Inmigrante, extranjero, extraño

Inmigrante, extranjero, extraño

 

Andrés Borderías*

 

Subrayaré algo obvio, pero fundamental: para llegar a ser nombrado “extranjero” un inmigrante tiene que, primero de todo, haber podido llegar. Llegar a otra tierra -con su lengua, sus costumbres, su religión, sus goces- e inscribirse allí. Su nombre en una lista, es la inscripción mínima, una inscripción en el Otro, su acogida en el orden simbólico. Y a partir de ese momento quizás el significante “extranjero” nombrará el reconocimiento de la diferencia, su recorrido en el espacio y en sus condiciones del goce. Podrá ser acogido.

Esto que acabo de decir, siendo obvio es sin embargo fundamental, porque no hay nombre para el inmigrante que no llega a pisar nuestro suelo. Este no llegará a ser nunca un extranjero. Este inmigrante, sin nombre ni historia, desaparecido en el camino, es una figura radical de la modernidad. Es un objeto de desecho, quizás una cifra en las estadísticas, que encarna al verdadero segregado en nuestra época. Son miles y nada sabemos de ellos, salvo por los testimonios aislados de algunos. No dejan rastro, ni nombre, ni tumba, ni memoria en el Mediterráneo ni en otras zonas de transición de nuestro planeta.

El inmigrante, extranjero, es entonces aquél que finalmente llegó tras dejar su país, buscando una vida mejor. Más allá de si las razones de su partida se debieron a la guerra, a la persecución política o religiosa, a la necesidad o al deseo de otra cosa, subrayemos que lo que busca cuando deja atrás su lugar de origen es una vida posible, o una vida mejor. Como señaló recientemente Eric Laurent en el Foro de Roma (1) el inmigrante no parte a la búsqueda de una nueva identidad, sino de una nueva vida.

Es el discurso del amo el que le propone vías “identitarias” para su inclusión en el lazo social. Podemos entonces diferenciar entre “integrar” y “acoger” al extranjero-inmigrante.

¿Integrar o acoger? Las políticas de integración e inserción se caracterizan por recurrir a la identificación, de un modo u otro buscan imponer una “identidad” al extranjero. Una identidad, es decir una amalgama de identificaciones y un sentido, como intento de conciliar los diferentes modos de gozar. Cada discurso, incluyendo ese discurso particular que es el religioso, lo hace de manera diferente. Con papeles, títulos, conocimientos, ideas, sentido, tradiciones, ritos, habilidades, principios, derechos y deberes, en ocasiones contradictorios, pues este proceso de “normalización” no se hace en la actualidad bajo el signo de un Ideal consistente, ni con la inmersión en “La Tradición”-que ya no existe sino como nostalgia autoritaria o retorno fundamentalista-.

Este proceso se desarrolla como una puesta en acto de múltiples significantes propios de la época, administrados bajo la ideología de la evaluación y la lógica del mercado.

De entrada, en los procesos de admisión, la definición de los perfiles aceptables para las cuotas de inmigrantes en Canadá –muchas veces citado como modelo a seguir incluso en la prensa de izquierdas (2)- y en Europa (3), está orientado hacia la selección de inmigrantes con altas capacidades para el mercado de trabajo y la investigación. Estos procesos de selección siguen las definiciones puestas en marcha en 2008 en la Europa Comunitaria, estableciendo diversas “categorías de inmigrantes” (4) que ponen de manifiesto la gestión biopolítica de este fenómeno.

Esta lógica genera nuevas formas de conflicto y segregación, pero ya no bajo el régimen del padre. No se trata del narcisismo de las pequeñas diferencias, ni tampoco de la psicología de las masas, sino que asistimos a movimientos de rechazo de diversos tipos que se suceden y superponen en agrupaciones diversas. Algunos, a gran escala, gestionados por partidos que utilizan el miedo y el odio al goce extraño del extranjero como motor de una política “identitaria” que trata de velar las consecuencias de la crisis socioeconómica y su gestión neoliberal. El auge de los movimientos nacionalistas-segregacionistas en Europa, del Brexit al independentismo de las regiones, se sostiene en la idea de seguridad y con ello del rechazo a un otro, inmigrante, o extranjero, siempre sospechoso de un goce inaceptable.

