lo tienen, en un mundo donde las distancias ya no son decisivas.
Hoy día se quiere introducir una diferencia entre los que están amenazados por la guerra o el terror y aquellos que están buscando otra vida. Esta segregación parece razonable, conforme a derecho, aunque cada uno sabe que esta no parará las migraciones, no parará a los que quieren vivir en otra parte y “otra cosa”. La vida, o mejor dicho la calidad de vida que se le puede proponer al otro, a sus hijos, a su compañera, el lugar en el mundo de cada cual es hoy día el objeto de un mercado secreto. Un mercado de dinero puesto que el tráfico de seres vivos es lucrativo, y también es un mercado, un tráfico que no sólo se juega alrededor del dinero. Algunos saben que hoy el desarrollo económico de los países de origen no resolverá el problema, no parará la búsqueda de la mejor vida posible, aunque fuera al precio de la muerte. Alvin Roth, premio Nobel de economía, ha aprovechado el poder de esos “emparejamientos” que hacen que los humanos se entiendan para asignar recursos y reducir su escasez. Esos emparejamientos suponen reglas, pero ahí se las evita, sea por humanismo sea por lo peor, por no ver. La buena vida es rara y la vida precaria no lo es. Hay pues un intercambio. Muchos migrantes van a tener que abandonar una parte de sí mismos, su país, su identidad, su familia, a veces su historia. Y eso hasta a veces una forclusión total. Lo que es así abolido para una generación puede retornar en lo real en otra, en las siguientes. La asimilación que exige el olvido de sí es una idea en parte nacida de las Luces: “Los pueblos de América, de África, de Asia y de otros lugares lejanos parecen no esperar más que ser civilizados y recibir de nuestra parte los medios de serlo y de encontrar hermanos entre los europeos para convertirse en sus amigos y sus discípulos” Condorcet (Wiki). Sin embargo, esta se mantiene mancillada por su uso en la colonización. El espíritu de la etnopsiquiatría es el espejo inverso de ella, que apunta a reenviar al extranjero a “su cultura”. Esta cultura que a menudo es tan mítica como desconocida que la que se atribuyen en espejo los pueblos europeos, exaltados por un nacionalismo que no es más que el reverso de la universalización mundial forzada por los mercados. Por supuesto, si los migrantes están dispuestos a abandonar una parte de sí mismos, pueden aparecer como si nos pidieran a cambio ceder algo de nuestro ser y de nuestra identidad. Como en un mercado. Es ahí donde, a falta de un decir verdadero, surgen las ideas más locas: “reemplazamiento” de pueblos, por ejemplo. O la crispación frente a una tradición construida.
El psicoanálisis va a interesarse sobre todo por lo que es la marca del sujeto: el exilio. El exilio es lo que nos pone en la exigencia de ir “hacia sí mismo”, encontrándose lejos de su tierra, según la palabra de Dios a Abraham (“ve hacia ti”). En el Génesis está dicho: “Sepa que la descendencia vivirá en una tierra extranjera, donde será esclavizada y oprimida.” En la tradición de la Biblia esta condición del exilio es también el camino de la liberación. No es sólo una paradoja, la idea del monoteísmo es siempre ceder en la tradición para elegir al Otro diferente de sí, otro Uno. No es la ley, sino la salida de la ley. No es elegir entre la costumbre o la familia. Es incluso la inversa y es en eso donde el monoteísmo prefigura las Luces a condición de cambiar también radicalmente. Se trata entonces de cambiar, pero de cambiarse en el encuentro (¡fallido!) con el otro. No hemos medido todavía las consecuencias de la triplicidad de los monoteísmos que puede llevarlos a la caricatura, a la negación, de lo que son. Eso supondría hablar seriamente del retorno actual de la religión bajo su forma más tradicionalista.
El rechazo del exiliado, ¿no es también por otra parte el rechazo de su propia parte de exilio? Se rechazan sus sueños, por otra parte, (ej. Les dreamers) por no querer saber nada de los nuestros ni tampoco de nuestras pesadillas. Por no querer saber nada de lo real que hace de nosotros seres desplazados. Eso es el inconsciente. Hoy la tentación de las democracias iliberales es el de encontrar en las migraciones una excusa para su odio de las Luces, que no esperó esta ocasión para existir. Este odio, es hoy sobre todo el de esta frágil construcción que es un Estado de derecho, puro producto de las Luces. Sin eso, sin ese Estado, la democracia ya no es la peor y la mejor de las cosas. Sólo que puede convertirse en la peor…
*Psicoanalista de la AMP (ECF)
Traducción: Elvira Tabernero