Notas sobre la declinación de la izquierda y su efecto de desamparo

Oscar Strada*

Estas notas pretenden responder a una interrogación sobre la dificultad actual de la izquierda para recoger la insatisfacción social o la queja de los ciudadanos y para transmitir sus propuestas o proponer ideas que permitan vislumbrar un mundo mejor. 

Parece evidente que la izquierda no solo, ya no puede prometer tocar el cielo, sino tampoco puede ilusionar, porque no articula un discurso que vaya más allá de propuestas concretas referidas a las políticas de vivienda, salud, educación y bienestar social. Es decir, propuestas que en ningún caso cuestionan la estructura social en sus fundamentos. 

Si tomamos en cuenta los resultados electorales de la izquierda o los efectos políticos y socioeconómicos de aquellos países en los que ha gobernado o gobierna aun, se puede constatar que los objetivos no programáticos o doctrinarios casi nunca se han cumplido.

Esto nos lleva a considerar que nos enfrentamos a una impotencia discursiva y a un efecto de declinación de la izquierda, principalmente europea, aunque con efectos evidentes en otros continentes.

Por todo ello, estas notas, deben ser consideradas en su definición misma, como anotaciones o puntuaciones para la reflexión.

La consecuencia directa de esta declinación es el desamparo y la pérdida de referencias que la izquierda viene sufriendo, quizá desde 1956, desamparo que ha generado una vulnerabilidad y desorientación o falta de horizontes políticos y filosóficos, que durante el último tercio del siglo pasado y lo que va del presente ha ido desgranándose y profundizando. 

La “gran ilusión” de los socialistas utópicos, del siglo XIX, ha derivado en la distopia desilusionante y esterilizante actual.

De la identificación colectiva a un ideal, se ha pasado a un proceso donde todas las identificaciones están diferidas en la pérdida de todas las creencias.

En los comienzos de la revolución rusa, Trotski cuenta que paseando por la campiña, se encontró con un campesino al que preguntó si era bolchevique o menchevique. El campesino respondió a su vez, preguntando, qué era Lenin. Trotski respondió: bolchevique. El campesino agregó, entonces, yo también.

Ese modelo de identificación imaginaria desapareció completamente finales del siglo XX y no fue sustituido ya nunca más en relación con un liderazgo en la izquierda, quizá brevemente durante el mejor Guevara, el del guerrillero heroico o el de la postulación del hombre nuevo. Quizá también con Mao durante el periodo del “gran timonel” y su libro rojo, que funcionó como un “objeto a” durante algunos años a finales de los 60.

La caída del Nombre del Padre y de las referencias paternas, que Lacan teorizó y desarrolló precisamente en esos años, en su “Seminario inexistente”, anticipó la generalización de ese proceso desidentificatorio con las figuras y representantes simbólicos del padre.

El avance de la derecha y de la ultraderecha política e ideológica a nivel mundial, principalmente verificado en las democracias occidentales europeas y americanas, es correspondiente al declive de la influencia electoral de las diferentes manifestaciones de la izquierda y también a la debilidad y falta de pregnancia del discurso de izquierda y su presencia político social.

Luego de la caída de las dictaduras latinoamericanas de mediados de los años 70 y de los 80, hubo un retorno y repunte de gobiernos progresistas de izquierda y centro izquierda, como en Venezuela, Argentina, Bolivia, Ecuador y Brasil, principalmente, mientras el régimen cubano lograba mantenerse a pesar de las severas dificultades económicas y de los “periodos especiales”, es decir en situaciones de emergencia permanente.

En Europa, a finales de siglo XX y principios del XXI, pudo registrarse un cierto avance de las propuestas políticas de la izquierda expresadas en la presencia de los verdes en Alemania, el movimiento Syriza en Grecia, la aparición del movimiento 15 M y posteriormente de Podemos en España, mientras el PSOE se mantenía y permitía sostener un discurso progresista, traducido fundamentalmente en políticas de géneros e igualdad, de los feminismos y en una sensibilidad a las políticas de empleo, vivienda y sanidad.

En las postrimerías del primer tercio de este siglo, observamos que esos movimientos alentadores han entrado en una meseta declinante de los movimientos y el pensamiento de la izquierda, que la fueron situando lenta y progresivamente en un lugar de desamparo, de soledad y desencuentro, cuando no, de aislamiento y desaparición como ya había sucedido especialmente con los partidos socialistas y comunistas en Francia e Italia a principios de este siglo.

