José R. Ubieto*
La era de los egos produce la Egopolítica, avivada por las pantallas y sus redes donde la imagen refleja los brillos, pero –al tiempo- vela todo aquello que no es reducible a esa ilusión especular. Zuckerberg tiene sus objetivos (no confundir con deseos) para cultivar su ego: aprender mandarín, recorrer su país de punta a punta, alcanzar un nivel alto como luchador. Lo que el espejo oculta, con su fascinum alienante, son los subempleados de Meta que lidian cada día -al precio de un gran sufrimiento- con miles de vídeos de violencia sexual, pornografía infantil o mutilaciones. O los adolescentes perturbados por esas escenas de falsas vidas felices.
Trump persigue frenar a los cientos de delincuentes violentos y enfermos mentales que –dice– están dispuestos a invadir los EE. UU. Lo hace por América (MAGA) cuando sin salir de ella encontramos miles de ciudadanos con graves trastornos mentales no atendidos. En 2024 hubo en EE. UU. un tiroteo masivo cada 24 horas con 15.998 víctimas. Los dos últimos atentados navideños (Nueva Orleans y Las Vegas) fueron protagonizados, como la mayoría, por ciudadanos autóctonos. Aznar se lamenta de la rotura de España, que él asegura haber evitado, dejando fuera del relato su decisiva contribución a la desintegración social, fruto de medidas liberalizadoras del suelo y privatización de empresas de servicio público.
Lacan criticó la Psicología del Yo (Egopsychology) –deriva del psicoanálisis americano– por ignorar la función clave de desconocimiento que constituye al propio yo, fundado en un no querer saber nada. El envoltorio de ese ego –su imagen corporal tuneada- oculta los restos que, sin embargo, son imborrables. La novedad es que hoy el ego se alimenta de sus pasiones, que dejan de ser privadas para realizarlas sin pudor. Son egos que hacen de lo íntimo y lo obsceno un ideal social. En cierto modo, estos nuevos césares (Elon Musk se hace llamar ahora “Kekius Maximus” en X, guiño a internautas de extrema derecha y Zuckerberg ya luce rizos) propugnan otra forma de cultura de la cancelación al apostar por el borrado de la memoria histórica amparándose en el populismo digital del pulgar. El ego, aparentemente sólido y uniforme, les ahorra la división subjetiva que experimentamos todos como angustia y que atraviesa cualquier vida, al evidenciar las contradicciones propias de todo ser hablante.
Su aparente seguridad tiene efectos sugestivos entre una amplia mayoría de votantes (mayores y jóvenes, hombres y mujeres, ricos y pobres) y especialmente entre aquellos que más dudan de sus capacidades y suerte. Por eso, a veces, nos sorprende que colectivos marginados les apoyen, siendo que no serán objeto de sus atenciones (sí, de sus reclamos). Ellos, más que nadie, necesitan de un ego sólido que les evite el sentimiento de humillación y el abismo melancólico que se les abre. No es que sus seguidores no capten el lado fake de esos egos -todos los adolescentes y jóvenes saben que influencers como Llados o Tate son impostores- pero necesitan ese relato que les proporcionan para sostenerse en su realidad.
Las redes sociales o los programas políticos populistas encuentran en esa tentación del abismo, en el empuje a la nada -el balconing es solo un ejemplo-las lianas adecuadas para que cada cual se balancee con la ilusión de estar a salvo. Los continuos errores de las empresas de Musk (SpaceX, Neuralink, Tesla, X) no son simples fallos, propios de la innovación. Reflejan, mejor que nada, ese espíritu de utilizar al otro para su beneficio, como si el otro no fuera otro, sino un objeto instrumental al servicio de su ego. Sus interferencias políticas así lo prueban y la red aquí no sostiene, atrapa y eyecta.
Toda crisis genera nuevas formas de poder. El poder del algoritmo es expansivo y sin límites. No desdeña la batalla cultural y abusa, con sus sesgos, de las emociones y de las sensaciones como si todo fuese posible. La era de los egos tiene su reverso necesario en los desechos que produce y escamotea. Birlar ese lado oscuro –gracias al resplandor que multiplica su imagen al infinito–es la clave de su “éxito”, sin duda efímero porque lo real es indomable, pero por el momento muy poderoso.
*Psicoanalista. Miembro de la AMP (ELP).
Fotografía seleccionada por el editor del blog.
Fuente: https://catalunyaplural.cat/es/egopolitica-el-nuevo-mandato-de-trump/