A las políticas de integración podemos contraponer una política de acogida: la acogida no propone nada, ni obra según el oscuro mandato cristiano –amarás al prójimo como a ti mismo, lo que no es muy alentador, Freud dixit. La acogida toma a cada individuo como un síntoma al que hay que darle un lugar, es decir, que la acogida está abierta al deseo que anima al sujeto que llegó como vía para establecer un vínculo. Es una apuesta que abre a cada sujeto la posibilidad de trazar su camino para construir el lazo social, más allá de las leyes del mercado, de los ideales y de la evaluación. Responde a los derechos del hombre incluso antes que a los derechos del ciudadano, según la diferencia que señala Jean Claude Milner. (5)

¿Esta política es ingenua, imprudente? ¿Olvida la dimensión de lo insoportable del otro? ¿Es inviable desde el punto de vista económico? Pero, ¿de qué punto de vista económico hablamos?

Incluso desde perspectivas no muy lejanas de los postulados neoliberales, hay posiciones que afirman la necesidad de una llegada masiva de inmigrantes a Europa. Algunos estudios, como el presentado en el Foro de Dakar de 2011 por Massimo D’Alema, presidente en 2012 de la Fundación Europea de Estudios Progresistas (FEPS), señalaba que la población europea podría verse mermada en unos 100 millones durante los próximos 40 años, debido principalmente al descenso de la tasa de natalidad. En este contexto, D’Alema argumentaba que podrían ser necesarios aproximadamente 30 millones de inmigrantes, si la economía europea pretende evitar un colapso considerable y preservar su anhelado estado de bienestar (6). El hecho de que la población europea también esté envejeciendo complica todavía más este panorama. Cabe preguntarse entonces por qué la inmigración se ve hoy más como un peligro que como un recurso bienvenido. Este peligro surge del temor a lo extraño, y ese temor atraviesa la época en tiempos de crisis.

Volvamos entonces sobre “lo extraño”. En este punto voy rápido: El sujeto nace a un mundo extraño, debe incorporarse a una lengua extraña. Es un extranjero antes incluso de nacer. Las consecuencias de este encuentro las conocemos: el goce de su cuerpo no dejará de serle extraño – “tenemos miedo del cuerpo, porque goza”, afirma Lacan, haciendo referencia al goce que no se somete a la significación.

El inconsciente como saber y como deseo se comportan como fuerzas extrañas. Las exigencias de la pulsión, como un empuje muchas veces incontrolable. El síntoma como una irrupción enigmática.

La imagen del cuerpo, fascinante, opera como matriz de la tensión agresiva. El semejante es de inmediato un polo de exclusión.

De este modo Freud terminó por afirmar en “El Malestar en la Cultura”:

“El hombre no es una criatura tierna y necesitada de amor, que sólo osaría defenderse si se le atacara, sino, por el contrario, un ser entre cuyas disposiciones instintivas también debe incluirse una buena porción de agresividad. Por consiguiente, el prójimo no le representa únicamente un posible colaborador y objeto sexual, sino también un motivo de tentación para satisfacer en él su agresividad, para explotar su capacidad de trabajo sin retribuirla, para aprovecharlo sexualmente sin su consentimiento, para apoderarse de sus bienes, para humillarlo, para ocasionarle sufrimientos, martirizarlo y matarlo. Homo homini lupus: ¿quién se atrevería a refutar este refrán, después de todas las experiencias de la vida y de la Historia?”

La civilización del hombre es la historia del sometimiento de este empuje hacia un goce ordenado. Ocurre que el buen modo de gozar, el modo ordenado de gozar, se ve amenazado desde el exterior, pero el peligro es percibido como interno. El sujeto puede sentir como extranjera su propia interioridad, hasta el punto de enfermar de eso. El sujeto no se reconoce, a sí mismo, cuando siente el empuje a gozar de modo inadecuado, en contradicción con sus propios valores e ideales. Así, el goce propio lo divide, aparece como íntimo y extraño al mismo tiempo. Es la extrañeza del goce innombrable que nos habita: lo más extraño puede tocar a lo más íntimo y suscitar el odio, incluido el odio a nosotros mismos. Ahí radica el fundamento del racismo. El rechazo a que el Otro goce de un modo diferente, fundamento de todo racismo, es el rechazo de algo íntimo que aparece en el exterior, que el sujeto localiza en el otro.