¿Cómo es posible entonces, que se haya producido ese fenómeno declinatorio después de un sostenido ejercicio de presencia, acción y gobiernos que se habían dado hasta la caída del muro de Berlín?

La acción sostenida de la izquierda se expresó a partir de la revolución rusa, en una serie de hitos como la República de Weimar, los movimientos libertarios, el surgimiento de los países comunistas del Este después de la segunda guerra mundial, el auge de la intelectualidad de izquierda europea, sobre todo en Francia e Italia, el surgimiento del maoísmo y del partido comunista chino, la revolución cubana y sandinista en Latinoamérica, los movimientos de liberación africanos, los gobiernos de izquierda o centro izquierda, como en Argentina, Chile, Perú, Brasil, Ecuador, Bolivia y Venezuela, contribuyendo a presagiar la travesía de un fantasma que recorrió medio mundo

En América Latina, el triunfo de la revolución cubana en 1959 abrió la posibilidad de movimientos de liberación nacional en toda Latinoamérica, no dependiente de los intereses geopolíticos de la URSS, que posibilitó en el plano intelectual y de las organizaciones estudiantiles, que surgieran agrupaciones y partidos políticos no sujetos al partido comunista soviético. Era la nueva izquierda independiente que tenía un lado pro chino y por otro lado uno guerrillero o que preconizaba la lucha armada, primero agraria y luego urbana, contrariamente a la política internacional del PC que levantaba la bandera de la coexistencia pacífica.

Sin embargo, todo este movimiento fue rápidamente declinando hasta su desaparición en la mayoría de los casos. Y actualmente el fantasma que nos recorre, es el de la total desaparición de estos movimientos. 

Entonces cabe preguntarse, ¿cómo ha sido posible que esto sucediera, para entender la actual situación, que es paralela al avance del pensamiento, la acción y los gobiernos de la derecha y ultraderecha?

Consignemos algunos hechos que sin duda han tenido su influencia negativa o quizá permitan pensar las causas de esta declinación. 

¿Cuándo empezó el declive o la decepción de la izquierda?

La mayoría de estos hechos se han producido a partir de la segunda mitad del siglo veinte.

Después del demoledor informe de Nikita Kruschev en el XX Congreso del PCUS sobre las atrocidades de Stalin, le siguió el aplastamiento del levantamiento de Hungría en 1956, que significó una grieta importante en el partido comunista y su repercusión en la progresía europea. Cargos públicos, cuadros intelectuales, obreros y estudiantiles comenzaron a abandonar los partidos comunistas del mundo entero. La historia no se podía presentar ya como el avance dialectico de un futuro prometedor y radiante. Michel Foucault, lo expresó como una grieta que “nos liberaba de sentirnos obligados a tener esperanza en algo”. Fue una fractura de la credibilidad del proyecto comunista que afectó a todos los partidos y las instancias de superficie, revistas, periódicos y medios de comunicación orgánicos y no orgánicos y a toda la superestructura ideológica.

Las consecuencias revisionistas afectaron no solo a los militantes de los partidos comunistas del mundo sino también a los miles y miles de compañeros de viaje y a sus organismos y publicaciones asociadas, algunas tan famosas como “Les Temps Modernes”, que dirigía Sartre y comienzan a aparecer proclamas publicas contra la invasión y el régimen soviético firmada por los intelectuales de izquierdas más famosos y reconocidos en la Europa de entonces, como Simone de Beauvoir, René Char, o Camus o los editores Gallimard o Flamans. Camus siguió defendiendo a los disidentes del Este, aun cuando recibió el premio Nobel de Literatura en 1957, cediendo el importe del premio a los intelectuales húngaros y sus familias.

Para Cornelius Castoriadis que dirigía la publicación “Socialismo o Barbarie”, el levantamiento húngaro representaba el mayor acontecimiento protagonizado por los trabajadores contra un sistema totalitario como el soviético y anticipaba futuros levantamientos a lo largo del siglo y de los próximos años. El levantamiento húngaro motivó a filósofos pro-soviéticos inicialmente como Ricoeur, a trabajar y reflexionar sobre esa inmensa “paradoja política” que representaba el régimen soviético.

