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La fábrica del ciudadano-consumidor: una clínica del discurso capitalista
Guillermo Belaga*
En su ensayo sobre la sociedad neoliberal, Christian Laval y Pierre Dardot definen que la concepción que hace de la sociedad una empresa formada de empresas es inseparable de una norma subjetiva nueva que no es exactamente la del sujeto productivo de las sociedades industriales[1].
Este sujeto, conoce diferentes descripciones del hombre “hípermoderno”, “incierto”, “flexible”, “precario”, “fluido”, “sin gravedad”, etc. Estos autores prefieren hablar del hombre-empresa del “sujeto empresarial”, engendrado desde finales del siglo XX por prácticas discursivas institucionales.
Así describen dos grandes empujes paralelos, la democracia política y el capitalismo, que llevaron a un desdoblamiento del hombre moderno: el ciudadano dotado de derechos inalienables y el hombre económico guiado por su interés. En resumen, el hombre como “fin” y el hombre como “útil”. Verificándose a lo largo de las últimas décadas un desequilibrio en favor del segundo polo, del “utilitarismo”, entendido como el desarrollo de una lógica general de las relaciones humanas sometidas a la regla del máximo provecho.
Al respecto, muchas de las descripciones del sujeto actual que hablan de los efectos de disolución del mercado sobre los vínculos humanos, como la emancipación del individuo respecto de las tradiciones, las raíces, los vínculos familiares y las fidelidades personales, producto de la urbanización y la mercantilización de las relaciones humanas, fueron anticipadas por Marx con su frase: “Todo lo solido se desvanece en el aire, todo lo sagrado es profanado”.
Mostrando así, que esta “libertad subjetiva” tenía un precio, una nueva forma de sujeción a leyes impersonales e incontrolables de la valorización del capital.
En el libro describen con detalles como el movimiento neoliberal se ha caracterizado por una homogeneización del discurso del hombre en torno a la figura de la empresa. Esta fabricación del “sujeto empresarial” reúne características muy interesantes ya que para gobernar a un ser cuya subjetividad debe estar implicada en la actividad que se requiere que lleve a cabo, se apela a la parte irreductible del deseo que lo constituye.
Asimismo, notan una modificación del sujeto unitario, que ya no es el sujeto pasivo que caracterizaba al “fordismo”, más bien es un sujeto activo, comprometido plenamente, entregado a su actividad, es un sujeto de la implicación total de sí.
De esta manera, las nuevas técnicas de la “empresa de sí” logran alcanzar un objetivo paradójico: son el colmo de la alienación, pretendiendo suprimir todo sentimiento de alienación.
Además, precisan que la empresa no es una “comunidad” o un lugar de plenitud, sino un espacio de competición. El sujeto sometido a un disciplinamiento debe cuidarse de ser lo más eficaz posible, experto en sí mismo, su propio empleador, incluso su inventor y empresario. Así, la racionalidad neoliberal empuja al yo a actuar sobre sí mismo para reforzarse y así sobrevivir en la competición.
Al respecto, ya en la década de los ’50 Lacan advirtió sobre los managers del Alma[2] que propiciaban la conformación de este sujeto “activo” y “autónomo”, donde cada uno es idealmente un mánager con pleno dominio de sí mismo y de las relaciones de comunicación.
Teniendo en cuenta esto, cuando planteamos hacer existir el psicoanálisis, sabemos que la apuesta no tendría suficientemente el carácter de tal, sino se la considera a la luz de lo que Lacan presentó como Discurso Capitalista.
En este sentido, la lógica de los cuatro discursos (del Amo, de la Histeria, Universitario y el discurso del Analista) constituyen en Lacan la matriz de los vínculos sociales, en tanto cada uno responde a una imposibilidad. El discurso es el modo en que cada uno habita en el lenguaje, son cuatro formas de hacer lazo social en las cuales el inconsciente entra en juego como respuesta a un real (imposible) que Lacan denomina el “no hay” la relación sexual. Es decir, la ausencia de un programa que defina la proposición entre los sexos.
Lacan en la década del ’70, a partir de la relación del discurso Amo con su reverso, el discurso del Analista mostró cómo produciendo en el Discurso Amo una pequeña modificación consistente en la inversión entre S1 y S/, surgía el Discurso Capitalista.
Pero, esta aparente variedad del discurso amo, resulta en una alteración profunda de la lógica de los discursos y en consecuencia del lazo social.
La inversión en el lugar del Agente va a implicar que el sujeto quede operando en el lugar del Significante Amo, produciéndose un rechazo a la castración. Cancelada la imposibilidad, se instala una circularidad sin interrupciones que conecta con todos los lugares, no habiendo ya lugar para la heterogeneidad o la brecha. Esta relación sin obstáculos entre el sujeto y el objeto plus-de-goce, también resulta que en el discurso capitalista la experiencia del inconsciente se vuelve imposible.
También se puede considerar con que estamos frente a un superyó que impulsa a gozar, que se corresponde con la circularidad de este discurso que relanza una y otra vez la producción de la falta como “insaciabilidad incesante”, como “carencia en demasía” y que conlleva siempre exceso en el rendimiento del sujeto, haciendo una “producción de sí mismo” sin la experiencia del vacío, sin castración.
Esta condición de una totalidad cercada, sin mediación simbólica que la ordene, sin construcción fantasmática que la sostenga sin la posibilidad de instaurar el inconsciente transferencial, afecta por lo tanto a la experiencia del psicoanálisis. En consecuencia, dejando al sujeto expuesto a una mayor precariedad frente al retorno del circuito mortífero y la pulsión de muerte.
El goce tapona u obtura la división del sujeto, volviéndolo un “individuo”, que incluso en la peor de las miserias, se convierte en un emprendedor de sí.
