Los reyes de las redes

José R. Ubieto*

Delphine de Vigan alerta en su novela Los reyes de la casa sobre la alienación que implica una cultura digital basada en la inmediatez y la búsqueda de reconocimiento. Escenario donde los populismos encuentran su hábitat natural y crean comunidades de fieles que, como en el caso del agitador español Alvise Pérez o el exitoso youtuber chipriota Fidias Panayiotou (hay otros en Chequia), les permiten obtener un acta de eurodiputado sin programa electoral ni argumentos sólidos para gobernar. Junto a ellos están los ingenieros del caos (Da Empoli) que les procuran los medios para llegar a un público amplio y captar sus devotos. Su capacidad de influencers crece a medida que decrece la de los referentes tradicionales (políticos, padres, intelectuales).

Hace ya tiempo que todos llevamos el saber en el bolsillo y que aquello que antes preguntábamos a profesores o expertos, ahora se lo dirigimos a Mr. Google, al influencer de turno o al chat GPT. Algunos son inteligentes y creativos, nos animan a leer, cocinar, investigar, practicar deporte o desarrollar hobbies artísticos. Pero, hay también los que enmascaran la realidad, borrando las dificultades, difundiendo bulos y estigmatizando a cada vez más sectores de la población.

Un rasgo común es el lenguaje que utilizan, sencillo, con mensajes que tienen la complejidad del habla de un niño de 10 años. Hay una razón para ello: las palabras simples son eficaces. Trump utiliza un tono conversacional, con una tendencia al uso del lenguaje directo; una cuidadosa distribución de opuestos que fomenta la polarización: buenos/malos; mejor/peor; nuevo/viejo. Sus recursos estilísticos (signos de exclamación, mayúsculas) enfatizan su mensaje, que incluye insultos degradantes que avivan el odio. Simplicidad y rapidez en sus soluciones como signo de dominio y ausencia de debate, muy al estilo de las redes sociales.

A estos factores hay que añadir otros elementos propios de lo digital y de la época. Por una parte, el anonimato que favorece que cualquiera pueda decir cualquier cosa sin hacerse cargo de las consecuencias. Por otra, la suspensión del tiempo y espacio, coordenadas de la modernidad. El tiempo se genera cuando hay alternancia: presencia/ausencia; lleno/vacío; interior/exterior. ¿Qué ocurre cuando la presencia, lo lleno y lo exterior ocupan todo el espacio? Que existe el riesgo de que el sujeto se desconecte de sí mismo, deje de hacerse preguntas y acelere su dependencia del objeto y del influencer de turno. Eso provoca que el tiempo subjetivo se empobrezca porque dependemos excesivamente del otro y al no existir intervalos, el pensamiento no brota.

Finalmente, la erradicación de la memoria –externalizada a lo digital como si fuera el disco duro de nuestras vidas– es también un problema porque la memoria no es solo un asunto de memorización automatizada de contenidos. La memoria nos permite disponer de un reservorio de hipótesis, palabras y conceptos que nos ayuda a interpretar el presente y que nos permite afrontar el futuro asumiendo el pasado (memoria democrática).

Todos estos factores: anonimato e impunidad, aceleración e inmediatez y borrado del pasado sustentan una cultura digital del odio, base del éxito de estos influencers populistas. Conectan así con la angustia de muchos ciudadanos cuyos referentes culturales están en una profunda crisis. Los nuevos agitadores digitales ya no prometen lo imposible, anuncian lo peor porque saben que esa promesa de odio resuena con fuerza y eco en el ciberespacio.

*Psicoanalista. Miembro de la AMP (ELP).

Fotografía seleccionada por el editor del blog.

Fuente: https://catalunyaplural.cat/es/los-reyes-de-las-redes/

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