Por otro lado, Lacan señaló que nada más apropiado para suscitar este odio que el goce femenino. Eso, lo femenino, por sustraerse al sentido, es el eco del goce enigmático de nuestro cuerpo.

Jacques-Alain Miller en su curso de 2007 señaló que la fórmula del último Lacan sobre la finalidad del análisis “consiste en “reconocer su identidad sintomática”. Un análisis trata en efecto el inconsciente de dos maneras: por el desciframiento de las formaciones del inconsciente cuya interpretación, sin fin, contribuye a alimentar el sentido. Pero, poniendo de relieve que cualquier sentido es un semblante y que la historia de cada uno está hecha de azares y de contingencias, un análisis permite cernir lo que fuera de sentido, organiza su historia. Es una marca de goce que, repitiéndose, constituye un axioma. Este axioma anima, orienta a cada parlêtre en la deriva que constituye su vida. Esta consistencia es el elemento de real en cada sujeto hablante. No existen dos marcas semejantes. No existen dos identidades sintomáticas parecidas. Lo imaginario encuentra ahí por tanto su límite, y también lo simbólico. Ese real despejado en análisis permanece ciertamente extranjero en parte, inexplicable, pero ya no da miedo, ni horror. Se nombra.

Acoger. Nombrar. Conversar. Una conversación incesante que atraviese las diferencias entre lenguas y modos de goce. Apostemos por ello.

*Psicoanalista de la  AMP (ELP)

Intervención realizada en la Conversación «Los fenómenos migratorios: modos de la segregación», Madrid 3 de marzo  de 2018.

Foto seleccionada por el editor del blog.

 

1 Eric Laurent, intervención en el Foro de Roma “El extranjero”, febrero de 2018.

2 Eulalia Palencia, “Inmigración y el futuro de los modelos de integración”. Eldiario.es 10 Nov 2017.

3 Ver en http://www.ec.europa.eu  el “Plan Estocolmo. Marco estratégico de inmigración de la UE”, y la renovación posterior de la política de inmigración.

4 Ver “Fichas técnicas sobre la Unión Europea- 2018” (FTU_4.2.3.pdf ) en  www.europarl.europa.eu

5 Jean Claude Milner, “Relire la rèvolution”, Ed.Verdier.

6 Massimo D´Alema en el World Social Forum in Dakar PROGRESSIVE STEPS FOR A GLOBAL NEW DEAL. Activity Report December 2010 – December 2011 and projects for 2012. Accesible en https://www.pes.eu/export/sites/default/Downloads/Policy-Documents/World/activity_report1.pdf_1659135212.pd

Una respuesta a “Inmigrante, extranjero, extraño

  1. Una entrada lúcida, propia de quien la escribe.
    Acoger no es integrar.
    Supongo que acoger implica amar y me parece claro que es en este sentido que Andrés despliega su brillante discurso. No se trata de integrar, de insertar en la tradición, en nuestra tradición; tampoco de un criterio de coste / beneficio, ahora que la población rica envejece, sino de facilitar la vida del otro en nuestra tierra, que, por otra parte, también es suya, porque esto de la propiedad es más que discutible en términos históricos.
    Hay algo que quisiera puntualizar, no obstante. El mandamiento cristiano no es amar al otro como a uno mismo, algo que podría ser claramente la mayor de las crueldades. Jesús se refirió (Jn.13,34) a un mandamiento nuevo en el amor: “que, como yo os he amado, os améis los unos a los otros”. Sobra decir que la historia del, de los cristianismos, se ha caracterizado por ignorar eso, tan esencial como humano si se tiene a Jesús mismo como referencia. Es su modo de amar, enigmático, misterioso, quizá intuible con mucho esfuerzo, de lo que se trata. No de caridades, no de alturas espirituales, sino de mezclarse en el barro de la vida y de la muerte con el que resulta extraño.
    Las peores formas de represión han tenido lugar en nombre del amor, pero de un amor no cristiano, de algo que más bien suena a odio a uno mismo, que puede satisfacerse en la integración local o extranjera (caso de las “misiones”) del otro, por más que se practique en nombre de la religión. Por el bien de sus almas, muchos han sido exterminados.
    Conviene mirar a África, de donde surgimos. Conviene mirar a Oriente, en donde nos civilizamos. Conviene contemplar el mundo como tierra habitable.
    Un abrazo,
    Javier

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