Ahora, también se puede remitir lo que describen Laval y Dardot a la propia experiencia de nuestro país, que a partir de la década del 70 con la dictadura militar y luego acentuado en los 90, vivió como el programa institucional asentado en el Estado sufría un gran retroceso, como también las identidades sociales que se habían construido alrededor del trabajo estable y la cultura propia de la economía “fordista”.
Al igual que en otras regiones y países, a partir de fines del Siglo XX, se profundizó la fragmentación del Otro, se conmovieron los “modos de vida” de antaño y/o las “identidades culturales”. En esas décadas se derrumbaron las tramas que entrelazaban ideales sociales, culturales y políticos, bionarraciones que ya no pudieron dar sentido a los sujetos.
Por efecto del nuevo discurso hegemónico del capitalismo global, se pasó a refugiarse en identificaciones más inestables, más “débiles”, como consecuencia de que en este discurso el S/ está en posición de agente lo que implica que el significante amo lejos de presentar una totalización, se encuentra fragmentario, discontinuo, por ejemplo, como ocurre con las informaciones inmediatas, las redes sociales de la web, nada se organiza por mucho tiempo. Entonces los sujetos se arman de estrategias donde se aíslan en zonas limitadas de certeza[3]. Esto se expresa, por ejemplo, en el “efecto otaku”, donde los adolescentes se dedican de manera obsesiva a un único sector de interés (micrototalidad), alrededor de un objeto de su pasión.
Desde el punto de vista clínico, se puede afirmar que estos estilos de “individualismo de masas” pueden tranquilizar y anestesiar, pero que por lo débil de su relación al S1 frente a una contingencia lo que emerge es su reverso dramático. En esos casos de “urgencia”, se comprueba que estos “imaginarios de seguridad” fracasan irrumpiendo lo no programado como trauma. Es el momento en que el sujeto se ve enfrentado a su precariedad más íntima, y demanda efectos terapéuticos que le den un sentido a ese agujero en su discurso singular.
Resulta de gran ayuda seguir la distinción que hace G. Le Blanc, entre la vida ordinaria: aquella que se define por estar inscripta en el juego de las normas sociales, y la precariedad, como un resto, un “fuera” de juego, una excepción exterior a las normas, con una posición a la vez, de exclusión e inclusión del orden político[4]. También, resulta significativo que caracteriza la vida ordinaria con el par alienación-creación. Asumiendo que la alienación sería el conjunto de procedimientos que otorgan una atribución subjetiva, las calificaciones que permiten a los sujetos hacer legibles su existencia, por la lógica social en que se inscriben. En este sentido, el autor se detiene especialmente ante el problema del trabajo, y como este hace a la singularidad de los “yoes”, a diferencia del desempleo y la precariedad laboral que llevan hacia un proceso de atribución, pero de “identidad negativa”.
Asimismo, reconoce que es necesario una incorporación de las normas para que el sujeto tenga un horizonte de creación, ya que la “experiencia de la precariedad revela la operación inversa de la “descorporización”, que imposibilita una posición creadora. Igualmente, no deja de advertir que la alienación no debe ser sólo un proceso de sometimiento a las reglas sociales.
Sin dudas conocemos más lo que J. Lacan planteó, en la década del 60, como la operación de alienación-separación. De la misma se desprende una lógica de la cura, que nos ha orientado en el hospital.
En nuestro contexto, podemos aceptar el concepto de “precariedad”, pero señalando que el mismo debe ser tomado con el alcance de seriedad y profundidad que se desprende de estar frente a décadas de inestabilidad laboral y social, es decir abarcando a por lo menos tres generaciones familiares. Lo que lleva a reflexionar y preguntarnos sobre el estatuto que toma la operación de alienación, en la que la atribución subjetiva se encuentra más con relación al lenguaje como injuria, y a categorías nominativas ligadas a inserciones en “tribus” y a la “marginación”. Por esto, también incorporamos a este análisis la categoría lacaniana de “fuera de discurso”.
Sin dudas, estamos en presencia de “una pulsión desamarrada del significante”, como describe Eric Laurent, donde ningún discurso parece tener la posibilidad de sostenerse[5]. Lo que hace que estemos atentos a que en el horizonte puede estar el peligro del advenimiento de un amo de las palabras y los cuerpos. Esta perspectiva aparece fundamental en nuestra orientación, ya que por un lado tenemos en cuenta que la experiencia analítica conmueve al fantasma, que apela a un amo para obturar la falta en el Otro, y por otro, apostamos a hacer funcionar algún semblante que permita anudar lo pulsional a la lengua común.
Es decir, cada vez se intenta un buen uso de la alienación, de los escasos significantes amos, para que el sujeto construya una relación de respeto hacia esa lengua pública que encarna el Estado, y que al mismo tiempo éste se vuelva un instrumento donde se reenvía a la propia historia, a la lengua privada de cada uno, para permitir otra subjetivación de la vida.
*Psicoanalista de la AMP (EOL)
Fotografía seleccionada por el editor del blog
[1] Laval Ch. y Dardot P.: La nueva razón del mundo. Ensayo sobre la sociedad neoliberal. Ed. Gedisa, Barcelona, 2013
[2] Lacan, J.: La Cosa Freudiana, Escritos 1. Siglo XXI editores.
[3] Miller, J.A.: El inconsciente es político. Revista Lacaniana N° 1, 2003
[4] Le Blanc, G.: Vidas ordinarias, vidas precarias -1ª ed.- Buenos Aires: Nueva Visión, 2007
[5] Laurent, E.: Blog-note del síntoma -1ª ed.- Buenos Aires: Tres Haches, 2006. pp 110-111