El aplastamiento posterior de la Primavera de Praga, encabezado por Alexander Dubcek, fue otro golpe al socialismo que pretendía renovarse y aggiornarse. La primavera de Praga que se inició en enero de 1968, fue aplastada en agosto de ese mismo año. Ese movimiento promovía un socialismo de rostro humano y abogaba por una descentralización y democratización del País que eliminaba la censura y apoyaba la libertad de expresión.

La muerte del Che Guevara en octubre del 67 significó la derrota de la teoría del foquismo y de la rebelión armada del campesinado y el fracaso de un proyecto emancipatorio latinoamericano.

La burocratización, sectarismo y anquilosamiento de la Revolución Cubana que consolidó una nomenclatura dirigente y no pudo mejorar significativamente la calidad de vida de los cubanos,  produjo una deserción y la pérdida de apoyo de la intelectualidad europea y americana.

El mismo o peor camino que tomó la dirección del sandinismo persiguiendo y segregando a los fundadores de ese movimiento contribuyendo también a la pérdida de apoyo de amplias capas de representantes de la política y la cultura europea y americana.

La perdida, represión y segregación de Cardenal, Ramírez y Gioconda Belli, fueron letales para el apoyo ciudadano e internacional al sandinismo, enterrado después por la delirante y tenebrosa acción del dúo presidencial Daniel Ortega y Rosario Trujillo.

En el 73 se produjo el golpe militar contra la presidencia de Salvador Allende en Chile, promovida por la CIA, tal, como fue reconocida posteriormente en el Congreso Americano, destinado a aplastar toda vía pacífica y electoral al socialismo en Latinoamérica.

En el 76 la dictadura cívico militar Argentina produjo la mayor represión y genocidio sobre las clases populares y cuadros estudiantiles, profesionales y sindicales de izquierda a escala global, generando más de 30.000 desaparecidos para siempre.

Estos efectos regresivos sin duda se vieron acompañados o precedidos por una pérdida de referentes históricos y teóricos del pensamiento de la izquierda. Veamos algunos casos ilustrativos.

Nicos Poulantzas, el gran teórico griego afincado en Francia se suicidó el 3 de octubre de 1979 lanzándose del piso 22 de la Torre Montparnasse de Paris abrazado a sus libros. Tenía 43 años.

Jean-Paul Sartre, promotor del compromiso de los intelectuales de izquierda, murió el 15 de abril de 1980 en Paris a los 75 años, 

Michel Foucault murió el 25 de junio de 1984, cuando tenía 58 años. 

Louis Althusser se suicidó enajenado mentalmente en 1990, después de haber asesinado a su mujer en 1980, cuando concluye su producción teórica.

La caída de los partidos socialistas de Francia e Italia, que se habían consolidado durante el siglo XIX y primera mitad del XX, presagiaban lo peor para el movimiento socialista internacional.

Mientras esto pasaba en Europa en Latinoamérica, partir del asesinato del Che en octubre de 1967, cuando tenía solo 39 años afectó a todos los movimientos de liberación nacional que sufrieron una importante derrota planetaria.

En África la muerte de Franz Fanón en 1961, a los 36 años de leucemia, también afectó y debilito el desarrollo de las luchas anticoloniales.

La muerte y asesinato de Patrice Lumumba, asesinado en enero de 1961 a los 36 años. Líder anticolonialista, fue el artífice de la independencia del Congo belga, su muerte significó otro golpe a los movimientos emancipatorios.

La caída del muro de Berlín, en 1989 fue consecuencia del desmoronamiento de la Unión Soviética y significó también la caída de los ideales que la sustentaban.

Y finalmente el PC chino, después de la fallida revolución cultural de Mao, y de la muerte del “gran timonel”, daba luz verde a la configuración de la línea del capitalismo socialista que asumió el partido comunista chino. Después de implantar la economía planificada en 1958, Mao llevó adelante con su mujer y la famosa “banda de los cuatro” su controvertida “revolución cultural” finalizada en 1969, que anticipo su declive político y muerte en 1976.

A partir de los 80 se produjo un silencio de los intelectuales europeos, que fueros sustituidos por la irrupción de los llamados nuevos filósofos que esperaban encontrar una voz que los representara y que asumió Bernard-Henri Lévy, pero que no tuvo trascendencia en la política.

