NACIONALISMO Y SEGREGACIÓN- PSICOANÁLISIS Y POLÍTICA DEL LAZO

NACIONALISMO Y SEGREGACIÓN

PSICOANÁLISIS Y POLÍTICA DEL LAZO

 

 

Marta Maside Docampo*

 

 

Dos acontecimientos políticos me han golpeado últimamente. Nos han golpeado a todos, pero en mi caso especialmente, porque tengo fuertes lazos familiares que me unen a ambos lugares. Primero el Brexit, ahora el empuje secesionista de Cataluña.

El nacionalismo se multiplica hoy en diversas modalidades, desde Trump y su muro hasta la xenofobia del recientemente derrotado FN en Francia. Hay muchos otros partidos de corte xenófobo, en Holanda, Alemania, Austria, etc., que amenazan la estabilidad de Europa. El individualismo puesto en acto en la política. Los efectos de segregación anunciados por Lacan, quizá también como respuesta desesperada a una globalización que a veces puede ser asfixiante, porque tiende a borrar la diferencia. Yo y mi yo seremos felices, ilusión que recubre a la pulsión de muerte.

Si tomamos el par alienación-separación, su lógica nos muestra que la separación sin pasar por los significantes del otro -que nos atan al Otro-, es decir sin haberlos vaciado previamente de sentido gozado, nos lleva al pasaje al acto. Acto de separación abrupta que hiere, generalmente al otro, pero también sobre todo al sujeto, que queda presa de aquello que ha sacrificado al saber y que lo condena a repetir.

Una de las cosas que nos enseña el final de análisis, a través de los testimonios de los analistas de la Escuela -quizá de la manera más neta-, es cómo la producción de la diferencia absoluta y la identificación al sinthome tienen por efecto el opuesto a la ruptura del lazo: lo aligera, lo hace posible, deseable. Al saberse radicalmente solo en su singularidad, el parlêtre se ve empujado a hacer lazo con el otro, con los otros. Cada uno a su manera. Curiosa paradoja entonces. Como efecto de la extrema diferencia, la unión y no la separación.

¿Cómo articular entonces lo Uno con lo múltiple? ¿Cómo producir la alianza y no la dispersión? Probablemente, conociendo y respetando las singularidades que conforman lo múltiple. Y las múltiples singularidades no se dispersan cuando se unen en torno a una causa común. Una por una. ¿O una más una? No lo sé, tal vez. Pero entre los unos se hace necesario algún tipo de nexo.

Sería interesante revisar los principios de solidaridad presentes en nuestra Constitución. La solidaridad entre ciudadanos es universal en todas las Constituciones, implica que los que tienen más contribuyen más para equilibrar el conjunto con los que tienen menos. La solidaridad territorial, que aparece en nuestra Constitución (también en la alemana, pero desde luego no en todas), surge para salvaguardar un funcionamiento común ante la autonomía otorgada a los distintos territorios nacionales. Seguramente en 1978, los españoles necesitábamos darnos un respiro, lejos del significante Una (grande y libre) con la que Franco aplastó nuestro país y su diversidad.

Solidaridad, mercado común, libre circulación… lo que sea que ha hecho de Europa todos estos años un inmenso mecanismo de paz desde su creación, merece ser analizado. Ardua tarea. Pero quizá pocos países estén en posición tan idónea como lo está España en este momento, aunque en su dolor todavía no lo sepa, para empezar a crear fórmulas de articulación. España, que entre otras muchas y hermosas diversidades, alberga cuatro idiomas y varias lenguas. Variedad que permite decir, por ejemplo: Cataluña te queremos, t’estimem, maite zaitut, querémoste…

*Psicoanalista, miembro de la AMP (ELP).

 

5 respuestas a “NACIONALISMO Y SEGREGACIÓN- PSICOANÁLISIS Y POLÍTICA DEL LAZO

  1. He seguido estos interesantes y brillantes posts.
    Aunque no soy psicoanalista, desde el cariño hacia el psicoanálisis y quienes lo ejercen me permito entrar en este blog a raíz del hermoso post de Marta, cuya idea comparto.
    Tenemos ahora un serio problema en España. De identidad en forma de nacionalismo.
    Stefan Zweig escribió, en su biografía de Erasmo, lo siguiente: “un ideal puramente unificador, un ideal supernacional y panhumano como el erasmismo carece, naturalmente, de todo impresionante efecto óptico para una juventud que quiere ver, al luchar, los ojos de su adversario, y jamás trae consigo aquel elemental atractivo que tiene lo orgullosamente disgregador”.
    No se refería así, obviamente, a un Uno autoritario, como el que se vivió en España con Franco, como Hitler del que huyó el propio Zweig, sino que parecía aspirar a la mejor unión posible, la que cantó Schiller: “Alle Menschen werden Brüder, wo dein sanfter Flügel weilt.”
    No parece deseable ningún Uno autoritario homogenizador (aunque se pretenda democrático), sino la Unión de lo diverso, la propiciada desde el hermanamiento básico por la alegría real, la “bella chispa divina”, esa pulsión de vida que no conoce fronteras y que nos confiere lo mejor de ser humanos.
    Y es dudoso que lo mejor sea factible desde los nacionalismos. Fueron los nacionalismos los que propiciaron dos guerras mundiales en el siglo XX, con millones de muertos. Poco importaron esas anecdóticas muestras de hermanamiento en Navidad en la Primera Guerra Mundial, ante el Uno, fuera llamado patria o káiser. Poco importó la vida ante la muerte. No es necesario hacer analogías. Esperemos que no se precisen en el futuro. Pero quizá no sea malo recordar que todo nacionalismo resalta el “ser uno de los nuestros” frente a los demás (quizá a su vez también nacionalistas), que todo nacionalismo, al radicalizarse (¿cómo no hacerlo?) segrega y odia como a la vez es odiado.

