La solución metabólica

Gustavo Dessal*

El neoliberalismo posee una versatilidad caleidoscópica que no cesa de asombrarnos. Si Internet ha cambiado la historia de la humanidad, como la invención de la rueda, la luz eléctrica o la bomba atómica, estamos entrando ahora en una nueva era. La periodista e investigadora neozelandesa Kelly Pendergrast la califica muy atinadamente como “la perversión metabólica”. Poco importa el uso que ella haga del término “perversión”, es indudable que coincide plenamente con el carácter perverso que Freud descubre en el ser hablante. Las personas que conservan un mínimo de decencia, y por fortuna todavía hay muchas, saben de forma erudita o por la evidencia de la realidad que las fuentes de energía renovables son incompatibles con la lógica de un mercado que está inmerso en la conquista de un crecimiento económico sin límites. De allí que el destino del planeta sea su extinción irreversible, puesto que todos los soles del cosmos no alcanzarían para satisfacer las necesidades de energía no renovable. Que una organización pionera como Greenpeace se plantee la posibilidad de reconsiderar el uso de la energía atómica es una prueba de que estamos atrapados en nuestra propia consunción.

El éxito y al mismo tiempo el fracaso de nuestra civilización son ya indiscernibles, y a la luz de las nuevas tecnologías lo político ya no puede abordarse con categorías decimonónicas como la izquierda y la derecha, más allá de la total validez de la premisa marxista de la lucha de clases.

Pero he aquí que una sorprendente idea podría al menos por un tiempo sacarnos del atolladero. Si descontamos los negacionistas, que en sí mismos encarnan una paradoja, ya que pueden negar el cambio climático mientras mueren asfixiados por el humo de los incendios y la inhalación de polvo de hormigón armado (uno de los elementos que más contribuyen al acortamiento de la expectativa de vida), nos queda otra posibilidad.

Se ha demostrado con experimentos debidamente controlados y repetidos que existen bacterias capaces de devorar los plásticos. Las estimaciones calculan que en un año dichas bacterias reducen entre el 8 y el 10 por ciento de las botellas que flotan en el mar. Lamentablemente, aún si esas bacterias pudiesen ser producidas en cantidades infinitas, no bastarían para limpiar el planeta, al igual que sucede con otras bacterias capaces de devorar la basura terrestre. ¿Qué podríamos hacer entonces? Aquí es el punto donde cabría invertir el proceso. Nuestros organismos son completamente tóxicos. No existe ni un solo milímetro cuadrado de esos cuerpos que no sea presa de los microplásticos. Por lo tanto, es preciso que nuestra especie se adapte. En lugar de renunciar a la producción psicótica e ilimitada de bienes de consumo, nuestros cuerpos deberían adaptar su metabolismo poco a poco para resistir el envenenamiento.

Tomemos un ejemplo concreto. En su cuenta de Twitter, una influencer con millones de seguidores explica que espolvorea una pequeña dosis de fibra de vidrio en el tazón de cereales que desayuna. Está convencida de que siguiendo un método lento pero racionalizado podrá aumentar la dosis de fibra de vidrio hasta volverse inmune. Lo mismo podría aplicarse a cualquier elemento tóxico y amoldar el cuerpo a todo aquello que en la práctica está destinado a destruirnos.

Hay muchos intereses que habrían de contribuir a esta mutación metabólica de nuestra especie. Si tecnológicamente esto pudiera extenderse a todos los seres vivos, lo cual no es para nada inconcebible, entonces entraríamos en la distopía más insólita que cabe imaginar.

Por recomendación de la periodista Kelly Pendergrast me dispuse a ver “Crímenes del futuro”, del director David Cronemberg, una metáfora de lo que en verdad ya sucede: la alteración estética y mercantil de los cuerpos. El cuerpo convertido en un circuito de órganos hackeados mediante la introducción de sustancias tóxicas dirigidas por sistemas digitales que nos volverían clasificables según nuestra capacidad para resistir el reino de Tánatos infiltrado en tierras, mares y cielos.

¿Acaso la situación política mundial estará dando verosimilitud a esta ironía de adaptarnos a lo que va a destruirnos?

*Psicoanalista. Miembro de la AMP (ELP).

Fotografía seleccionada por el editor del blog.

Una respuesta a “La solución metabólica

  1. Querido Gustavo A ver si tanta brasa que nos dieron y siguen dando con la microbiota acaba sosteniendo una rama farmacéutica que nos venda bacterias devoradoras de microplásticos. Mientras no sea así, el comerse fibra de vidrio y muchas cosas más tóxicas, siempre en pequeñas dosis, resucitaría como ejemplar la figura de un precursor en esa vía de adaptación a venenos, Mitrídates, hombre a quien no le gustaba que una contingencia en alguna comida le arruinara la vida. Ya ocurrieron contingencias que nos favorecieron, como la extinción de los dinosaurios, sólo que ahora las propiciamos nosotros mismos con algo tan sencillo como es la generación de basura. La mirada cortoplacista del capitalismo, inmune ya a esa dicotomía de izquierda y derecha que se prodiga en discursos pueriles por parte de vendedores de humo, sólo sabe gastar y no hay para tanto. La fuente de más baja entropía que nos es más próxima, el sol, no se aprovecha más que de modo ridículo a la vez que, paradójicamente, el mal uso de fuentes de baja entropía derivadas del sol (combustibles fósiles) y como reducto de algunas muertes estelares (isótopos pesados para fisión nuclear) propicia el calentamiento global que se hace más evidente cada año que pasa en forma de noches sin poder dormir. Siempre cabe la posibilidad de que antes de ahogarnos en basura (asfixia que puede ser literal por afectación pulmonar crónica), se acaben nuestras biografías por alguna riña nuclear entre países. Si asumimos que somos inteligentes, que es mucho asumir, no sería tan extraño que alienígenas más inteligentes que nosotros, se hubieran auto-extinguido antes, verificando la paradoja de Fermi. Al final, todo esto sería divertido si no fueran tan tristes sus consecuencias. Un abrazo

    Javier

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