Si bien estos datos son consignables en su facticidad, es mucho más difícil poder evaluar y medir el efecto sobre las conciencias individuales, sobre las organizaciones y movimientos político-sociales y sobre la significación personal en cada uno y en todos los casos. Quizá todo esto forme parte de lo que Sartre llamó oportunamente, los efectos de los “practico inerte”. Es decir, tomar nota de todo aquello que se opone en la práctica a un movimiento estructurarte progresista.

Consecuentemente a esta pérdida de referentes políticos para la izquierda, se sumaron la desaparición de referentes progresistas dentro del campo de la cultura. A partir quizá de la muerte de Bertolt Brecht, Walter Benjamín y Stefan Zweig, las referencias de la cultura se vieron afectadas por las falencias y grietas en los ejes de pensamiento y en las prácticas políticas, que mermaban la credibilidad y la consistencia de los mensajes formalizados en los diferentes lenguajes de la cultura.

Cuando se pierden los referentes teóricos y se cuestionan las prácticas políticas que lo expresan, repercute sobre cualquier relato posible. Y a partir de eso, se pierden o desaparecen los grandes relatos. Efectivamente en algún momento se produce este fenómeno. Quizá se puede fechar en 1986 esa partida de defunción, que certifica el fracaso y la desaparición del último experimento socialista en Europa. El atraso social y económico de la RDA, quedó retratado con el derrumbe del muro de Berlín y los ciudadanos de la RDA cogiendo billetes de 100 marcos alemanes que los comerciantes de la RFA regalaban a cada uno de aquellos que ingresaban a la zona occidental, es decir al capitalismo. Con ese acto cada ciudadano de la RDA rubricaba el acta de defunción de su país de origen.

Por otro lado, cuando se produjeron hechos notables como los de mayo del 68 en Francia, inmediatamente los intelectuales de izquierda o progresistas se hicieron presentes bien por acciones concretas o comunicados activos.

En mayo del 68, Le Monde publicó un manifiesto en apoyo del movimiento estudiantil que estuvo firmado por Sartre, Blanchot; Gorz, Klossovky, Lacan y Lefevre, entre otros, en esa tradición de la izquierda. Lo mismo pasó con el apoyo a la primavera de Praga.

Todos esos tipos de acciones fueron desapareciendo no solo fácticamente, sino en sus efectos. Podemos verificarlo actualmente en la ausencia casi total de manifiestos de los intelectuales en contra de la guerra de Ucrania y del genocidio en Gaza.

Entonces si no hay discursividad de la izquierda, hay necesariamente un declive, una declinación. Si no hay palabra, hay silencio.

¿Y porque no hay discurso de la izquierda?

En primer lugar, porque se han perdido los referentes teóricos. Después de la desaparición de los intelectuales y los actores que funcionaron desde los 60 a los 80, no han surgido nuevas voces. Cuando estoy repasando estas notas llega la noticia de la enfermedad de Noam Chomsky, que nos deja aún más desamparados.

Esto ha influido en la crisis de los grandes relatos. La crisis de los grandes relatos es un síntoma del malestar de la democracia asociado a la declinación de la creencia en el Otro.

El postmodernismo incluyó el cuestionamiento de todas las formas de creencia, que Eduardo Grüner, en Formas de la Espada, resumió en el fin de la historia, el fin de los grandes relatos, el fin de los sujetos, el fin de las ideologías y el fin de los estados nacionales. Es decir, en el fin de las ilusiones de autosuficiencia.

Nosotros, los psicoanalistas, sabemos que al ser parlante casi todo le llega como una historia significante que recibe del Otro, otorgándole un saber. Esta forma de saber se presenta para el sujeto bajo la condición de necesariedad, ya que se trata de un sujeto descompletado, un sujeto desustancializado escindido por el no saber, por el inconsciente y por la falta de ser.

El sujeto mismo invocará e instrumentará dispositivos de completud destinado siempre al fracaso, pero que cumplen la función de otorgar al menos, una necesaria consistencia imaginaria. Esto es lo que lo hace tan sensible a los relatos significantes. 

El gran relato se constituye como un universal del sentido para el particular subjetivo que cada sujeto, “asujetará” a su manera y lo abrochará en un movimiento de capitonado particular.