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    1. Estimadísmo Javier:
      Apuesto contigo decididamente por la «bella chispa divina» que evocas en tu comentario. Es la mejor respuesta que tenemos ante la pulsión de muerte cuando nos golpea (y te aseguro que el 1 de Octubre nos golpeó).
      Hay, es cierto, un nacionalismo catalán, como lo hay español, francés, judío o esquimal. No sabría decirte cual es peor o mejor. Pero sí puedo decirte que estos días, un político gobernante que ha apostado decididamente por la construcción de un «estado no identitario» (sic) está a punto de ser inhabilitado y encarcelado por defenderlo hasta las últimas consecuencias. Y dice querer dialogar con otro que ha decidido usar la ley como único recurso. Me parece difícil reducir todo esto a un asunto de nacionalismos.
      Por otra parte, el «síntoma Cataluña», si no se escucha como un trastorno que hay que reprimir y borrar del mapa a cualquier precio, tal vez sea también parte del problema a considerar en esta Europa vacilante para que llegue a ser algo más que un «club de naciones», como decía hace poco un eurodiputado. Creo que nuestro estimado Stefan Zweig estaría de acuerdo con ello.
      Un fuerte abrazo,
      J. V. Marcabrú (que ha aprendido tanto de ti)

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      1. Querido amigo Marcabrú.
        Soy yo quien ha aprendido de ti. Y mucho.
        Precisamente por eso, y en general por otros excelentes amigos catalanes que tengo, deseo vivamente que ese «síntoma Cataluña» acabe siendo beneficioso en su evolución para todos los que amamos esa tierra.
        No se trata, desde luego, de reprimir, sino de … ¿de qué? Esa es la cuestión a resolver de modo político, porque en el aspecto de lo personal está más que resuelta: no hay problema cuando hay entendimiento y afecto.
        Hablas de una «Europa vacilante». Tal vez eso defina exactamente la situación actual. Hace ya tiempo que Norman Cohn se refirió a sus demonios familiares. Sabemos que persisten, que nos envenenan aunque tomen máscaras distintas a lo largo de la Historia.
        Envío este comentario hoy, domingo, antes de que pase lo que pase mañana y en el convencimiento de que cualquier diferencia que pueda establecerse en nuestras ópticas sobre lo que es más conveniente políticamente, lo esencial, eso que puede hacer del síntoma señal de encuentro, es lo que nos une. Mucho y bueno.
        Un fuerte abrazo,
        Javier

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  2. Estimada Marta,
    Gracias por tu excelente planteamiento del problema y, sobre todo, por tu frase final. Una pregunta me parece especialmente importante en tu texto:
    «¿Cómo articular lo Uno con lo múltiple?» Fue la pregunta que estuvo en el principio de construcción de nuestra Escuela en España, que se resolvió finalmente por una Aufhebung, con la creación de una Escuela Europea. Es la pregunta con la que nos confrontamos también ahora. Al respecto, sólo una observación sobre la Escuela Una que defendemos en nuestra orientación común: es una Escuela transnacional, tanslingüística, transidentitaria. «Trans-» pero no «supra-«, no por encima. Lo que quiere decir, un Uno que tenga en cuenta cada singularidad como excepción del Uno universal. De no ser así, el empuje a la segregación parece inevitable.
    Creo entonces que la lógica de construcción de nuestras Escuelas puede ser del mayor interés para la «política del lazo» que propones. Una política del lazo no puede fundarse en el único recurso a la ley (universal) —la ley, ese «cadáver de la autoridad» como decía Kojeve— sino en una conversación analítica que esté a la altura de las circunstancias que estamos viviendo. ¿Sabremos contagiarla?
    Un abrazo,
    J. V. Marcabrú

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    1. Estimado J.V. Marcabrú,

      Gracias por tu comentario. Efectivamente, la Escuela Una es trans y no supra. En mi escrito, tenía más bien en mente la política del país desde el punto de vista del psicoanálisis, no tanto la política de la Escuela. Pero no podemos ignorar que lo que ocurre en la sociedad suele reproducirse de alguna manera también en la Escuela. Analistas y analizantes somos ciudadanos del lugar donde vivimos, por eso instaba Lacan estar a la altura de los tiempos que nos toca vivir.

      Me ha gustado el recordatorio que haces del recorrido de nuestra Escuela. Nació como Europea cuando aún no podía ser nombrada. Finalmente, se llamó de Lacan: lacaniana. Es un buen nombre. Sin duda, es el nombre de la causa que nos une.

      Tenemos por delante muchos encuentros para conversar y construir, escuchando. Tendremos que saber contagiarla, !no tenemos más remedio!

      Un abrazo,
      Marta

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