Freud nos alertó tempranamente como el sujeto inscribe en la vida subjetiva, su propia novela familiar y en el orden social, la política y el gran relato cumplen la función de inscribirlo en la novela social. Y en este sentido al humano, le concierne la inscripción política, en la medida que, si el inconsciente es el discurso del Otro, el inconsciente es la política.

La política, junto con la filosofía, es la forma más elevada de articular todos los relatos posibles. La política es el género ideal del gran relato. El relato de los relatos, el relato donde los demás relatos pueden tener sentido. La política se inscribe en el terreno del gran Otro, del intercambio social de los ciudadanos. Si fracasara, esta dejaría a los individuos en un verdadero desamparo, sin marco para encuadrar las relaciones de la distribución de la riqueza, de la justicia, de la educación del bienestar social y de todos los intercambios simbólicos, incluido el plus de gozar.

Hay que entender que el fin de los grandes relatos implicaría las alteraciones subjetivas entre el Estado y el Sujeto, porque la relación entre los relatos ideológicos y la subjetividad compromete la relación con la ciudadanía. Y esto es fundamental, porque el papel que la democracia otorga al Estado permite entender la dialéctica de que el sujeto piense en el Otro del Estado y piense también que el Estado lo piensa a él. Esta es a mi juicio, la condición de necesariedad de la subjetividad y la política y lo que sustenta la dialéctica intersubjetiva del reconocimiento. Quizá, la única protección frente al desamparo social. Y por eso defendemos la democracia.

Entendemos que la pérdida de los grandes relatos va asociado a la pérdida de la fe, lo que Freud llamó “Das Unglauben” y que eso puede conducir a las salidas cínicas o a formas extremas de escepticismo de no creer en nada o creer en cualquier cosa. Tal como ha sucedido actualmente con las recientes elecciones en Argentina, donde la imagen de una motosierra ha pretendido sustituir la creencia en el Otro social de la política, en una campaña que se basó en el fin de los políticos y de la política.

Sabemos también que esa estrategia no es otra que la que propugna el neoliberalismo como solución para suturar toda insatisfacción y el temor a la exclusión extrema, como una forma de terror económico: las promesas de la ciencia y la técnica y un empuje al consumismo feroz.

¿Qué hacer entonces frente a este desamparo actual de la izquierda, sin referentes aggiornados, que se traduce en una impotencia y aparentemente sin una estrategia eficaz?

En 1902, Lenin publicó un trabajo percusiamente con ese título, ¿Qué hacer?

Curiosamente, no proponía la acción, sino la reflexión. Lo primero decía, era necesario estudiar teóricamente, o sea estudiar marxismo. En segundo lugar, proponía combatir el terrorismo económico y, en tercer lugar, auspiciaba generar con conciencia política en la ciudadanía, naturalmente se refería a la conciencia de clase.

Me parecen muy sugerente sus reflexiones en su aplicación sobre todo a Zadig, es decir para aquellos interesados en la articulación del psicoanálisis con la política. Estudiar, superar la etapa del voluntarismo y profundizar en las bases posibles de articulación política y en el aparato conceptual teórico para responder a las cuestiones que nos demanda la subjetividad de la época.

En segundo lugar, combatir el neocapitalismo y el economicismo y tercero promover la concientización de sus efectos en las subjetividades.

Ante la crisis de los relatos, hay la oportunidad de renunciar al sentido único y totalizador del “para todos” y apuntarse a la incompletud del “no todo”, pero no renunciar a una política que privilegie el conjunto de las minorías.  

Es evidente que este siglo denuncia el colapso de las grandes mayorías y el estallido de las pequeñas minorías.  Prácticamente en todo el mundo democrático hoy gobiernan las coaliciones o son necesarias para gobernar. Esto requiere nuevas conceptualizaciones y puntos de vista desde la diversidad y también vemos que los que añoran las mayorías absolutas son siempre la derecha y la ultraderecha.

Creo que esto nos debería orientar y hacer existir una vez más al Otro de la política en un esfuerzo renovado de invención e innovación.

Frente al desamparo de la ausencia del Nombre del Padre, es necesario retomar las banderas de la solidaridad, del trabajo colectivo y de la aceptación de la diversidad en la creación de nuevos lazos sociales y la defensa del medio ambiente. Y sobre todo hacer existir al Otro de la política, aunque sepamos que, como el Amor Brujo, Falla.

*Psicoanalista. Miembro de la AMP (ELP).

Fotografía seleccionada por el editor del blog.

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